Francisco Nieva

Minucias y comparaciones

La prevaricación y el cohecho no puede erradicarlos ningún sistema. Debe cambiar el hombre. Y también la mujer, por supuesto. Pero digamos también que en un concilio vaticano se llegó a discutir sobre si las mujeres tenían un alma

La Razón
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En historiografía existe un método denominado comparatismo, basado en la comparación de los tiempos históricos, en sus similitudes o diferencias, qué cosas de facto las alejan o las acercan. Los resultados inducen a una reflexión equilibrada y justa. Por ejemplo:

Cuando yo era chico –y ya cuento con 92 años–, el párroco de la iglesia que había enfrente de mi casa les vendió a unos americanos los nobles bancos del siglo XVI y la pila bautismal, valiosamente labrada, del siglo XV. Los parroquianos se dolieron mucho del bajón ornamental histórico de su iglesia. Le pidieron cuentas a don Atilano Carreño, y éste les dijo que todo iba en beneficio de los pobres, tan abundantes en la región manchega.

Mi padre se enteró de que el cura era muy rico y tenía tres cuentas corrientes en tres bancos diferentes del país. Al cura rico lo mataron los milicianos comunistas, muy al principio de la guerra. Y lo estupefaciente del caso es que el Vaticano lo incluyó en la lista de mártires por Dios y por España, muy indebidamente. Imposible saber si esto puede suceder ahora mismo, todo puede ser. El papa Francisco lucha por erradicar tantos errores y demasías de la Iglesia, y ha pedido públicamente perdón por ello. Si comparamos el Renacimiento con el liberalismo capitalista, los abusos aún eran mayores entonces, arropados por toda la pompa del Credo católico, que justifica la aparición de Lutero, estimulador del mismo liberalismo capitalista, tan propio del protestantismo. No parece que las diferencias sean abismales. La prevaricación y el cohecho no puede erradicarlos ningún sistema. Debe cambiar el hombre. Y también la mujer, por supuesto. Pero digamos también que en un concilio vaticano se llegó a discutir sobre si las mujeres tenían un alma. Superior prueba de machismo en el seno mismo de la Iglesia. ¿Por que razón una mujer cobra siempre en el mismo oficio menos que un hombre? No digamos que sea porque tienen un alma más chica. Hay todavía multitud de mujeres que dependen de un proxeneta, que las convierte en mercancía, como el queso o la mantequilla. En la Antigüedad también era lo mismo, pero con otras formas.

Y un caso más: hace muchos años, la homosexualidad era un estigma abominable y hoy hemos avanzado tanto que el matrimonio entre dos personas del mismo sexo es posible. En Italia acaba de ser aprobado, con las previsibles protestas y quejas de la clerigalla y el pueblo. Pero a la vez, en lejanos países del ámbito musulmán, se los condena a muerte, se los arroja por un barranco, igual que se lapida a la mujer adúltera. Esto nos afecta menos porque sucede a miles de kilómetros. Ojos que no ven, corazón que no siente. Tan sólo en una pequeña parte del mundo occidental se celebra la fiesta del orgullo gay, en el resto domina la crueldad más extrema.

Y más todavía: ¿cómo y qué es un pobre? En mis tiempos de niño, un pobre gastaba alpargatas o abarcas y tenía un aspecto bien deprimente. No eran bien recibidos en ningún lugar público. Hasta se les caricaturizaba en las zarzuelas más populares:

Soy un pobre

soy un pobre cesante

de lotería.

Que no come,

que no come caliente

hace seis días...

La caricatura del pobre la hicieron muy bien unos dibujantes satíricos llamados Cilla y Mecachis. Consúltese la revista «Blanco y Negro», para una clientela bien desahogada económicamente.

Hoy, el pobre viste más o menos como la mayoría y no tiene tal aspecto de pobre, pero lo es, y con las mismas necesidades y angustias que antes. Comparativamente se ha cambiado mucho, pero no interiormente. La pobreza y el robo son males endémicos.

Han ocurrido terribles cosas en el mundo de las que no sabemos nada. Y es tanto como para decir que nunca existieron. La ignorancia nos mantiene vivos. No existe otro consuelo. Pero visto y probado está que el infierno somos nosotros en nuestro fuero interior. –¿Es esto el infierno?– Sí, sí, pase usted.

Soporten ustedes a este pobre aguafiestas.