Acapulco

Fin de semana en el torturado Acapulco

La delincuencia común crece en los estados de México, como Guerrero, asolados por la guerra contra el narco

La Razón
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En los viejos tiempos, los violadores de las seis españolas de Acapulco ya estarían «listos de papeles». La alianza diabólica entre la Policía local y la mafia tenía algunas ventajas: mantenía a raya a la delincuencia común. En Japón ha sido lo mismo hasta hace cuatro días, como quien dice. A los grandes narcos, con sus territorios delimitados y su nómina de políticos y policías, no les hacía ninguna gracia la publicidad, y menos, con asuntos feos que pusieran los focos de la Prensa internacional en su «plaza». Así se entiende que lugares como Monterrey hayan trocado su estatus de «ciudad alegre y confiada» en campo de batalla inmisericorde. Pero, ahora, en esta guerra, que sólo en el pasado mes de enero se ha cobrado la vida de 1.104 personas, las bandas enfrentadas no dudan en «calentarle la plaza» al adversario para atraer sobre el cártel rival la atención de los medios de comunicación, la Procuraduría y el Ejército. El último «calentón», obra de los Zetas, le ha costado la vida a diecisiete músicos.

Los capturaron después de animar una fiesta y los arrojaron a un pozo estrecho y profundo en un rancho de Monterrey, en zona del cártel del Golfo. Las autoridades mexicanas los han incluido en el rubro estadístico de «vinculados a la delincuencia organizada». Ya decimos que no parece que sea el caso del asalto sufrido por el grupo de turistas españoles en Acapulco. Entre otras cuestiones porque, de lo contrario, estarían todos muertos. En el estado de Guerrero, donde se encuentra Acapulco, la lucha por el territorio ha fragmentado profundamente a los cárteles. Los cinco principales grupos –Pacífico, Golfo, Zetas, Caballeros Templarios y Familia Michoacana– han dado paso a cerca de una veintena de subgrupos con nombres rimbombantes – Comando del Diablo, Vengador del Pueblo, Comando Negro, La Barredora, Los Temerarios...– que han hecho de la zona una de las más mortíferas de México, que ya es decir. Neutralizada la Policía a base de depuraciones, deserciones y asesinatos; con el Ejército dedicado en exclusiva a combatir el narco y con los sicarios empeñados en una lucha a vida o muerte, la delincuencia común ha vuelto por sus fueros. En los villorrios indígenas, en las comunidades de la cadena montañosa costera, en los que no hay alcantarillado, ni carreteras dignas de ese nombre, los vecinos han organizado patrullas de autodefensa, con sus integrantes encapuchados, que no sólo instalan controles armados –un turista méxicano de camino a Acapulco recibió un disparo hace una semana por no detener el vehículo–, sino que detienen y encarcelan a quienes consideran delincuentes. Estas patrullas «ciudadanas» se multiplican y la presidencia de la República, en paladino reconocimiento de impotencia, no ha tenido más opción que negociar con sus dirigentes una especie de modus vivendi que impida, cuando menos, el tentador recurso al linchamiento.

De los asaltantes y violadores de las turistas españolas –no hay que olvidar el detalle nacionalista de perdonar a la única mexicana del grupo– la Policía estatal tiene ya algunas pistas. Forman una banda de media docena de jóvenes que se dedican principalmente al robo y que, probablemente, consumen estupefacientes y alcohol. Sin descartar la complicidad de algún individuo relacionado con la seguridad de la zona, pudieron fijarse en el grupo de españoles en la playa o en algún restaurante y decidieron seguirlos. La casa que habían alquilado, algo aislada, era un objetivo fácil. En definitiva, nuestros compatriotas fueron víctimas de una «falsa sensación de seguridad», pese a llevar un tiempo residiendo en el país. Habrá detenidos en breve, porque se sigue el rastro de los móviles y aparatos eléctronicos robados que tienen una gran demanda entre los peristas locales. Además, los delincuentes dejaron suficientes rastros biológicos en el escenario del crimen. En cualquier país desarrollado, con redes de cámaras y muchos postes repetidores de telefonía móvil, con archivos policiales eficaces, estos elementos bastarían para aclarar el caso en pocos días. Pero en México, las cosas no son tan simples. Lástima, porque es un país muy, muy divertido.