José Jiménez Lozano

El autor y sus personajes

La Razón
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En un interesante documental sobre los lugares de «la muerte literaria» de Sherlock Holmes, que es el protagonista de tantas historias policíacas de Arthur Conan Doyle, y que tuvieron una enorme aceptación en el primer tercio del siglo XX, se cuenta que, llegado un momento, el éxito del personaje, precisamente, y sus aventuras, disgustaron a su autor, porque las consideraba de ningún valor literario, mientras hubiera querido que el público reconociese la parte de su obra que a sus ojos, y parece que también a los ojos de los que conocen bien su obra, tenía mayor calidad. Así que decidió «matar a Sherlock Holmes» para concluir con las historias o aventuras de este personaje que había venido contando durante muchos años, y efectivamente Conan Doyle hizo que Sherlock Holmes muriese, y decidió no contar una historia más sobre él. Pero el caso fue que el público reaccionó muy mal; pongamos, por ejemplo, como en la España de unos años antes sucedió con un escritor de lo que entonces se llamaban novelones, don Manuel Fernández y González, que recibió amenazas de muerte, más de una vez, cuando hizo que murieran los protagonistas de algunas de sus novelas. De manera que, el autor, intimidado o encantado, se decidió a revivir tranquilamente a sus personajes, afirmando que había habido un diagnóstico médico erróneo, o que, llevados a última hora a la Casa de Socorro, aquellos personajes se habían salvado de la muerte. Y presionado de la misma forma, Conan Doyle, después de años de silencio, también se vio obligado a contar una aventura más de Sherlock Holmes, aunque «asegurando cuidadosamente» que había ocurrido antes de morir éste, en las cataratas del Niágara.

Los críticos piensan que el problema real estaba en la lucha de Conan Doyle, que quería ser reconocido por otros personajes que había creado y otras obras que había escrito, pero no por Sherlock Holmes, que sin embargo le había hecho rico, y, en este aspecto aunque con otras consecuencias, ésta no es una situación muy diferente a la de un Gabriel Miró, habitando su literatura y viviendo con sus personajes hasta sus últimos años de vida, cercado por una vida material muy precaria, y sintiendo cómo esos personajes le abandonaban o él tenía que despedirse de ellos. Mientras que Unamuno quiso echarlos de sus novelas, no pudo porque aquéllos eran él mismo. Quizás fuera incapaz de olvidarse de sí mismo para ser otro en su escritura, o no quería. Estas cosas no pueden saberse.

Quizás he leído no mucho de las aventuras de Sherlock Holmes de Conan Doyle, porque conocí mucho antes sus escritos espiritistas , que me desanimaron bastante a leer más obras del autor. Y porque tampoco me atrae la novela policiaca por sí misma y sin más, aunque no digo que sin razón los críticos hayan encuadrado en este género, ahora llamado «novela negra», a mi novela «Agua de noria», aunque por mi parte pienso que quizás sólo en aspectos muy formales podría considerarse así. Allí jueces, policías y médicos forenses hacen su oficio, pero se ven obligados a preguntarse por la naturaleza de éste y para qué sirven ellos en realidad, porque para nuestra nueva cultura no es claro que exista el crimen y que deba castigarse. Y, entonces sí que hay que decir que esas preguntas, y otras, son negras. Pero no con la negrura que ahora se adjudica a las novelas policiacas tanto como a las novelas llamadas sociales, sino con la negrura de esa nueva conciencia moral o subjetividad, para las que no habría crímenes, y la voluntad de cada cual sería el valor moral único, y ni siquiera se aceptaría que la vida humana es el valor supremo. No sería asunto indiscutible lo que es esa vida humana, y quienes sean los señores del mundo serán autoridad última para decir cuándo comienza y cuando acaba esa vida humana, y lo que es un hombre.

Una realidad negra todo ello, ciertamente. No un género literariamente negro.