Ministerio de Defensa
Capitán de mar y guerra
La Armada Española ya no usa el sugestivo nombre de Capitán de Mar y Guerra entre sus empleos aunque siga manteniendo para ellos sonoras y entrañables denominaciones tales como las de Alférez de Fragata, Teniente de Navío o Capitán de Corbeta entre otras varias. Pero en su día, sí que utilizo esta denominación de Capitán de Mar y Guerra para designar al Oficial al que la Armada confiaba el manejo marinero y militar de alguno de sus buques.
Este hombre –o mujer hoy en día– tiene que ser capaz de liderar un grupo de personas durante largos periodos fuera de su ambiente familiar, de sus amigos y de su Nación dándolas un sentido de misión. Navegando muchos días y noches seguidos sin perder enfoque, atentos y resistiendo el desafío que siempre representa la mar. Porque la mar enseña que existe algo más grande que el hombre. Como dice una inscripción en la Escuela Naval Militar de Marín, cerca de la querida Pontevedra, «el que no sepa rezar/que vaya por esos mares/verá qué pronto lo aprende/sin enseñárselo nadie». Por ahí va lo de Capitán de Mar. Para que la dotación no flaquee, ni en la calma ni en el temporal. Para no distraerse ni un solo momento. Para tenerle siempre respeto a la mar, aunque nunca miedo.
La Armada mantiene un promedio diario de veintidós buques navegando los 365 días del año. Son unos 2.000 hombres y mujeres, un tercio de los cuales se mantienen de guardia mientras usted lee estas líneas o incluso a las cinco de la madrugada cuando probablemente duerma. Estos aproximadamente 700 de guardia se mantienen despiertos para que los españoles puedan descansar con tranquilidad. Y eso que en la mar siempre hace o frío o demasiado calor. El buque –por grande que sea– se mueve bastante, incluso a veces demasiado, por aquello de «Señor qué grande es la mar y qué pequeño mi buque». Hoy en día ya no hay que tocar Maniobra general a cualquier hora del día o la noche para que la gente suba a las vergas –salvo en los pocos buques de vela que conservamos– para virar o acortar aparejo cuando el viento rola o carga. Pero sí que hay que alistar la cubierta de vuelo cuando un avión o un helicóptero vuelve o sale; desde luego, también a cualquier hora. O hay que recibir petróleo mientras se navega. O apagar un conato de incendio en la cocina cuando –solo un ejemplo entre los muchos vividos– el aceite de freír los pollos para la comida se derrama con los bandazos. O... mil cosas que pueden suceder en esa mezcla de hogar, lugar de trabajo y puesto de combate potencial que es un buque de guerra las 24 horas de cualquier día navegando. El Capitán de Mar, sus Oficiales y la dotación deben manejar el buque y sus múltiples equipos con seguridad y eficacia con cualquier tiempo. Sin distracciones.
Pero un buque de guerra es un combatiente, diseñado, construido y dotado para prevalecer en combate. Para hundir y evitar ser hundido. Y esto es fácil olvidarlo en medio de las rutinas de mar diarias. Por eso su Capitán de Guerra–hoy en día lo llamamos Comandante a secas– debe recordar con su palabra y sobre todo con su ejemplo porque estamos navegando en un buque de España. Debe mantener un difícil equilibrio entre esa preparación continua y el desear que nunca haya que disparar con rabia; que no haya que arriesgar vidas, sobre todos las de tu gente, las de la dotación a la que acabas queriendo como a tu propia familia. Pero la misión del Capitán de Guerra no es evitarla, sino simplemente estar preparado para ganarlas.
Para mantenerse al servicio de los españoles haciendo algo de lo que torpemente he tratado de describir, la Armada necesita básicamente dos cosas: entusiasmo y buques. Ambas están unidas pues difícil será mantener el entusiasmo si los buques no se renuevan a tiempo. En un inmediato futuro la necesidad de sustituir las veteranas fragatas clase «Santa María» por otras denominadas F-110 se va a hacer apremiante. De hecho ya lo es. Las «Santa María» tienen más años que su coche querido lector –salvo que Ud. sea coleccionista– y aunque mejor mantenidas probablemente que su vehículo, la mar es un difícil escenario para conservar cosas. Altas temperaturas, rociones de agua salada y viento constante, a lo largo de los años se unen a la obsolescencia de los equipos empezando por los electrónicos. Créanme ha llegado más que el momento de sustituir a las fragatas «Santa María» para que acompañen a las otras únicas cinco clase «Álvaro de Bazán» que dan protección militar a cualquier empresa que se encomiende a la Armada y así debería señalarlo la futura planificación conjunta del Objetivo de Fuerza. Sin fragatas modernas, el resto de los buques son una especie de ONG marítima apta solo para ayudar en maremotos y desgracias, transportar tropas sin oposición o emprender expediciones científicas. Pero para eso no necesitas mantener una Armada, pues otras instituciones o medios civiles lo podrían hacer tan bien o mejor. Y te sobraría el entusiasmo de las dotaciones y toda esa preparación que viene de siglos atrás cuando nuestros Capitanes de Mar y Guerra condujeron a sus hombres por todos los Océanos para hacer España más ancha y prospera.
Al largo de mi carrera me han llamado muchas cosas. Incluso algunas buenas. Pero la que más me llegó el alma fue cuando al término de mis dos años de mando de un buque que estrenamos juntos, mi Segundo me llamo Comandante de Mar y Guerra del «Patiño» despidiéndome en nombre de los oficiales. Nunca me han dicho nada que me conmoviera más.
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