Joaquín Marco

La diana catalana

La Razón
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Parece como si los medios trataran de atemorizar a sus lectores, pero la realidad, en sí misma, es ya suficientemente perturbadora. Europa no sabe o no puede o no es capaz de entender el problema que representan las migraciones que dejan día a día sus cadáveres en las desoladas playas griegas como testimonio de múltiples ineficacias. Si ello no parece suficiente descubrimos, como al azar, que la carne que comemos u otros productos de uso cotidiano producen cáncer. Es un descubrimiento a medias, pero sobresalta. Cae un avión de pasajeros en el desierto de Sinaí y los islamistas del ISIS se atribuyen el atentado (quizá sea un farol). Otra célula de la misma organización integrada por tres marroquíes que presuntamente pretendían atentar en nuestro país es detenida en Madrid; al día siguiente caen otros dos en la provincia de Barcelona: llevamos ya 60. No son tiempos para la lírica y menos para la lírica política. A contadas semanas de unas elecciones generales, cuando los partidos deberían, en interminable precampaña, proponer en sus programas las soluciones a los problemas –que no son pocos– de este país, estamos todos atentos al día a día político catalán que se venía venir desde hace mucho tiempo. Cataluña se ha convertido en el centro de la diana y, si no se remedia, puede llegar a convertirse en determinante en unas elecciones que han de remediar muchos otros problemas abiertos y dolorosos. Con astucia de político florentino, Artur Mas se lo está jugando todo a una carta cambiando de camisa y el independentismo catalán observa con satisfacción cómo España entera está pendiente de si los votos de CUP van a convertirle o no en el profeta designado por Carme Forcadell para conducir a una mitad de los catalanes a una arcádica república, alejados de males e insatisfacciones, porque la otra mitad ni siquiera cuenta en el «procès». El presidente Rajoy abrió los ojos, tras la llamada de Sánchez, y se decidió, cuando ya se gobierna sin las Cámaras, a emprender conversaciones políticas con líderes de diversas formaciones políticas y sociales.

Cataluña ha pasado a ocupar el centro de la diana electoral, pero lo que tal vez le convenga a Mas e incluso a Rajoy no puede ser razón suficiente para dejar de lado los problemas generales españoles que, por ahora, se mueven en una determinada dirección. Es más que probable que las próximas semanas nos inunden encuestas de todo signo. Se dice que un 30% de la población se muestra indecisa en el voto. A por éstos, no sé si agrupados en la centralidad, irán las diversas formaciones. Nadie espera ya mayorías absolutas y las parejas de baile tampoco están decididas. Si el PP consigue ser la primera fuerza podría sumar con Ciudadanos siempre que éstos no opten por arrimarse a un Pedro Sánchez muy moldeable. Cabe decir también que las formaciones políticas se presentarán a las elecciones con fisuras o remiendos. Los programas que se van desgranando (el PP mantiene un cierto hermetismo que tal vez matice su continuismo) han de ofrecerle al elector suficientes alternativas para animarle a depositar su voto aunque sin entusiasmo. Pero, a diferencia de otras elecciones, el enrarecido clima político y las nuevas formaciones demuestran que la política sí interesa al ciudadano. Saben los politólogos que pesará más que en otras ocasiones el voto joven y que las encuestas que se están haciendo deben tomarse con suma precaución ya que no existen precedentes de voto de las nuevas formaciones que ahora se presentan con aires de renovación, aunque el bipartidismo parece sobrevivir a las tempestades.

¿Y Cataluña? El cómo se resuelva y derive el laberinto catalán influirá sin duda en las elecciones generales. Pesará el tratamiento que el actual Gobierno decida aplicar a las diversas provocaciones programadas. Hay algo que conviene ya tomar en consideración: Convergència y Esquerra Republicana abandonan en las elecciones generales la fórmula del Junts pel Sí y se presentan por separado. Podremos observar cuánto le resta a Convergència de apoyo electoral tras su imaginativa propuesta en las catalanas. Rajoy sabe ya que las cifras de la macroeconomía, aun siendo favorables, no van a llevarle de nuevo a un éxito espectacular como podía suponer hace unos meses. El contexto económico europeo tampoco es para repicar campanas y el próximo gobierno, con los matices que tenga, no lo va a tener fácil. Los presupuestos aprobados –a los que se mostró reticente Europa– van a suponer un cierto corsé, aunque puedan modificarse, pero el techo de gasto habrá de ser más o menos el propuesto. Las elecciones catalanas no sólo han dividido Cataluña en dos mitades casi simétricas, sino que han servido para alertar al resto del país de que aquellas «nacionalidades» de la Constitución se intuyeron ya en su origen como problema. Tal vez haya llegado la hora de reformarla y diferenciar lo que nos une de lo que nos separa; es decir lo que significan identidades diversas. Pero sería un grave error centrar la campaña electoral, en la que ya de facto nos hallamos, en una problemática tan específica y cambiante como la catalana. Es tan sólo parte del problema y de algún modo hay que resolverlo.