Luis Alejandre
Entre Hendaya y Gibraltar
Al rememorar el encuentro de Hendaya, al releer a Serrano Suñer y a cuantos han interpretado la difícil España de la primera mitad del siglo XX, dejo constancia del agradecimiento que debemos a cuantos, superando presiones internas y externas, nos libraron de entrar en dos guerras mundiales
Con su puntualidad habitual, Julio Merino en su «Retrovisor» nos recordaba el 75º aniversario de la entrevista de Hitler con Franco en Hendaya, un 23 de octubre de 1940. Aunque parte importante de las actas se hayan perdido, sí hay constancia del encuentro que comenzó pasadas las tres y media de la tarde en un vagón de tren llegado expresamente de París, que duró largas siete horas. Lo han estudiado en profundidad Luis Suárez («Los años decisivos»), Javier Tusell («Historia de España Siglo XX»), Payne («El primer franquismo») y Preston («Franco caudillo de España») entre otros historiadores. En 2006 la prensa nacional difundió los retoques introducidos en las fotos oficiales, técnica de propaganda de la que los alemanes eran consumados maestros.
El tema central de la entrevista era la posible participación de España en la guerra junto a las potencias del Eje. Las discusiones se centraron en las exigencias de Franco que el Führer consideró inaceptables: Gibraltar, Marruecos y parte de Argelia franceses, Camerún para unirlo a nuestra Guinea, más suministros importantes de alimentos, petróleo y armamento. Hitler no podía acceder a las demandas del norte de África para no debilitar al Gobierno colaboracionista francés de Vichy y en el fondo desconfiaba de la política española y en particular del general Franco.
El propio Julio Merino nos remite en su nota que «no hay más remedio que leer la obra ya clásica de Ramón Serrano Suñer, “Entre Hendaya y Gibraltar”». Y me tentó. Lo hice sobre una décima edición publicada en 1947 por una editorial que presidía Alfredo Sánchez Bella. Asumiendo subjetividades y justificaciones, el libro sigue siendo recomendable. «España –dice Serrano– era el pueblo del mundo que más necesitaba de paz» (pag 88) y la Guerra Mundial llegó cuando menos nos convenía. Insiste reiteradamente en la obsesión alemana de instalar una base en las Canarias y en las maniobras de un personaje «extraño y desconcertante» como el almirante Canaris, que llegó a insinuar que el Führer (pag 259) estaba dispuesto a desplegar sus divisiones en España el 10 de enero, a lo que daba largas el Gobierno español diciendo que «por razones presentadas a su tiempo era imposible entrar en la guerra para entonces».
Del libro, que no entra de lleno en la entrevista del 23 de octubre de 1940 fecha en la que Serrano llevaba tan sólo cinco días como ministro de Asuntos Exteriores, extraigo otros temas. Destaco la referencia de un viaje a Italia en junio de 1939 con un grupo nutrido de generales - Muñoz Grandes, Ríos Capapé, Castejón - a quien hoy su nieto, conocido dirigente político, parece desconocer el almirante Moreno y una bandera de la Legión que participó en los desfiles conmemorativos del final de la contienda española. Serrano, que reconoce estar más unido a Italia que a Alemania, se entrevistó con Ciano, con Mussolini y también con el Papa Pío XII y con Alfonso XIII. De este último habla con enorme respeto. «Siempre tendré fija su imagen, con uniforme de Almirante, a pie, solo, digno, desdeñando otro atentado, detrás del féretro de su jefe de Gobierno recientemente asesinado, D. Eduardo Dato».
Sólo quiero hacer un comentario a este obligado resumen: se podrán discutir presiones en el entorno del Gobierno; se podrán referir pulsos entre falangistas, militares y católicos; entre partidarios y contrarios a entrar en la guerra. Mussolini nos diría en agosto de 1940, dos meses después de la entrevista de Hendaya: «España, sin su intervención en el conflicto, quedaría al margen de la historia europea, quedaría sin futuro».
Pero lo cierto es que España se mantuvo fuera de la Segunda Gran Guerra.
Dedicamos tanto tiempo a interpretar negativamente nuestra historia, a manipularla a conveniencia según el momento político, que creo es conveniente resaltar que estamos orgullosos de algo que no hicimos tan mal. Se repetía otra neutralidad, también beneficiosa para nosotros, como la observada durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) que recientemente Fernando García Sanz («España en la Gran Guerra») ha estudiado en profundidad. Firmamos hasta 29 neutralidades, tantas como naciones se fueron sumando al conflicto. No salíamos de una guerra civil, pero sí de la pérdida del resto de nuestro imperio colonial, que también nos tenia sumidos en una «sensación de inseguridad, de indefensión, en la que llegamos a pensar que nos expoliarían hasta nuestro territorio». También discutían aliadófilos con germanófilos, y un Romanones en la oposición llegó a escribir con seudónimo un llamativo artículo «Neutralidades que matan» que más tarde matizaría y corregiría. De la mano de Alfonso XIII prevalecía la idea de Cánovas: «Amigos de todos, aliados de ninguno».
Al rememorar el encuentro de Hendaya, al releer a Serrano Suñer y a cuantos han interpretado la difícil España de la primera mitad del siglo XX, dejo constancia del agradecimiento que debemos a cuantos, superando presiones internas y externas, nos libraron de entrar en dos guerras mundiales.
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