El desafío independentista
El oasis de los buenos catalanes
El oasis catalán era tal, que crecimos viendo cómo Pujol era adorado en las televisiones como un gran hombre de Estado. En 2005, cuando a Pasqual Maragall se le escapó en sesión parlamentaria que el problema de CIU «se llama tres por ciento», se vio obligado a pedir humildemente disculpas. En aquel oasis, el popular Josep Piqué exigió la dimisión de Maragall por sus acusaciones de corrupción al anterior gobierno de CIU. En la profunda degradación del régimen hay alguien que está disfrutando más que un gorrino en una charca: es Arnaldo Otegi. Su imagen aparece exultante en cada foto, sea en una manifestación, un evento o un posado fotográfico en torno al secesionismo ilegal catalán. Otegi envalentonado ha dejado de disimular, como solía, y nos indica que no entendemos nada, que su inhabilitación como candidato a las elecciones hasta 2021 sólo es la ley y que él –como sus amigos golpistas– sólo responde ante SU –sic– pueblo.
Si la ley no importa, se blanquean los grandes delitos, y en su caso, la responsabilidad sobre una gigantesca máquina para subordinar al resto de ciudadanos. Eso va más allá que su propio pasado particular como terrorista. Uno de los acompañantes de Otegi en estas recientes fiestas y manifestaciones, Pernando Barrena, indicó en 2007 que «los que hoy son considerados terroristas puede que mañana no lo sean. Depende de quién gane la batalla política». Otegi y Barrena son recibidos como héroes por otros independentistas. Cuando los independentistas catalanes ensalzan a los líderes del entorno de ETA, sabemos que serán sus aliados en favor de la impunidad para los presos que cumplen condenas.
En el esperpento que se llamó Oasis catalán, el bufón, Albert Boadella se convirtió en uno de los pocos héroes. Se marchó, literalmente hostigado, con sus muebles hace pocos días de la casa de Rupit donde gestó su obra. Els Joglars reflejó ya en los años ochenta la verdad del régimen y no se lo perdonaron ni los «buenos» catalanes, ni la legión de los ciegos de conveniencia. Como no se perdona a los concejales y alcaldes que cumplen las leyes en distintos puntos de Cataluña.
Así las cosas, parece pertinente realizar algunas reflexiones sobre distintas formas de populismo excluyente, pero también sobre cuestiones del fondo del terrorismo de ayer y hoy. Durante décadas el espacio político e institucional catalán gobernado por los nacionalistas callaba la boca a los pocos que veían la mentira del trampantojo. Hace ya más de 17 años se publicó la hoja de ruta del Honorable Pujol para la infiltración nacionalista en todos los ámbitos sociales. Voy a evitar las comillas para no aburrir, pero se trataba de un plan estratégico para inculcar el sentimiento nacionalista en la sociedad catalana mediante políticas variadas y con la infiltración de elementos nacionalistas en puestos clave de los medios de comunicación, educativos, de la inspección educativa, entre otros, reforzando el alma social nacionalista. Estigmatizando lo español. Lluvia fina. En algunas cosas Pujol fue un adelantado a los populismos que nos azotan ahora: los planes de vigilar la composición de los tribunales de oposición, dominar los medios de comunicación, eliminar a los molestos, infiltrar el mundo asociativo, la muerte civil del disidente... Las autoridades europeas están escandalizadas con la amenaza sistémica al corazón del estado de derecho.
Los gobiernos de la nación cerraron los ojos y la burbuja del oasis creció, replicando en otros populismos identitarios que se van hinchando aquí y allá, hasta reventar esta crisis política de las que pasan a los libros de historia, mire usted por dónde.
Durante años se ha permitido que se incumplan sentencias y el amor por la lengua y la cultura catalanas ha servido para desviar la atención de la dominación y para ocultar los desmanes de un verdadero régimen de manipulación colectiva. Los nacionalistas catalanes propagaron que ellos son los buenos catalanes. Y al apropiarse de la identidad comenzaron a extender el veneno porque nadie quiere ser considerado un mal catalán o un anticatalán, o después, ser llamado español, o en un bucle malicioso franquista, o fascista...
En los años ochenta y noventa el nacionalismo gobernante también libraba y ganaba elecciones considerando malos vascos o antivascos a los que no eran nacionalistas vascos. Sólo hay que acudir a la hemeroteca de las campañas electorales.
Es un truco y una enorme amenaza. La identidad, la apropiación y manipulación de la identidad también está siendo utilizado en el mundo musulmán. El terrorismo, da igual el de ETA o el yihadista, no fueron, no son, solo atentados. Antes estuvo, está, la apropiación de la identidad de la comunidad. Y tras la manipulación o la coacción hay un objetivo de largo plazo y de largo alcance, el dominio: domesticarnos. Hasta llegar a ello, hay palabras y hechos, y el miedo y el estrés hace dudar, prueba el nervio de cada ciudadano –y el miedo– en el interior de una comunidad y de una democracia. Cuando un ciudadano es tachado como malo por los que se han apropiado de la identidad se afecta a la libertad de pensamiento y se generan espirales tóxicas de silencio y manipulación. Mucha de la gente con relevancia pública en Cataluña en las últimas décadas multiplicó la invención de infinitos espacios simbólicos y posturas intermedias catalanistas, sólo para evitar la calumnia, para no ser proscritos por los nacionalistas. En realidad la libertad de conciencia estaba mutilada. No es probable que los disturbios levanten un tsunami en las calles. Será incómodo, eso sí, pero llegarán diversas ofertas de reforma constitucional para reforzar la bilateralidad y las formas privilegiadas de financiación que no se llamarán así. Y nos dirán que hay que cerrar heridas. Y las autonomías pobres se aguantarán. Y la identidad como veneno de manipulación no será abordada y seguramente, la estrategia para la impunidad con los etarras seguirá acumulando fuerzas entre los otros independentistas y los izquierdistas -a los que sólo les falta el hisopo del agua bendita leninista-.
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