Debate de investidura

Carta abierta a dos líderes políticos

España se halla hoy en estado de desvalimiento, y todos los bien nacidos debemos ayudar a levantarla. Vamos, pues, a aguzar el entendimiento, purificar la voluntad de todo interés privado y movilizar a tope la imaginación creativa, pues la ocasión lo merece

La Razón
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Desde hace unos cincuenta años he dedicado mucho empeño a una tarea decisiva: aprender a pensar con precisión y expresarse adecuadamente. Daría todo el esfuerzo por bien empleado si consiguiera hoy ayudar algo a desenredar la madeja de la política española. Y lo daría, porque la otra parte de mi tiempo la dediqué a dirigir el centro español de una fundación internacional, especializada en la ayuda a refugiados y desvalidos de todo orden. España se halla hoy en estado de desvalimiento, y todos los bien nacidos debemos ayudar a levantarla. Vamos, pues, a aguzar el entendimiento, purificar la voluntad de todo interés privado y movilizar a tope la imaginación creativa, pues la ocasión lo merece.

Comprendo que no os haya gustado perder. A mí nunca me gustó; de pequeño sufría cuando perdía en mis juegos escolares, y, si durante el trayecto del campo a la sala de clase, los vencedores cantaban el resultado con retintín, mi enfado era homérico. Tenía mal perder. Pero, cuando me hice mayor y me vi afectado por alguna pérdida de mayor cuantía –por ejemplo, en unas oposiciones–, procuré encajar pronto el percance con una mentalidad de profesional. «Ha sido un intento fallido, me dije, empieza rápido a preparar el siguiente». Reanudé enseguida las clases, y aproveché la experiencia vivida para ganar madurez. Celebro haberlo hecho, porque, a la siguiente intentona, me sonrió el éxito, pese a la hostilidad de las circunstancias.

Estas experiencias personales me ayudan a comprender vuestra irritación durante las últimas semanas, en las que habéis actuado como personas particulares dolidas por un contratiempo. Pero ese tiempo de duelo ha pasado, y ya tenéis que actuar como profesionales que sois de la política grande. En este distinguido campo, la meta de los partidos contendientes es lograr el mayor bien de la sociedad. Y, para ello, han de aceptar las decisiones del árbitro, que es el pueblo soberano con su facultad de votar. Él decide quién ha de presidir el futuro gobierno y quiénes han de colaborar con él a conducir la nave del Estado para asegurar el bien de cada uno de los ciudadanos, de los que votaron al partido que apoya al futuro gobierno y de los que no lo hicieron. Por tanto, los partidos que colaboren a formar gobierno no «ayudan al partido más votado a triunfar», como ahora se dice. Son los votantes quienes lo hicieron, y encargaron a los demás partidos la tarea de procurar que la vida democrática del país siga su curso normal. Creo que, respecto a esto, estamos sufriendo un malentendido grave. Un partido que acepta como presidente al candidato más votado o, al menos, se abstiene, no lo lleva al triunfo, cumple estrictamente la decisión popular de que prosiga el sistema de alternancia en el poder. En lógica consecuencia, ningún partido ha de ser ensalzado o denigrado porque colabore a hacer posible la continuidad de un sistema pacífico y eficaz de convivencia nacional.

La discusión de los matices –las reformas a emprender, las mejoras a realizar, los vicios a corregir– es tarea posterior, reservada al trabajo en las cámaras. Pero incluso en éstas, el espíritu que ha de reinar, si queremos respetar los derechos del pueblo en cuanto a la gobernanza de la nación, es el de colaboración al mayor bien de todos, colaboración siempre crítica, por supuesto, pero nunca malintencionada, es decir, orientada únicamente al provecho propio.

A una, tal vez, con millones de compatriotas, os invito a que os decidáis –con espíritu deportivo– a prepararos para el siguiente embite, demostrando en el Parlamento que sabéis plantear mejor los problemas, darles soluciones más adecuadas, anticiparos a los conflictos, ofrecer vías de solución a contenciosos de difícil solución. Ahí tenéis una ocasión de oro para brillar y dejar a las claras que, aun sin experiencia de gobierno, poseéis sobrada capacidad para gobernar un día. Si os cerráis esa puerta, quedaremos con la duda de si vuestra única fuerza es la palabra fácil, las disputas agrias, las acusaciones gruesas... Naturalmente, a los votantes no nos gusta esto, y deseamos que tengáis ocasión de hacer valer vuestras capacidades. Es hora, pues, de acabar el tiempo del luto y el enfado, y de mostrar –sin más pérdidas de tiempo– vuestra valía de profesionales. Qué alegre sorpresa si viéramos, dentro de poco, brillar en el Parlamento mentes preclaras, imaginaciones creativas capaces de abrir caninos de auténtico progreso para nuestra España.

Volved al tajo, por favor, y afilad los lápices, que tenéis mucho que escribir en esta nueva página de la historia de España que vosotros habéis de protagonizar, a no ser, Dios no lo quiera, que os empeñéis en dejarla en blanco, con riesgo de que venga alguien a emborronarla.