Reforma judicial

Huele a rancio

En Davos el Rey ha tenido que recordar que la ley está por encima de todos, que quien se rebela tiene que asumir su responsabilidad y que España es un Estado de Derecho. En un Foro tan distinguido y cuando algunos se empeñan en ensuciar el prestigio de España, causando el mayor daño posible, tales palabras eran obligadas en quien es jefe de un Estado identificado con unos principios que son las señas de identidad de una democracia occidental.

Pero el Rey no puede quedar en mal lugar: tiene que ser creíble. Así sus palabras fueron semanas atrás precedidas por las reprimendas que el Consejo de Europa, a través del GRECO o Grupo Europeo contra la Corrupción, ha dirigido nuevamente a España. En particular vuelve a criticarnos por el sistema de gobierno de la Justicia y, en particular, por la falta de interés de España por modificar el sistema de elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Cuando desde instancias europeas se insiste en la crítica algo habrá que reconsiderar: no vale censurar aquí las reformas judiciales en Polonia, pongo por caso, cuando a nosotros, un año más, nos sacan los colores.

Pero las palabras del Rey no quedan desautorizadas. Expuso lo que España es y criticó, implícitamente, lo que se aparta del deber ser. Y en este contexto no puede pasarse por alto la actitud de los dos grandes partidos nacionales por mantener el estado de las cosas. En febrero de 2017 se creó en el Congreso de los Diputados una Subcomisión para la reforma judicial, con el objeto de preparar la Estrategia Nacional de Justicia. Acabados los trabajos tanto socialistas como populares rechazan las propuestas para despolitizar el gobierno judicial, precisamente aquello en lo que Europa más nos critica y lo que más desprestigia a la Justicia.

Hay muchos más temas en ese informe (ministerio fiscal, ética judicial y fiscal, nombramientos y carrera profesional, etc.), pero GRECO concluye que se avanza a trancas y barrancas. Y es que en lo judicial todo parece presentar un aroma a esa vieja política representada por unos partidos que no se dan por enterados de las exigencias de regeneración que se palpa en el ambiente y que, insisto, se nos reclama desde Europa. Unos, por inmovilismo –fueron ellos los autores del desastre– y otros porque han hecho de la traición a principios y promesas su seña de identidad y han demostrado que, en el fondo, son iguales y les conviene lo que reprochaban. Huele a rancio, a falta de discurso, de algo que ofrecer.

Pero hay más pruebas de esta penuria política y ahí va otra también de estos días. Por ejemplo, el Instituto Nacional de Estadística acaba de ofrecer nuevos datos alarmantes sobre nuestro desastre demográfico, que muestran un país que envejece a golpe de más fallecimientos que nacimientos. ¿Cuál ha sido la reacción? La nada: el Gobierno nombró hace un año a una «Comisionada para el Reto Demográfico» cuyos trabajos son una incógnita; aunque para despropósitos el de Ciudadanos que en un debate parlamentario y pese a nuestro drama, aludía como medio para luchar contra el cambio climático planetario controlar el número de hijos.

Ninguna reacción a que de no ser por el aborto legal ahora podíamos ser dos millones y medio más de españoles y todo lo más se identificaba el drama demográfico con el futuro de las pensiones, algo evidente y que no excusa de actuar sobre las causas. Aún ceñida la reflexión a eso, lo que se propone es o una nueva fórmula de cálculo –propuesta gubernamental– o financiarlas con un impuesto que recaiga sobre la banca, propuesta socialista basada en que como los pensionistas contribuyeron «con el sudor de su frente» al rescate bancario, ahora la banca debe devolver los dineros. En fin, a falta de concreción dejo de lado el problema jurídico de este tipo de tributos no ya finalistas, sino revanchistas.

Son ejemplos dispares pero que aluden a temas cruciales y si los cito es porque evidencian la necesidad de un cambio radical en el discurso público y la orfandad política creciente en que se ven miles de ciudadanos, lo que explica que vivamos un momento idóneo para que surjan nuevas opciones realmente regeneradoras.