Relaciones internacionales

Guerra turco holandesa

La Razón
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Deberíamos remontarnos a las «guerras del turco», que enfrentaron a los Habsburgo con el Imperio Otomano, y releer con calma a Ferdinand Braudel, para saber si las ágiles y bien preparadas escuadras holandesas surcaron el Mediterráneo Oriental o las pesadas y artilladas otomanas se asomaron al Báltico tras los sustos de los sitios a Viena de 1529 y 1683.

Pero hoy, en 2017, sus dirigentes se han declarado la guerra. Guerra en principio diplomática, sin bajas físicas. Guerra entre uno de los países fundadores de la Unión Europea y otro que pretende entrar en ella. ¡Ya tiene Erdogan un buen aliado en Holanda! Guerra sucia al rememorar insultantemente el presidente turco la actuación de un batallón de Cascos Azules holandés en Srebrenica en 1995, cuando el ejército serbio masacró a una indefensa población bosnia en un claro ejercicio de macabra limpieza étnica.

Turquía no está en la Unión Europea, pero está dentro de Europa: 400.000 turcos en la propia Holanda; varios millones en Alemania y países centroeuropeos. Es más: tiene la llave para permitir el paso de miles de refugiados y desestabilizar aún más a la Unión, bien sea a su núcleo duro –Alemania, Francia, Italia y España–, bien a los países que han respondido de diferente manera a la crisis, algunos de ellos –especialmente el Grupo Visegrado– en franca oposición a las políticas migratorias de Bruselas.

Pronta a conmemorar en Roma, el próximo día 25, sus sesenta años de vida, la Unión afronta un momento difícil. Mientras unos mantienen que los incorporados países del Este «se han acostumbrado sólo a pedir, como si la UE fuese un cajero automático», otros aprueban leyes en abierto desafío a normas de la Comunidad o de Derechos Humanos o presionan a los medios y al Poder Judicial. Cuando el presidente Hollande habla de vincular los fondos estructurales con los comportamientos políticos, se revuelven acusándole de chantaje y de exclusivo club de élite.

¿Qué subsiste en el fondo? La presión y las consecuencias de una grave crisis migratoria.

¿Y por qué? Porque no se ha actuado con decisión y valentía en origen.

La misma indecisión del batallón de Cascos Azules holandés y de las propias Naciones Unidas en Srebrenica se reproduce ahora cuando se cumplen seis años del inicio de la guerra en Siria y constatamos miles de muertos, cuatro millones y medio de refugiados fuera del país, seis millones desplazados internamente. Es curioso que Erdogan, que tiene mucho que ver con esta crisis, se refiera al conflicto de los Balcanes, en los que finalmente la comunidad internacional «impuso la paz» con fuerzas militares. Somos muchos los testigos.

En Siria, involucrados directamente Irán, Arabia Saudí, Israel, Turquía, Rusia, Francia, Alemania y los EE.UU, se ha permitido todo, desde el contrabando de petróleo hasta la venta de armas y se ha jugado con varias barajas: económicas, religiosas, políticas, étnicas. La comunidad internacional ha deambulado entre el artículo 2.7 de la Carta de las Naciones Unidas («ninguna disposición de esta (Carta) autorizará a las NN.UU a intervenir en asuntos que son esencialmente de la jurisdicción interna de los estados miembros») y el 42 del Capítulo VII («el Consejo de Seguridad podrá ejercer por medio de fuerzas aéreas, navales o terrestres las acciones que sean necesarias para mantener o restablecer la paz y seguridad internacionales»). Sé que no es fácil contestar por qué si se hizo en los Balcanes no se ha hecho en Siria. Pero sí tengo claro que el conflicto sirio no es solo interno y de la exclusiva incumbencia del Gobierno de Damasco. Difícilmente podrá excusarse el Consejo de Seguridad ante el juicio de la Historia. Testigos de cargo: millones de seres humanos que han sufrido–sufren– esta guerra.

Escribo esta reflexión cuando los holandeses votan hoy en unas elecciones, las primeras de una serie de comicios que vivirá toda Europa.

El arco parlamentario del país de los tulipanes es amplio y sólo una coalición de tres o cuatro partidos podrá formar gobierno que seguramente continuará en manos de Mark Rutte. Pero puede ser significativa la victoria del islamófobo Geert Wilders que invoca una salida de la UE, al grito de «Holanda para los holandeses», un «Nexit» a modo y ejemplo de sus vecinos del otro lado del Canal.

Resumo preocupado: las crisis en Asia y África –Siria, principalmente– afecta indiscutiblemente a la estabilidad europea. Ciertos países de la Unión –Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia– se han opuesto abiertamente a la política de acogida de refugiados diseñada por Bruselas. Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión, ha llegado a hablar de un nuevo Telón de Acero.

Pero Europa no tiene fuerza –ni política ni militar– para imponer la paz. Y otros no están dispuestos a arriesgarse. No les va mal que Europa sufra y es difícil que las avalanchas migratorias lleguen a Moscú o a Nueva York.

¡Ya saben de lo que tienen que hablar en Roma el próximo día 25 nuestros dirigentes!