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Entre dos años

La Razón
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Me gustaría tener la suficiente capacidad para prever, o simplemente intuir, lo que nos puede deparar este inmediato año 2017, visto lo que nos ha ofrecido el año que finalizamos. Es como si la vida, por muchos estudios prospectivos, por muchos análisis en profundidad, por muchos sesudos informes científicos, se negase a darnos el poder de prever, se empeñase en poner a prueba nuestra capacidad de superar imprevistos y sorpresas. Va con nuestra condición de humanos.

No tenían bastante los nostálgicos de la desaparecida URSS, que a los 25 años de su desaparición invocaban las supuestas glorias de su imperio, para que una de las joyas de su avanzada tecnología aeronáutica de entonces se precipitase precisamente al mar Negro, el de la permanente apertura de sus ideales imperiales hacia el sur, el que les abre al Mediterráneo; este mar más cálido, comunicado, cuna de civilizaciones, que el frío Báltico, el otro que marcó su historia. Para colmo de desgracias, el Tupolev despegado de Adler llevaba a bordo a un símbolo cultural de su potente ejército, sus admirados Coros. Aun en tiempos de la guerra fría, sus voces y bailes parecían no formar parte de aquel amenazante despliegue de regimientos acorazados que bordeaban los límites del telón de acero. Los apreciábamos como masas corales, porque además veíamos en ellos una especie de apertura cultural, y porque buscaban acercarse a nosotros interpretando con fuerte acento eslavo nuestra música más tradicional. No merecían un final así quienes intentaban dejar en las tropas rusas desplegadas en la dura guerra que vive Siria unos aires navideños, una bajada del listón de la agresividad que entraña una guerra. ¿Quién podía intuirlo el día de Nochebuena?

¡Tantos ejemplos! Porque a este tipo de accidentes, que siempre suelen conllevar errores humanos, se suman actitudes que claramente proceden de comportamientos nuestros. Si 2016 se caracteriza por algo, será por el fracaso de las consultas populares. Tampoco sirvieron los brillantes análisis de opinión ni los bien dotados equipos de sociólogos, para prevenir los fracasos de las consultas sobre el Brexit, sobre el proceso de paz en Colombia o el más cercano sobre la reforma constitucional italiana propuesta por Matteo Renzi. Analizadas fríamente, podía haber razones para las propuestas, pero en todos los casos significaron retrocesos, fracasos. No sé si aún en Reino Unido son totalmente conscientes de los negativos resultados de la consulta. Como espero que en Colombia encuentren el camino hacia la paz tras el referéndum poco respondido por su ciudadanía (sólo votó el 37% de su censo), anticipadamente celebrada a nivel internacional, lo que entrañó una especie de repulsa interna. Lo de Italia nos toca más de cerca porque la reforma propuesta por su Parlamento –se trataba de una ley más que discutida– se vistió de plebiscito personal a favor o en contra de su Jefe de Gobierno. Algunas reformas, como la de su Senado, constituían un buen banco de prueba para nosotros. No se sorprenda el lector ahora que el tema de las posibles reformas constitucionales ocupe aquí el lugar de la soga en casa del ahorcado.

Y terminamos el año con un gesto positivo: el abrazo que se han dado Obama y Shinzo Abe en Pearl Harbor. Ninguno de los dos había nacido en 1941 como para tener que pedir perdón. Pero en sus gestos y actitudes hay una seria superación de aquella tragedia sobre la que se han escrito ríos de tinta y filmado kilómetros de cintas. Cada uno tiene sus pecados que ocultar. Japón se veía estrangulado, cerradas sus vías de aprovisionamiento de materias primas y bienes de consumo. Alguien cree que a los Estados Unidos les venía bien una sacudida de conciencia para que su opinión pública se involucrase en un conflicto que había comenzado dos años antes. ¡Pero aquí queda el gesto, pasados 75 años!

Comenzamos 2017 con un conflicto en fase terminal en Siria, el más grave que hemos vivido en las últimas décadas y que podríamos decir tiene carácter de mundial: Turquía, Irán, Iraq, Jordania, Arabia Saudí, El Líbano, Rusia, Estados Unidos directamente involucrados. Grecia, Italia, Alemania, toda Europa, más que afectados. Espero que en este año que comienza el Daesh se convierta en potencia residual, también en Iraq. Creo que el acercamiento entre los Estados Unidos de Trump y la Rusia de Putin puede favorecer su fin. Pero no será un final feliz porque seguramente muchos pueblos conoceremos los zarpazos residuales de un movimiento anclado en el odio.

Africa seguirá demandando atención y conoceremos nuevos brotes de violencia. Libia resultó ser otro fracaso nuestro y nos costará contenerlo.

Mientras analizo el cambio de año, pasa delante de mí un amplio y preocupante escenario, difícil de reseñar en contadas palabras.

¡Sólo la confianza en nuestra cultura y la fuerza de nuestra razón harán que podamos afrontar con fe un incierto 2017! ¡Bien se lo deseo!