Antonio Cañizares

Defensa del hombre y de la vida

La Razón
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Hoy, 28 de diciembre, en el marco de la Navidad, se celebra la memoria de los Santos Niños Inocentes, según la tradición, eliminados, asesinados, injusta y cruelmente por el rey Herodes, buscando eliminar al Niño que había nacido, de María, en la ciudad de David, en Belén. Ese Niño era la Vida y traía la vida para los hombres, era la apuesta de Dios por el hombre, por todo hombre, por la vida del hombre. Los seguidores de aquel Niño, Jesús, es decir, la Iglesia siempre, hasta nuestros días, ha sido defensora de la vida, de la vida inocente e inerme. Últimamente, en nuestros tiempos, de esta Iglesia, representada sobre todo en los últimos Papas, ha brotado una corriente de aire fresco y puro a favor de la vida y ha irrumpido en este mundo nuestro tan calcinado y desierto por la «cultura de la muerte»: Ahí tenemos, por ejemplo, San Juan Pablo II, paladín de la defensa de la vida, con su Encíclica «Evangelium Vitae», y al Papa Francisco con su Encíclica «Laudato sí» que constituye otra defensa o alegato de la vida en medio de una cultura de muerte.

Resuena con fuerte vigor la voz libre y profética de la Iglesia, cargada de esperanza, que grita y anuncia el Evangelio, la Buena Noticia, de la vida porque el Evangelio del amor de Dios al hombre, en efecto, el Evangelio de la dignidad inviolable de la persona humana, y el Evangelio de la vida son un único e indivisible Evangelio. Una Buena Noticia se nos dio entonces, al nacer Jesús, y sigue con la mismísima actualidad que en aquel momento. Una buena noticia aconteció en medio de nosotros, tan necesitados como andamos de buenas noticias. Una luz grande iluminaba aquellos momentos y sigue iluminando la oscuridad de una «cultura de muerte». Como hizo el Papa Francisco con su Exhortación Apostólica la alegría del amor, sobre la familia, de la que es inseparable la vida: origen y cuidado de la vida humana; y como hizo también este Papa, tan querido y admirado con razón, en su apuesta por todo hombre, sin exclusión ni descarte de nadie, con su Encíclica «Laudato sí», verdadero alegato con su ecología integral a favor del hombre y de la vida, y desenmascaramiento y rechazo total y absoluto de la ideología de género, tan destructiva del hombre, y que tanto daño está haciendo ya a la humanidad mediante fuerzas de un nuevo Orden Mundial, para el que es clave esta ideología tan contraria al hombre y a la vida.

Nadie, en este tiempo, habla con tanta fuerza, con tanta claridad y verdad, ni con tanto amor, ternura en defensa del hombre amenazado como lo está haciendo la Iglesia a través de estos Paladines de la vida –San Juan Pablo II, Papa Francisco, el mismo Benedicto XVI– que nos han dirigido a los fieles católicos y a todos los hombres de buena voluntad que quisieran escucharles tan esperanzadores y comprometidos mensajes a favor de la protección de la vida y de su matriz natural que es la familia, futuro del hombre y de la humanidad, basada en la verdad del matrimonio entre un hombre y una mujer abiertos a la vida.

La Iglesia, con amor, misericordia y ternura, sale en defensa del hombre amenazado, en defensa de la vida despreciada, en defensa de la dignidad humana preterida o violada. Clama por el hombre inocente, da la cara por el indefenso con energía, apuesta fuerte por la vida, sin componendas ni intereses, contra la guerra, contra la drogadicción y narcotráfico, contra el aborto, contra el terrorismo, contra la ideología de género, contra el hambre en el mundo, y en defensa de sus víctimas. Escuchando su mensaje, el mensaje de la Iglesia se siente el gozo inmenso de ser hombre, la alegría de haber sido llamado a la vida, la dicha de ser una de esas criaturas un hombre querida directamente y por sí misma por Dios, que quiere que el hombre viva y cuya gloria es ésa: la vida del hombre, por el que lo apuesta todo.

La Iglesia no puede callar y dejar de anunciar este Evangelio: ¡Ay de mí si no evangelizare!, leemos en San Pablo; ¡ay! de la Iglesia y de sus hijos, si dejamos de anunciar este Evangelio de la vida que no es otro que Jesucristo, del que es inseparable el hombre, todo hombre sin exclusión de ninguno. La buena noticia para el hombre es Jesucristo, en quien encontramos a raudales infinitos la alegría del amor, es a Él al que todos –aun sin saberlo– buscan, porque todos quieren y anhelan el amor y la vida y rechazan la muerte y el desamor o el odio contra el hombre, cainita en el fondo este odio; ante Cristo todos se agolpan, a Él todos acuden, aun sin conocerlo, porque, como vemos en el Evangelio, nos ha sido enviado por amor y es sanación, ha venido a curar, ha venido a que los hombres tengamos vida: porque ¡Él nos ama, es Amor y es Vida!, que ansiamos. Para esto ha venido al mundo, para predicar esta dichosa noticia y para hacerla realidad en nuestro mundo y en el venidero y definitivo. En palabras del mismo Jesús, «ha venido para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Se refiere a aquella vida «nueva» y «eterna», que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Pero es precisamente en esa «vida» donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre (Evangelium Vitae 1).

Si al final del siglo diecinueve la Iglesia «no podía callar ante los abusos sociales entonces existentes, menos aún puede callar hoy, cuando a las injusticias sociales del pasado, tristemente no superadas todavía, se añaden en tantas partes del mundo injusticias y opresiones incluso más graves, consideradas tal vez como elementos de progreso de cara a la organización de un nuevo orden mundial» (EV 5). Sin duda, la injusticia y la opresión más grave que corroe el momento presente es esa gran multitud de seres humanos débiles e indefensos que está siendo aplastada en su derecho fundamental a la vida. El desafío que tenemos ante nosotros, en los inicios todavía del tercer milenio, es árduo. Sólo la cooperación concorde de cuantos creen en el valor de la vida y son capaces de amar podrá evitar una derrota de nuestra civilización, de consecuencias imprevisibles. En esa lucha en defensa del hombre y de la vida, en contra de las ideologías contrarias a la vida como las abortistas o eutanasistas, o la ideología de género NO PODEMOS CALLAR NI CRUZARNOS DE BRAZOS. ¡ES NECESARIO ACTUAR y SALIR EN DEFENSA DEL HOMBRE, SOBRE TODO DEL MÁS DÉBIL E INDEFENSO, Y ACTUAR CONTRA LAS IDEOLOGÍAS QUE VAN CONTRA EL HOMBRE y SU DIGNIDAD INVIOLABLE.