El trípode

La Torre sanchista de Babel

Ver al ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de España clamando ante la UE para que reconozcan la lengua catalana como idioma oficial, es una prueba más del nivel al que Sánchez está sometido por Puigdemont

Ver al ministro de Asuntos Exteriores del Gobierno de España clamando en Bruselas ante los 27 para que reconozcan la lengua catalana como idioma oficial en la UE, es una prueba más del nivel al que Sánchez está sometido por Puigdemont para que le conceda el favor de investirle presidente del Gobierno. Además de amnistiarle a él y a cuantos están implicados en diverso grado en el golpe de Estado de 2017, algo más de 1400 personas según la ANC (Asociación Nacional Catalana). También para que Cataluña sea reconocida como una «minoría nacional» en España.

Ante tamaña impostura cabe preguntarse hasta dónde puede y debe permitirse que el «doctor» llegue en sus cesiones al separatismo en beneficio exclusivo de su ambición personal, que resultan claramente contrarias a la letra y el espíritu de la Constitución, que en su artículo 2º establece que se fundamenta en «la indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles...».

Para el separatismo catalán, la lengua es el instrumento principal utilizado al servicio de alcanzar su objetivo de la independencia de España. Ignorar esa realidad es impropio e injustificable en quienes tienen la máxima responsabilidad política de la nación. Por ello resulta patético el espectáculo de contemplar a Albares clamar por ese reconocimiento, algo que ni podían imaginar sería defendido ardientemente por un Gobierno español, y que es utilizado por los secesionistas como un gran triunfo para la defensa de sus tesis.

El euskera, el gallego, el valenciano, el bable y el chapurreau se pondrán después a la cola para tal reconocimiento, a la espera de que Sanchezstein pueda necesitar de los votos de la correspondiente «minoría nacional» vasca, gallega, valenciana, asturiana o aragonesa, para seguir satisfaciendo su ambición desmedida por ser arrendatario de La Moncloa y el Falcon.

No va a olvidarse en el futuro el daño que el actual PS (Partido Sanchista) está produciendo en la convivencia y a la identidad nacional e histórica de España. El golpe de estado promovido por el PSOE en 1934 no iba contra la misma identidad de España, sino contra una «idea» de ella, a la que querían «roja y revolucionaria» y no como una república de derechas. El PS con sus militantes, votantes, dirigentes y muy en especial sus 120 diputados del Congreso, están respaldando a un líder cuyo objetivo prioritario no es servir a los españoles trabajando por el bien común y el interés general de España, sino a otros intereses globalistas que cada día se muestran más patentes.