Afganistán

El Ejército nigeriano arroja las armas ante Boko Haram

No se está cubriendo precisamente de gloria el Ejército de Nigeria. Los que ya tenemos una edad recordamos su barbarie en la guerra de Biafra, pero también su incompetencia. De hecho, uno de los héroes de aquel conflicto brutal, con las riquezas petroleras y el odio étnico de telón de fondo, fue un conde sueco, Carl Ericsson von Rosen , quien con unas avionetas «Malmo» armadas con cohetes puso en jaque a la, entonces, mayor aviación militar de África. Muy probablemente, en 1969 Nigeria hubiera estallado en pedazos de no haber recibido el apoyo general de Occidente, que dio barra libre a los envíos de munición y artillería par las fuerzas federales. La televisión, en blanco y negro, le mostró a mi generación que a los niños biafreños se les hinchaba el estómago antes de morir de hambre. El «parece un niño de Biafra» fue expresión que quedó en nuestro lenguaje coloquial. Hoy, la aviación nigeriana es una sombra de lo que fue y su propio jefe, el mariscal Adesola Amosu, tuvo que arremangarse, montarse en uno de los escasos cazas en estado de vuelo y atacar las posiciones de los islamistas de Boko Haram. Previamente, a uno de sus pilotos, derribado y prisionero, le habían cortado la cabeza y exhibido en Youtube. Detrás de la decadencia de la Fuerza Aérea nigeriana hay décadas de desidia y corrupción y, ahora, a toda prisa, tratan de poner en servicio una docena de viejos Mig fabricados en China. Pero si lo del aire no está como para tirar cohetes, lo del Ejército de Tierra escapa a cualquier explicación racional. Con unos 70.000 hombres sobre el papel, la defensa de las ciudades y aldeas del noreste del país recae, sin embargo, sobre milicias civiles someramente armadas. Ahora sabemos que la matanza y la destrucción que ha seguido a la toma de Baga, junto a la cuádruple frontera del lago Chad por la guerrilla islamista es un «aviso a navegantes» para el resto de las milicias. Las fotos por satélite, que publicó el viernes LA RAZÓN, y los testimonios de los supervivientes describen el salvajismo de los atacantes y dan cuenta de centenares de muertos y de miles de viviendas arrasadas por el fuego. Las tropas regulares encargadas de la defensa, simplemente, abandonaron sus armas y se retiraron en cuanto comenzó el ataque. Como no era la primera vez que se producía algo así, los ejércitos vecinos de Chad, Camerún y Níger han decidido suspender cualquier operación combinada con los nigerianos y han abandonado la base conjunta de Baga, sede de la fuerza multinacional que vigilaba la frontera. A cambio, Chad ha enviado tropas de refuerzo a Camerún, cuya franja norte está sirviendo de retaguardia a los islamistas, que se aprovisionan de ganado y grano, en previsión de que la revuelta prenda entre sus islamistas locales, herederos de unas tribus con mucha afición al merodeo y al asalto de caravanas. Como a Occidente se le acumula el trabajo y no damos abasto para bombardear en Siria e Irak, mantener en funcionamiento al Ejército de Afganistán; matar yihadistas en Yemen y Somalia, combatir a los guerrilleros en Mali y Argelia, impedir que se masacren musulmanes y cristianos en la República Centroafricana y, por si fuera poco, perseguir terroristas en nuestra propia casa; el asunto niegeriano se va dejando pasar. Tampoco el Gobierno de Lagos, muy celoso de una soberanía que no es capaz de defender, parece muy dispuesto a reclamar la ayuda militar internacional, por lo menos hasta que se celebren las elecciones presidenciales el mes próximo. Pero alguna decisión habrá que tomar, porque el riesgo de que se reproduzca un émulo del Estado Islámico en el corazón occidental africano es demasiado alto. En Washington se empieza hablar de una fuerza africana auspiciada por la ONU, pero sin demasiado entusiasmo. Y en Europa se confía en que sea el propio Estado nigeriano el que reaccione y ponga en pie un Ejército digno de ese nombre. Armas, desde luego, no le van a faltar.