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Tribuna

Translatio imperii et studii: el legado clásico de España a EEUU

No solo las primeras universidades de Norteamérica fueron españolas (Tlatelolco, 1533, Santo Domingo, 1538 o el Colegio de San Nicolás en Michoacán, fundado por Vasco de Quiroga, en 1540), sino que el latín aprendido por los nativos fue medio de promoción social y cultural

Translatio imperii et studii: el legado clásico de España a EEUURaúl

La «translatio imperii», herencia simbólica del prestigioso mundo clásico, fue reclamada por diversos estados medievales tras la caída de Roma (s. V). Luego, a las puertas del Renacimiento, cuando caía la Nueva Roma, Constantinopla (s. XV), un incipiente imperio español empezaba a reivindicar también ese legado. La idea también incluía, por supuesto, la «translatio studii», transferencia de conocimiento que había cuajado en la «universitas studiorum» europea, con el «trivium» y el «quadrivium», que procedían de la educación clásica. En breve, la noción de imperio y estudio iba a quedar en manos de la monarquía universal hispánica, en un legado que, con el pasar de los siglos, sería asumido por otras potencias hegemónicas sucesivas. Hoy es tópico hablar de EEUU como el imperio occidental por excelencia, ciertamente modelado a partir del mundo clásico grecorromano, con su Capitolio y su Senado. Pero, contra lo que pudiera pensarse, no parece que el Imperio Británico legara esta ideología imperial clásica a EEUU, sino que más bien llegó de la mano de España como una suerte de «translatio imperii et studii».

A menudo se habla de la deuda hacia España en los orígenes de EEUU. Es ya un lugar común recordar el apoyo a los revolucionarios norteamericanos de España, con personajes como Bernardo de Gálvez o Fernando de Leyba. También, más atrás, se suele ponderar el peso cultural de las fundaciones y misiones, como las de Junípero Serra, o de exploraciones como las de Ponce de León o Cabeza de Vaca. Obviamente, todas esas herencias tienen amplios ecos hoy en la tradición histórica, cultural y lingüística de EEUU. Pero se habla mucho menos de este traspaso cultural clave, el de los modelos clásicos, a través de España; no solo la idea de imperio –acaso más obvia– sino la de un amplio clasicismo cultural renovado a través de la educación.

Y es que, un siglo antes de las primeras universidades y cátedras clásicas en Harvard o en la Boston Latin School (1635), hay que recordar que ya había enseñanza superior en la América hispana, como hacen los libros de S. Gruzinski, «Quand les indiens parlent latin», y T. Rosas Xelhuantzi, «Nahuas que saben latín. Producción intelectual indígena en el Colegio de Tlatelolco». No solo las primeras universidades de Norteamérica fueron españolas (Tlatelolco, 1533, Santo Domingo, 1538 o el Colegio de San Nicolás en Michoacán, fundado por Vasco de Quiroga, en 1540), sino que el latín aprendido por los nativos fue medio de promoción social y cultural.

La comunidad académica en torno a la educación clásica siempre fue más allá de fronteras, contextos políticos, étnicos o de género. En el mundo hispánico se observa cómo facilita el ascenso y la integración; no está de más recordar hoy que en España hubo cátedras pioneras de latín a cargo de mujeres, como Beatriz Galindo, «la Latina» (c. 1500), o de personas negras, como de Juan «Latino» (1556), siglos antes que en el mundo anglosajón. Pero también fue así en el sistema educativo de la América hispana, con figuras tan emblemáticas como el Inca Garcilaso, que leía en latín a Tácito y lo imitaba en su historiografía –pionera fue también la Universidad de Lima–, o, posteriormente, Sor Juana Inés de la Cruz y Carlos de Sigüenza y Góngora, que brillaron entre otras cosas por su erudición clásica. Las fundaciones educativas de dominicos, franciscanos y jesuitas universalizan el conocimiento, en un viaje de política cultural a través de gramáticas y diccionarios que alternan el latín y el castellano –desde Nebrija a Bello–, pero incluyen también traducciones a muchas lenguas nativas.

Parece que América fue «latina» –mucho antes de que se inventara ese término dudoso de «Latinoamérica» en el mundo francófono– porque se hablaba latín en sus universidades y colegios eclesiásticos y se traducía entre las lenguas indígenas y la de los historiadores clásicos y la Vulgata de S. Jerónimo. Unas instituciones educativas transversales y centradas en las ideas clásicas formaron a generaciones que influyeron notablemente en toda América; también en territorios que luego serían de EEUU: California, Florida, Arizona, Nuevo México o Texas. Ciertamente, el modelo de la universidad católica o imperial hispana es diferente del propósito puritano de Harvard y otras fundaciones norteamericanas, pero la impronta clásica y su vía de entrada hispana es muy notable

Todo desemboca en una revolución americana que será también clasicista, como se ve en la pasión grecorromana de los padres fundadores (lo estudia C. Martínez Maza en «El espejo griego»): Jefferson leía a Epicuro y le copió aquello de «the pursuit of freedom» en la Declaración de Independencia; Adams amaba a Cicerón y el propio Washington era devoto de Marco Aurelio y Plutarco. Pero estos ilustrados padres fundadores de EEUU también experimentaron la influencia clásica a través del pensamiento hispano, el de la Escuela de Salamanca, una proto-ilustración de los ss. XVI y XVII que relee a Aristóteles y Platón y será base de muchos desarrollos del liberalismo posterior: los revolucionarios norteamericanos conocieron bien al Padre Mariana.

En suma, la transferencia cultural que va de Grecia y Roma a América a través de España no debe ser subestimada. Aquella nueva Roma hispana hizo florecer en la Nueva España nuevas Atenas. Su legado es innegable en las Américas, también tras la emancipación, desde los helenistas mexicanos a los humanistas chilenos, de los moldes clásicos de la Nueva Granada a los de la nación argentina… EEUU no es excepción, sino pieza clave de este proceso que comienza cuando la monarquía hispánica se sintió, durante siglos, heredera del imperio de Roma y de la ilustración ateniense a la par, y quiso trasladarlos a la otra orilla del Atlántico.

David Hernández de la Fuente.Escritor y Catedrático en el Departamento de Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid.