Historia

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Lecciones del pasado

La evolución interna que experimentó la República puede y debe ayudar a descubrir un peligro que ahora asoma. La clave en la estabilidad de un Estado se encuentra en la obediencia a ese conjunto de leyes fundamentales que ahora calificamos de Constitución

La Razón
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El populismo cobra en nuestros días fuerza porque se están repitiendo algunos de los hechos acaecidos en los años 30 del pasado siglo, especialmente aquellos que consistieron en sustituir a los que como Indalecio Prieto se mostraban mejor preparados para ejercer las funciones políticas como Indalecio Prieto por los extremistas que capitaneaba Largo Caballero a quien curiosamente se llegaría a calificar de Lenin español, por sus inclinaciones hacia el totalitarismo soviético. Y entonces la República, que había comenzado buscando un entendimiento entre muy variados horizontes políticos aunados en la Constitución, se rompió. Los historiadores estamos obligados a difundir y explicar los datos de que disponemos evitando en lo posible los juicios de valor que se instalan en la memoria histórica. Alfonso XIII a quien se reprochaba haber admitido la dictadura de Primo de Rivera como recurso indispensable ante la violencia desatada –un argumento que serviría también para suspender en Italia a los Saboy– había tomado la precaución de calificar su salida como simple suspensión de funciones. Podía enmendarse el error. Pero los partidos políticos en el pacto de San Sebastián rechazaron la idea. Había que cambiar la Constitución de 1876 en sus bases e introducir un nuevo sistema político. Al hombre de la calle se hizo llegar una muy radical equivocación: Monarquía y República son formas de Estado que garantizan las libertades incluso a los partidos políticos. En la prensa de aquellos días se repetía una y otra vez que la República era un régimen político lo que ilegitimaba cualquier variación.

Pese a la propaganda y a las violencias contra religiosos que se produjeron muy pronto –suprimir la Compañía de Jesús y rechazar la enseñanza católica– así como la expansión del antimilitarismo ni la Iglesia ni el Ejército se dejaron ganar por una descalificación que venia de otra parte. Recuerdo una chunga publicada en un periódico: «La República española tiene un año y no anda sola; su niñera que es Azaña de la mano la acompaña; esta niñera a su lado no acepta ningún soldado». Anticatolicismo y antimilitarismo se expandieron. El Vaticano instruyó a los obispos para que aceptasen la nueva legitimidad y cuando Segura de Toledo y Múgica de Vitoria fuero expulsados por sus manifestaciones la Curia romana les obligó a permanecer en el exilio para no quebrantar el status. Es curioso que Múgica, nacionalista vasco, y Segura se mostrasen más adelante adversos a Franco por razones distintas.

La evolución interna que experimento la República puede y debe ayudar a descubrir un peligro que ahora asoma. La clave en la estabilidad de un Estado se encuentra en la obediencia a ese conjunto de leyes fundamentales que ahora calificamos de Constitución. En 1812 cuando se preparaba el gran avance de Cádiz Jovellanos considerado como figura política mas eminente que había sabido resistir las amarguras injustificadas y rechazado la oferta de José I ya explicó una de las grandes verdades. La Monarquía hispana desde sus remotos orígenes en el siglo XIV siempre había estado dotada de constitución es decir conjunto de libertades. Con el paso del tiempo y a medida que surgían nuevos problemas se hacían reajustes y añadidos pero mientras se hallaran vigentes tales leyes tienen que ser obedecidas y cumplidas ya que del ejercicio de este deber depende la libertad. Esta es un bien que procede de que a cada ciudadano se respete. Hoy y precisamente cuando España puede jactarse de haber salido sin violencia de las trampas que el odio lleva consigo. Ciertos sectores políticos influyentes están buscando exactamente lo contrario y devolver a España aquellas fragmentaciones que la Monarquía había conseguido superar con indudables beneficios .

¿Dónde estuvo el error? Cuando en 1933 se convocaron las segundas elecciones republicanas ciertos partidos de la izquierda que confundían a la República con un régimen que solo a ellos correspondía ejercer anunciaron que si las derechas ganaban recurrirían a la violencia. Y así lo hicieron cuando la CEDA de Gil Robles alcanzó mayoría. Alcalá Zamora el presidente trató de buscar esa vía intermedia que es el centro recurriendo al apoyo de partidos minoritarios. No pudo impedir que en Asturias y en Cataluña se produjeran fuertes intentos de llevar adelante la revolución. Curiosa mente los revolucionarios asturianos utilizaron por primera vez el calificativo movimiento para definir su recurso a la violencia Hubo entre otros signos de ella asesinatos de religiosos a quienes se acusaba precisamente de serlo. Siguió inevitablemente una represión que aunque no fuera rigurosa sirvió para despertar el resentimiento de los vencidos.

Ahí están las páginas que cuidadosamente hemos s de leer. Para una muy reducida porción de españoles de uno u otro lado de la línea se trata del recuerdo de experiencias vividas. Se estaba entrando así en el canal siniestro de la violencia de una guerra civil. Fue cruel –todas lo son– y muchas de sus víctimas poco tenían que ver con la política: eran resentimientos de clases o escuetamente de religión. Sería falso poner la responsabilidad exclusivamente sobre un bando. Y lo estamos haciendo. En otro aspecto conviene no olvidar que la dureza del caso español seria ampliamente superada por la que seguiría en el universos mundo en los años siguientes.

Una buena oportunidad para guiar los pasos de quienes tienen la responsabilidad de construir el futuro. España ha sabido superar un amargo pasado restableciendo el modelo plural de libertades en el que trabajaran durante siglos generaciones situadas dentro de la que a si mismo se calificaba de Monarquía. No deberíamos perder esas ganadas. Cierto que es necesario pedir a los partidos que no aspiren al poder usando todos los medios. Su cometido es precisamente servir y no ser servido. La meta alcanzada debe salvaguardarse y no destruirla. Los ancianos así lo vemos.