Historia

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Occidente

La Razón
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El Rey Felipe II siempre tenía en la mesa de su despacho y muchas veces en su dormitorio un Atlas de Martines, que tal era el nombre de su autor y compilador, para saber con certeza dónde estaba «Occidente». En cuanto cristiandad con cabeza en Roma y El Escorial, el ámbito de la lengua latina; por oposición a Oriente, territorio de la lengua griega. Entre ambos mundos, los dos formidables focos de civilización: Mesopotamia, en Asia, y Egipto, en África, que marcan la frontera entre ambos mundos, interconectados entre sí por Alejandro Magno y la deslumbrante cultura helenística, resultado de las expediciones guerreras hasta la India. El eje de asentamiento de Roma y delimitador de su planta geoestratégica fue el Mediterráneo, el Mare Nostrum, como lo bautizaron con un fuerte sentido posesivo. El mar interno que comenzó a perder unidad con la división entre Imperio de Occidente y de Oriente y, más adelante, con la división en tres ámbitos culturales, con soberanía y acción en distintos sectores: la sociedad cristiana de Occidente, el islam y el Imperio bizantino, con capital en Constantinopla.

El eje de Cristiandad al que Juan VIII le había dado un sentido religioso de entidad cristiana, de pueblos y cultura cristianos. Los pueblos germánicos se asientan en las provincias romanas; en los sectores más occidentales del Imperio romano, como federados o invasores de estas provincias imperiales: «visigodos» en Hispania, «francos» en la Galia, «anglosajones» en Britania, «ostrogodos» en Italia. La única institución que perduró fue el Pontificado de Roma, que se convirtió de modo natural en el eje integrador de la orientación moral de los pueblos convertidos rápidamente al Cristianismo. Cuando en el 800 Carlomagno recibió la corona imperial hubo absoluta necesidad de distinguir respecto al Imperio bizantino. Carlomagno fue llamado «Faro venerable de Europa», o también «Imperator et princeps populi christiani».

Los pueblos de Occidente recobraron la conciencia de los lazos que los unían bajo la denominación de Cristiandad: el conjunto de los países europeos que reconocían la autoridad del Papa de Roma, cuya lengua era el latín, culturalmente sinónimo de Occidente. Desde el siglo XII y plenamente desde el XIII, Occidente era unidad religiosa, cultural y monárquica: Cristiandad Occidental. La relación política favoreció el desarrollo progresivo de la palabra Europa. San Juan de Acre cayó en 1291; Lituania se convierte al cristianismo latino en 1386; los turcos se apoderan de Bizancio en 1453; los Reyes Católicos conquistan el reino nazarí de Granada en 1492, que señala el final del Islam en el occidente de Europa.

«Europa» comenzó a aparecer en los textos. Eneas Silvio Piccolomini –futuro Papa Pío II– escribió en 1434 su «De Europa» y en 1458 comenzó a utilizar el adjetivo «europaeus». A finales del siglo XV la Cristiandad se extendió a través del Océano Atlántico por obra de la prodigiosa e increíble obra de extensión de la religión y la cultura de Occidente al Nuevo Mundo americano. No ha existido en la historia de la Humanidad una expansión que llevase a cabo novedad más brillante, sin que la leyenda negra haya podido prevalecer, que la expansión española a partir de 1492.

Pocos días después de la conquista del reino nazarí de Granada, el 30 de abril de 1492, los Reyes Católicos expidieron en Granada el «Privilegio de concesión de los oficios colombinos», que es el documento oficial del viaje llevado a cabo por su encargo: «Vos, Cristóbal Colón, vades por nuestro mandado a descubrir e ganar, con ciertas fustas nuestras e con nuestras gentes, ciertas islas e Tierra firme en la mar Océana...». El viaje fue un éxito: se descubrió la ruta, se comenzó el análisis navegatorio del océano y se hallaron seis islas. La última, bautizada La Española, cabecera en el mar Caribe de una América marcada por la exploración, la creación de gobernaciones e instituciones.

Cuando a finales del siglo XV Francisco López de Gómara en su «Hispania Victrix» describió América como «la mayor cosa de la historia del mundo, sacando la Encarnación y Muerte del que lo crió», la cristiandad se extendió desmesuradamente. España llevó al Nuevo Mundo toda su personalidad básica, sin importarle dejar de «tener» para «dar» todo su ser y su occidentalidad cristiana. Como ha dicho Fernand Braudel, España ha evangelizado todo un continente, ha promovido una «mímesis»: reto-respuesta; ha creado una economía mundo, ha sustentado un pensamiento creador, peculiar y original, desarrollado una ciencia, una literatura y un arte y, sobre todo, un robusto tronco común de humanismo cristiano de origen y raigambre en sus variantes indígena, ibérica y mestiza, a la que Vasconcelos denominó «Raza Cósmica». Con razón absoluta porque integró al mundo en una misma línea de occidentalización, de valores coincidentes en una misma fe y, en fin, un foro de estructuras creadoras de inusitada brillantez en circunstancias empíricas, sociales y económicas que han hecho «época» en momentos decisivos de la historia contemporánea.