José Jiménez Lozano
Escuelas contra palabreo
Todos sabemos, en efecto, que las dos grandes horrendas guerras mundiales, fueron producidas por los nacionalismos, y que los dos grandes totalitarismos nacieron de la simplificación del pensar y del asalto a las emotividades
¡Todo el mundo afirma que se fabrican nazis, nacionalistas o camaradas de otros diversos colores, a través de retahílas y gritos constantes hablados y escritos. Pero las cosas no son tan sencillas, y ni siquiera la persuasión de las masas es una mera cuestión de bocinas y altavoces, cables y conexiones, asunto mecánico para emitir ecos o ampliaciones de simplezas, que repiten la voz de su amo, y utilizan las técnicas de las ventas de mercancías o las del comediante del «Retablo de las maravillas» para que su público vea lo que no existe. Todo esto es un instrumento eficacísimo pero no suficiente.
Ante el indudable éxito del nazismo cimentado en la gran propaganda masiva, Manes Sperber comentaba que no era ningún argumento la extrañeza que mostraban quienes hablaban de la inexplicable contradicción de tal éxito en aquella Alemania de tan ilustrísima historia cultural, porque no era así, y realmente el nazismo no tuvo que enfrentarse a esa gran cultura, porque ésta era el patrimonio de una pequeña minoría fácilmente silenciada, mientras la gran mayoría vivía y se nutría de las relucientes banalidades del tiempo de la República de Weimar, y de toda la banalidad de la enseñanza general popular, de la que Aldous Huxley comentaba que algo tan hermoso y esperanzador para nuestros abuelos ilustrados, esta enseñanza primaria universal, se hubiera convertido, de hecho, «en el instrumento más eficaz del dominio del Estado, ha servido para la militarización de las masas, y ha expuesto a millares de personas a la influencia facilísima de la mentira organizada, y a la seducción de distracciones continuas, imbéciles, y degradantes». O, para la producción de «semi-letrados», como diría la Teresa de Avila, autosatisfechos con su sabiduría más bien congénita, y blindada.
En la situación de una cultura de la banalidad, la realidad de ésa cultura puede ser cualquier cosa –incluso su destrucción porque ésta ya no puede ser entendida–, y el negocio será para la banalidad y la basura; y la gran cosecha y beneficio para la Granja.
Todos sabemos, en efecto, que las dos grandes horrendas guerras mundiales, fueron producidas por los nacionalismos, y que los dos grandes totalitarismos nacieron de la simplificación del pensar y del asalto a las emotividades, de manera que tenemos que contar necesariamente con que ya sabemos, y que no podemos pensar y actuar como si no supiéramos. Y nos es necesario a todos tener una autodefensa crítica no sólo como un paraguas que nos proteja de cualquier cosa que llueva sobre nosotros, sino una actitud tranquila y tranquilamente crítica o de claro discernimiento de lo que se nos ofrece o a lo que nos fuerza. Y éste discernimiento tiene que formarse poco a poco, al resguardo de toda ideología y de espíritu de partido.
Entre tantas anécdotas, que se contaban hace unos años y que tenían como protagonista a don Miguel de Unamuno, estaba aquella según la cual, a quienes le pedían una colaboración y le argumentaban que poco le iba a costar a él escribir un folio o folio y medio sobre cualquier tema, contestó: «¡Cincuenta años!». Es decir todo el tiempo de sus estudios y de su profesión. Porque se supone –y se supone bien– que lo que se nos ha enseñado y lo que nosotros hemos adquirido en información y saber es lo que nos permite, un día escribir un folio o folio y medio, exigir también «hablar en plata y con las cuentas claras», y rechazar las grandes seducciones y los paraísos políticos y sociales, o jardines del Edén proyectados en una sábana blanca o en un palabreo encantador
El tiempo de armarse contra estas seducciones está, desde luego, en la escuela, pero más tarde será el obligado ejercicio del pensar. Porque la tarea es tanto más difícil cuanto hay que despedirse de tantas verdes praderas y fuentes cristalinas con las que se nos acuna en un mundo como el nuestro de tanto palabreo y tantas alucinaciones electrónicas, que resulta difícil prescindir de tales maravillas.
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