M. Hernández Sánchez-Barba
Jürgen Habermas
Hasta 1964 fue profesor de la Universidad de Heidelberg. Sus «Ensayos políticos» aparecieron en 1985. Por otra parte, «Teoría y praxis» (1963) abrió espacio a «Ciencia y técnica como ideología», que inicia su atención respecto a la visión lógica de las ciencias sociales y la temática de cultura y crítica con un manifiesto interés hacia el análisis del comportamiento. Todo ello como crítica del positivismo, corriente filosófica que tuvo también orientaciones muy diversas en la Francia de la primera mitad del siglo XIX, desarrollándose en la segunda parte del siglo en todos los países europeos. El término fue acuñado por Saint-Simon y adaptado después por Auguste Comte para designar el estado «científico» del saber humano, en oposición a dos estadios precedentes bautizados como «teológico» y «metafísico».
Al estudiar la historia de la opinión pública burguesa como fundamento de la racionalidad y legitimidad del Estado democrático, Habermas intenta verificar la «dialéctica de la Ilustración». La antigua «razón» emancipadora burguesa, fundada en la autonomía del mercado en relación con la esfera productiva, cede lugar a una trama de relaciones interhumanas que recuerda el feudalismo, mientras el Estado asistencial postkeynesiano trata de crear una reforzada identidad del momento político de condición universal, pero privado en el momento económico. En referencia a ello, la teoría de Habermas respecto a la participación de la opinión pública, sector otorgado a los ciudadanos en el capitalismo avanzado, es en gran medida ficticia.
Se argumenta así: se ha ampliado la esfera de la opinión pública en virtud del sufragio universal y la difusión informativa: prensa, radio, televisión, móviles, internet...; pero, por el contrario, ha sido vaciada de poder, ya que, por una parte, mantiene latente la naturaleza de los intereses particulares monopolísticos en conflicto; y, por otra, reduce la participación en la proclamación de una elección política previamente determinada. El consenso democrático, que legitima las instituciones políticas, desarrolla la reflexión sobre las «auténticas» necesidades sociales, sustrayéndolas de las «falsas necesidades» creadas por las imposiciones derivadas de los programas legislativos, previstos por aquellos que están seguros del triunfo electoral.
Habermas desarrolla una normativa de la «identidad del yo» en virtud de una «competencia comunicativa», capaz de mostrar las distorsiones, asimetrías y censuras que condicionan empíricamente todo proceso de comunicación. Tal competencia la explica en estrecha relación con la lingüística de Chomsky y Searle, la hermenéutica de Karl-Otto Apel y el psicoanálisis de Alfred Lorenzer, así como en abierto antagonismo con el neoempirismo de Karl Popper y la teoría de los sistemas de Niklas Luhmann. Cuando se afirma la «acción social» hay que comprenderla como una «sistema de cooperación» que en realidad subraya ideas de Habermas, que considera la dinámica intelectual como un «estado contemplativo». Posición que ya le sitúa en la frontera de la mística. En realidad, Ludwig Wittgenstein habla del tema con mayor atrevimiento cuando afirma, en «Ciencia lingüística», que «el límite del lenguaje se revela en la imposibilidad de describir el hecho que corresponde a una frase, que es su traducción, sin repetir justo esa frase».
Habermas advierte que la competencia se transforma en acto. Esta es una actitud reduccionista, desde la cual pueda configurarse un modelo de interacción que alcanza consistencia. Se trata de un sistema que une «comportamiento» con «acción», interfiriendo en el dilema lo «competitivo» con lo «estratégico». Ello es el germen de la institucionalización que cualquier «acto» origina en él y se abre en un «enunciado emocional» que se separa en sucesivos trances hacia un postulado ético, dibujando una definición moral. «Acción social» y «acción moral» se enfrentan directamente. Habermas reconoce que toda su teoría se vincula inevitablemente a la acción. El paradigma político consiste en que la opinión pública ya no tiene poder: los intereses en conflicto tienen más fuerza que los intereses sociales.
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