Venezuela

El saqueo reglamentado como vía al socialismo

Cuando desde el poder se lanza al pueblo al saqueo hay que hacerlo bien. Porque todo tiene sus reglas. En principio, lo mejor es tener a mano un gremio de comerciantes extranjeros, mejor si son chinos o paquistaníes –también valen en su defecto los coreanos–, para que el populacho despache a gusto sus frustraciones. Ya se sabe que siempre subyace en la masa ese puntito xenófobo que conviene explotar. En Venezuela, sin embargo, el presidente Nicolás Maduro está cometiendo un error de principiante. Lo expresaba el jueves a gritos un tendero de origen árabe, Hakin Riffai, a quien la Policía de Anzuategui se llevaba detenido por negarse a bajar los precios de su mercancía: «Es mejor que entren todos a saco, me sale más barato». Por lo menos se ahorra el papeleo. Pero no. Salvo escasas excepciones, las tiendas de electrodomésticos, las ferreterías, las que venden juguetes, las perfumerías se vacían a «precios justos», bajo la atenta mirada de las Fuerzas de Seguridad, que mantienen en orden las colas de ciudadanos felices. Ya ha dicho Maduro que uno de los derechos básicos del venezolano es tener un televisor de plasma. El problema es que en las colas no todos van a lo mismo. Las fuerzas del mal, que no descansan, contratan compradores para hacerse con la mercadería a bajo precio. Así, en un país con la inflación desbocada, abocado a la inevitable quiebra del comercio, dispondrán de existencias para venderlas en el mercado negro. Negocio redondo. Hay quien se ha hecho con media docena de televisores al precio de uno. La práctica debe estar bastante extendida, puesto que ha llamado la atención de algunos economistas locales, como Francisco Faraco, que lo ha denunciado en la CNN. Nicolás Maduro, sin embargo, está exultante con su plan de saqueo organizado y el jefe del tinglado, Eduardo Samán, presidente del Instituto para la Defensa de las Personas en el Acceso a los Bienes y Servicios (Indepabis), habla de «victoria popular» para referirse a la destrucción gratuita del comercio minorista. Como nadie puede ser tan inconsciente, los analistas buscan explicaciones. La inmediata, es que se acercan las elecciones municipales y el Gobierno no las tiene todas consigo. Pero hay otra: Nicolás Maduro es un marxista de libro que ha heredado un sistema político –el socialismo bolivariano– que es ni fu ni fa. Hasta ahora, el desenfreno populista funcionaba con los ingresos del petróleo, pero la vaca se está quedando seca. Hay un dato revelador: en los 14 años del régimen, el consumo ha subido un 55 por ciento, pero la producción por habitante sólo lo ha hecho un 15 por ciento. La diferencia se ha colmado vía importaciones, sufragadas en su mayor parte por el Estado. El dislate ha hecho que sean los ingresos del petróleo lo que financian las importaciones, mientras que la inflación y el incremento de los costes de producción (con una subida del 712% entre 1999 y 2012) ha penalizado la exportaciones. Destruido el sistema industrial y agropecuario del país, Maduro tiene dos opciones: abjurar de la revolución o llevarla hasta sus últimas consecuencias: «período especial» a la cubana, con las cartillas de racionamiento, y blindaje de fronteras comerciales. Parece que va por ahí. De momento, ya ha conseguido inutilizar el Parlamento, otorgándose el poder de legislar por simple decreto.