Letras líquidas

Tres potencias, tres tiempos

Esperábamos un siglo XXI del futuro, moderno, equilibrado y cosmopolita, y nos encontramos, más bien, con un presente que se nos vuelve pasado ante los ojos

Descifrar los planes de Trump es uno de los grandes enigmas de nuestro tiempo. Una especie de santo grial del siglo XXI, la fórmula magistral con la que adaptarse a la era mudable que nos engulle. Cuestión distinta es lograrlo, seguir el ritmo de las piruetas, giros y requiebros opinativos, las fluctuaciones arancelarias o los encuentros y desencuentros diplomáticos. Ciclos lunares en la Casa Blanca. Pero como cualquier comportamiento termina siguiendo unos patrones, por mínimos que sean, y una vez rebasados los cien días de mandato, también hay quien ha aprendido a leer entre líneas, a descifrar actuaciones y se atreve incluso a interpretar declaraciones y discursos del presidente de Estados Unidos. A uno de estos análisis se ha lanzado «The New York Times» estos días en un intento por esclarecer y adelantar la geopolítica que empieza a consolidarse en el mundo que nos viene.

Entre el liderazgo de una potencia fuerte y la flexibilidad del multilateralismo, caracterizado por variedad de influencias y políticas consensuadas y pactadas en foros internacionales, empiezan a atisbar en el periódico estadounidense el deseo trumpiano de un frente tripolar. Una suerte de reparto de poder entre Estados Unidos, China y Rusia (las dos particulares obsesiones/némesis del magnate neoyorquino): cada país tendría su área de influencia, dejando hacer a los otros en la suya y garantizándose un espacio propio de control. Apunta el rotativo a ese carácter negociante del comandante en jefe, y a confesiones que él mismo ha hecho, como la de la revista «Time» en la que proclamaba un inequívoco «Todos queremos hacer negocio». Y en esa clave, la de repartirse el orbe, se entiende más su política exterior: una recreación del imperialismo del XIX, de la que ya hemos visto amagos, insinuaciones de compra en Groenlandia, alegatos para recuperar el control del canal de Panamá o lanzamiento de opas varias a Canadá, reduciendo su futuro al estado 51.

Y en ese escenario y con esas premisas, las ansias de Putin y Xi encontrarían, desde luego, un espejo en el que mirarse. Concepciones territoriales y políticas como de otra era que son campo abonado para ese triunvirato potencial. Basta apelar a la mentalidad china que calcula el paso del tiempo por siglos, paciencia oriental, o a las últimas declaraciones de la cúpula del Kremlin, evocando las largas contiendas de Pedro el Grande y enfriando la esperanza de un fin próximo para la guerra de Ucrania. Esperábamos un siglo XXI del futuro, moderno, equilibrado y cosmopolita, y nos encontramos, más bien, con un presente que se nos vuelve pasado ante los ojos.