Reino Unido
El coste de servir
Desde 1990 en que el IRA asesinó al diputado tory Ian Gow, el Reino Unido no se había estremecido como con la muerte de Jo Cox, la diputada de 41 años, asesinada en su circunscripción de Birstall por un fanático, un subproducto de psiquiátrico, envenenado por ideas extremas.
Un día antes, Jo Cox había participado con su marido en la incruenta «batalla naval del Támesis» en la que partidarios del Brexit y del Bremain confrontaban sus diferentes formas de ver y sentir Europa. Todo cambió con el asesinato. Desaparecieron de escena los debates agresivos y las descalificaciones. Los líderes Cameron y Jeremy Corbyn, todo el Parlamento, nos dieron una lección de responsabilidad
Hacía tres meses que «la mujer que creyó en un mundo mejor y luchó por él cada día», según su marido, recibía amenazas. La Policía diría en un comunicado oficioso que «estaba en proceso de darle protección, pero fue retrasado por razones burocráticas». Nada nuevo.
La corresponsal de LA RAZÓN en Londres, consternada por la noticia del asesinato, utilizó con razón los términos: «Nadie habría podido imaginar...» y «nadie habría podido pensar que...».
En la madrugada de un trágico 13 de julio de 1936 una patrulla al mando de un capitán de Asalto sacaba de su domicilio al líder de la oposición al Gobierno de la República, José Calvo Sotelo. Tenía 43 años. Apareció la mañana siguiente en el depósito de cadáveres. Habían asesinado al hombre que luchó contra «la lentitud senil» de los conservadores de la CEDA y el «propósito bien claro de los socialistas de instaurar su dictadura», en palabras de Paul Preston. Dolores Ibarruri ya le había anticipado en el Congreso días antes: «Ha hablado usted por última vez». Cinco días después se desencadenaba la Guerra Civil. El asesinato de Calvo Sotelo «había forzado la participación de muchos vacilantes –incluido Franco_ en el golpe del 18 de julio», en palabras del conocido hispanista británico.
Nadie habría podido imaginar...
Martin Luter King llevaba 13 años luchando por los derechos civiles de los negros. Pastor baptista desde 1954, entre marzo y abril de 1968 lanzó la ilusionada campaña del «I´ve been the mountaintop», («he ido a la cima de la montaña») donde pregonaba su esperanza en el fin de la separación entre blancos y negros.
El 4 de abril el disparo de un francotirador acabó con su vida. Tenía 39 años y había declarado repetidamente: «Como a cualquiera, me gustaría tener una vida larga». No obstante, en otras declaraciones era consciente de que su servicio a la comunidad negra tendría su coste. «Tenía un corazón de un hombre de 60 años», reconocieron los forenses que lo amortajaron. Hoy, Norteamérica tiene un Presidente afroamericano.
Nadie habría podido imaginar...
Ignacio Ellacuría S.J. tenía 59 años cuando fue asesinado un 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana (UCA), junto a otros cinco jesuitas y dos colaboradoras.
Sabía dónde estaba. Conocía los asesinatos previos de otro jesuita Rutilio Grande y del Arzobispo de El Salvador Óscar Romero. Siempre partidario de la negociación en la cruel y prolongada guerra civil que vivía El Salvador, vivió esperanzado la iniciativa del presidente Cristiani, negociando secretamente con el FMLN ( Frente Farabundo Marti para la Liberación Nacional), de pedir la mediación de Naciones Unidas. Estamos en junio de 1989. A Javier Pérez de Cuellar, su secretario general, le debe América muchos servicios a favor siempre de los procesos de paz de los que muchos españoles fueron testigos directos (ONUCA, ONUSAL, MINUGUA), incluso comprometidos y eficaces actores. Cinco meses después de la iniciativa de Cristiani, el FMLN respondía con una ofensiva general para intentar demostrar su fuerza militar. Entre los objetivos figuraba la conquista y ocupación de la capital de la nación, San Salvador. Dividida ésta por el Ejército en sectores de defensa, la UCA entraba en el correspondiente a la Escuela Militar, donde se temió seriamente por su caída en manos de la guerrilla. Se han escrito ríos de tinta sobre el porqué de la pésimamente ejecutada operación contra la UCA en la que un Estado de Derecho y un Ejército prostituyeron sus principios. Yo me quedo con una frase de un mando responsable: «A mí me van a apiolar, pero antes me llevo puestos a estos curas extranjeros».
El asesinato de Ellacuría precipitó el proceso de paz. Yo siempre he pensado que fue consciente de su servicio al pueblo por el que había entregado su nacionalidad y su inteligencia.
Nadie habría podido imaginar...
Hoy jueves un pueblo con historia decide en referéndum su futuro europeo. El voto lleva siempre dos componentes: uno cerebral, inteligente; otro visceral, instintivo, hasta primitivo.
No tengo capacidad escribiendo esta tribuna para predecir los resultados. Pero estoy seguro de que Jo Cox, aun a costa de su vida, habrá prestado un último servicio a su país.
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