Luis Alejandre

Fiesta Nacional

La Razón
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Contemplaba ayer con cierta nostalgia y legítimo orgullo cómo unas jóvenes generaciones contribuían con paso firme, actitud comprometida y aptitud demostrada, a conmemorar nuestra Fiesta Nacional. No importaba la lluvia. No era una demostración de fuerza al estilo norcoreano, ni siquiera un «aviso a los navegantes» a quienes quieren romper nuestra unidad. Lisa y sencillamente constituía un homenaje a todos, un mensaje de normalidad, un recuerdo a los que nos dejaron y a los que sirven en misiones exteriores por mares y tierras hostiles. Más que romper y excluir, integraban banderas de otros aliados con los que compartimos la fuerza de la razón.

Me olvidé por unos momentos de quienes pretenden ensuciar el 12 de octubre con pretextos cuanto menos falsos. Recuerdo que en el monasterio de San Jerónimo de la Murtra de Badalona dio cuenta Colón a los Reyes Católicos en abril de 1493 de su primer viaje. Fernando se reponía de unas heridas tras el atentado sufrido en las escaleras del Palacio Real de Barcelona. Y ha tenido que ser precisamente la alcaldesa de Badalona la que ha querido significarse, siguiendo la traza de quienes quieren bajar a Colón de su columna en el puerto de la Ciudad Condal o de quienes han llenado de pintadas sus bajo relieves.

Igual se creen estos iluminados que la cultura grecorromana que nos sacó de la tribu y de lo que nos enorgullecemos, no contase con sus legiones que, ciertamente, no se distinguían por repartir solo estampitas del césar de turno. Pero como nos recuerda Ortega y Gasset: «Sólo una mente perturbada puede creer que las legiones romanas, crearon más conflictos que los que evitaron con su propia existencia».

Tengo aún grabadas en mi retina las imágenes de una Jura de Bandera para civiles celebrada el pasado domingo dentro del mismo programa de conmemoraciones de nuestra Fiesta Nacional. Se hizo en la bella plaza de armas del pueblo más oriental de España, el Georgetown de las dos últimas dominaciones inglesas, la Real Villa de San Carlos cuando temporalmente Carlos III recuperó Menorca, hoy Es Castell en el lenguaje popular y oficial , dado que todas las guarniciones y la población procedían desde tiempos de Carlos V del cercano castillo de San Felipe y de los «arrabales» que habían nacido al amparo de sus murallas.

Con despliegue más sencillo que el de ayer sobre la Castellana, el acto de Es Castell en el que juraron más de 300 civiles, revistió una indiscutible emoción, una misma liturgia, una semejante lectura histórica: la Compañía que custodiaba la Bandera procedía de un Batallón que lleva el nombre de Filipinas; los toques , rezos y canciones iguales. Ver como un Comandante General de Baleares descendía de su tribuna para dar un beso a una mujer de 89 años –la de más edad que juró– y un abrazo al más joven de 19, tiene un enorme significado.

Si el senador Josep Prat, que consiguió que el 12 de Octubre fuese declarado Fiesta Nacional levantase la cabeza, le dolería lo de Badalona, pero se alegraría leyendo estas reseñas. Él, que vivió el exilio en América, el ilustrado, el práctico, el moderno a pesar de sus años, el que nunca quiso interpretar la Historia en términos morales, comprobó viviendo con nuestros hermanos el enorme legado cultural que transmitimos. Todos los que hemos vivido un 12 de octubre en América –tanto da la del norte como la del sur– comprendemos a Josep Prat y valoramos su último servicio a España. También dirá alguien que la conmemoración no es genuina; que la compartimos con otros veinte países. ¡Como ayer compartíamos banderas con nuestros aliados! ¡Unidos!

Todo mezclado me lleva a reflexionar sobre el momento que vivimos en clave interna. Tras los temporales de primeros de mes, parece que la calma vuelve a nuestra vida política. Nos habíamos acostumbrado a asociar al partido ganador de unas elecciones como partido gobernante. No ha sido así esta vez. Pero hoy –creo–hay un consenso generalizado que considera que el acudir a unas terceras elecciones sería funesto para todos. Ya las hubo en 1836 con la Regente María Cristina y entre 1843 y 1844 con Espartero. Tuvimos cuatro entre 1871 y 1873, la última ya con cambio al régimen republicano. Y entre 1875 y 1917 celebramos diecisiete comicios generales. No creo que sea el buen modelo a seguir.

Desde esta misma tribuna recordaba la semana pasada el gesto de Ambrosio Spínola en Breda. Realzaba los beneficios de tender la mano, de evitar la humillación al perdedor. Y lo refería no sólo en clave de honor sino con sentido práctico. Si Breda debía ser una ciudad española, no era cuestión de empezar con soberbias y saqueos.

Me alegra haber escuchado por primera vez en discursos políticos la palabra humildad. Pensé seriamente que había desaparecido de nuestro diccionario. No sólo es un valor moral. Como en Breda, es también «realpolitk».