Historia

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La más hermosa revolución

La Razón
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2017 promete. En lo que a efemérides se refiere este año se cumple el primer centenario de la Revolución Rusa y, seguro, se debatirá, se reflexionará sobre una de las mayores tragedias padecidas por la humanidad. Ya hay quien ha saludado el acontecimiento en un tuit: «Que el centenario de la más hermosa revolución de la historia, sea estímulo para la construcción de fraternidad internacional». Es del concejal responsable de la Hacienda madrileña y, cursilería aparte, demuestra o cinismo o ignorancia o perversión intelectual. O las cuatro cosas a la vez. Como concejal no sé si se habrá fijado en las placas diseminadas por Madrid recordando a las víctimas de los numerosos atentados terroristas cometidos aquí por ETA, también por el GRAPO o el FRAP; algunas de esas víctimas fueron compañeros míos. Son los crímenes de unas bandas de inspiración marxista leninista, estalinista, para más señas y con ellos sus autores concretaban, llevaban a los hechos esa «hermosa revolución»: contribuían así «a la construcción de fraternidad internacional» que anhela nuestro edil.

Es el primer centenario de una ideología que ha sembrado la Historia de cadáveres, que ha destruido y sigue destruyendo naciones enteras, que ha triturado la vida de millones de personas, que ha hecho de la pobreza, el terror y la opresión señas de identidad. Una ideología criminal pero revestida de un halo romántico, que tiene buena prensa. Ya en sus primeros años, cuando computaba por millones los muertos causados en la Madre Rusia, había círculos intelectuales occidentales que admiraban aquella revolución y así hasta ahora. No perderé tiempo relatando cómo ser comunista, ser marxista, da notoriedad, es sinónimo de progresismo: incluso hay débiles mentales que aún equiparan a Marx con Jesús o se fascinan ante las gestas de sus siniestros iconos, como los asesinatos del Che, u olvidan los del castrismo.

Hay que reconocer el magistral empleo que hace de la propaganda, como lo demuestra nuestro actual mapa político. Se podrá decir que, a estas alturas, es una bandera ya descolorida, pero una cosa es la puesta en escena y otra –que no cambia– sus fundamentos e intenciones. Sí me ha sorprendido –y desde siempre– que sus propagandistas hayan logrado demonizar, incluso en el lenguaje, a sus primo hermanos ideológicos: a nazis y fascistas. Todos provienen de las mismas raíces filosóficas pero, Segunda Guerra Mundial mediante, su pericia propagandística ha logrado que «fascista» sea un insulto; tan es así que cuando nuestros comunistas ya no podían seguir callando ante los atentados etarras, sus familiares ideológicos, sólo fueron capaces de balbucear que ETA es fascista: de serlo ¿habría tenido una historia criminal de más de cuarenta años?

Espero que en este 2017 avancemos para acabar con tanta impostura; que empiece a ser vergonzante, motivo de repudio, llamarse comunista, que haya poblaciones con calles dedicadas a sus personajes pasados o contemporáneos –¿se imaginan dedicarle una a Hitler o Himmler?–; en definitiva, en tiempos en los que se habla de «tolerancia cero», que ésta se aplique a todas esas ideologías destructivas porque a estas alturas nada hay de qué hablar con nazis, fascistas o comunistas y éstos con sus distintos disfraces, estilos o verborrea.

En tiempos de pensamiento débil y relativista el peligro de esas ideologías genocidas sigue ahí. La nazi o la fascista está muy desactivada, pero hay vientos que inquietan y que parecen decirnos que no nos hemos enterado de nada. Por ejemplo, leo que en 2016 las ventas de «Mein Kampf» de Adolf Hitler se han disparado. En cuanto a la comunista, su bandera anda ciertamente muy desdibujada: ya no cantan La Internacional sino «chúpame la minga Dominga»; no ensalzan la gesta del acorazado Potemkin, sino que asaltan supermercados o se despelotan en las capillas; no se escribe algo semejante a «El capital» sino que lucen su intelecto en ese portento que es «La Tuerka», intelecto que apenas da para un tuit y, en fin, su revolución pasa por dar clases sobre estimulación del clítoris.

Zafiedad y vulgaridad son ahora sus señas de identidad para vergüenza, además, de un sistema universitario que permite tenerlos como maestros. Mucha penuria intelectual pero tapada a golpe de una eficaz demagogia: embaucan y gobiernan, en eso no han cambiado.