Historia

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Manuel Fernández y González

El Ateneo Literario supo reconocer la situación de Fernández y González como novelista, en el momento en que la sociedad liberal-conservadora se lanzaba a la aventura de la Restauración

La Razón
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Este prolífico autor de novela histórica nació en Sevilla el 6 de diciembre de 1821 y murió en Madrid en la noche del 5 al 6 de enero de 1888. Hijo de un capitán de caballería que, en 1823, defendió tan ardientemente la causa constitucional que fue condenado a cumplir un arresto de castillo en la Alhambra de Granada, razón por la cual «Manolillo», con algo más de dos años de edad, se educó en esa portentosa ciudad, que consideró siempre como su «patria chica», en la que vivió hasta el año 1840, en que hubo de cumplir el servicio militar e ingresó en el Ejército. En Granada cursó Filosofía y Letras y Derecho, materias cuyo cultivo alternó, y su imaginación andaluza se inició en la literatura. En 1835 había publicado un poemario, acogido con entusiasmo, y siendo sargento primero en el Ejército, su primera producción dramática, «El bastardo y el rey» (1841), con el que quedó marcada su vocación literaria. Obtuvo licencia absoluta del Ejército y en 1850 contrajo matrimonio con doña Manuela Muñoz de Padilla, instalándose en Madrid, donde fijó su residencia definitiva.

En la capital de España aparecieron sus más conocidas novelas históricas, cargadas de dramatismo en sus personajes, entre las que destacaron: «El horóscopo real», «El cocinero en Su Majestad», «El condestable don Álvaro de Luna», «Martín Gil». Su imaginación y rapidez creadora, así como los excelentes frutos económicos que le ofrecían los editores de las novelas por entregas, que le pedían originales con una rapidez que él cubría con decadente altura de estilo, produjo un incremento en su producción que no se correspondía con la calidad. La Casa Manini le proporcionó ingresos que pasaron del millón de pesetas, escribiendo para ella «Doña Sancha de Navarra» (1854) y «Enrique IV, el impotente» (1854); la Casa Guijarro le firmó un contrato comprometiéndose a publicarle cuanto escribiese con un pago diario de doscientas cincuenta pesetas. Ciertamente pudo vivir en la abundancia, e incluso comprarse coche, en el que puso sus iniciales –M.F.G.– en las puertas, que la gracia popular madrileña tradujo como «Mentiras Fabrico Grandes».

Adquirió con sus extravagancias y la fértil imaginación de que hacía gala en sus innumerables escritos una gran popularidad. Con tal bagaje decidió ir a París, donde continuó escribiendo incesantemente folletines, con el entusiasmo de los editores y el aplauso del público francés, haciendo gala de su imaginación desbordada. De regreso a Madrid, poco después de la revolución dinástica de 1868, continuó con idéntica intensidad y fuerza, de las que dio muestras constantes hasta su muerte. En esta última etapa se expresó con abundancia e imaginación en novelas, poesía y dramas, así como obras de crítica y de costumbres. En 1860, con motivo de la concesión por la Academia Española a Cervino, autor de un poema donde celebraba las victorias españolas en Marruecos, publicó Fernández y González en el «Museo Universal», una nota crítica que produjo asombro por la abundante riqueza de buen sentido, justas apreciaciones críticas y profunda analítica que aplica en los versos premiados por la Academia, lo cual pone de relieve cómo la necesidad de vivir, no compaginada con la condición de escaso contenido científico que puso de manifiesto la enorme producción de que había hecho gala, no era óbice para dejar de tener en cuenta una formación que, en el momento histórico de su vida, le impidieron conseguir una cultura y un prestigio científico. Sin embargo, el ilustre Ateneo de Madrid, la tribuna de políticos y literatos de la época romántica, Olázaga, Donoso Cortés, Moreno Nieto y tantos más, le otorgó refugio intelectual en su vejez.

El Ateneo Literario supo reconocer la situación de Fernández y González como novelista, en el momento en que la sociedad liberal-conservadora se lanzaba a la aventura de la Restauración. Téngase en cuenta que Fernández y González escribió más de seiscientos volúmenes, en gran medida de materia histórica, en los que se deben apreciar más la escenografía que las tramas y los personajes. Pero su genio andaluz y la gracia madrileña, que se vierten con abundancia, adquirieron más valor literario que realidad histórica. Es uno de los literatos más fecundos de la historia literaria española.