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Panamá, entre Miami y Singapur

La Razón
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En mi primer artículo en LA RAZÓN sobre el Canal de Panamá, el sábado 25 de junio, tracé un esquema histórico de la vía de agua transístmica: desde los primeros sueños de Lesseps, de hacer un cauce totalmente a nivel, que a la postre se vio frustrado, que sólo con la independencia de Panamá en 1903 se hizo realidad, en 1914, con un canal de esclusas. Y tras un siglo de avatares, el pasado domingo 26 de junio de 2016, se abrió el nuevo Canal ampliado con dos nuevos juegos de esclusas de gran amplitud y calado.

El día antes de la inauguración, los invitados a ella participamos en la recepción organizada por el administrador de la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), Jorge Quijano. En tal fiesta previa a la inauguración, también conocí al presidente de la República de Panamá, Juan Carlos Varela. Nos presentó nuestro común amigo Guillermo Chapman. Tras las salutaciones de rigor, yo me permití recomendarle al primer mandatario del país, que en la segunda parte de su presidencia llevara a cabo la otra gran obra complementaria del Canal: completar el tramo que falta de la carretera Panamericana, estableciendo así el tráfico terrestre entre las dos Américas, del Norte y del Sur. Al día siguiente, se nos convocó para trasladarnos a la nueva gran esclusa –Cocolí, sobre el Pacífico– y allí estuvimos cuatro largas horas de espera, en medio de toda una fiesta panameña, de salsas, cumbias; hasta que llegó el barco portacontenedores chino, de la gran empresa Cosco, después de atravesar el inmenso lago de Gatún, que abastece todas las necesidades hídricas del complejo sistema esclusero. Cuando el barco chino asomó su inmensa proa, portador de 8.000 TEUs –más del doble de los contenedores que permite el canal antiguo–, llegaron los discursos, empezando por el ministro del Canal, Roberto Roy, y del administrador de la ACP, con los más elevados tonos patrióticos. Para terminar con las palabras del presidente Varela, quien tenía a su lado al Rey de España, Juan Carlos I, como invitado de excepción. Y fue el propio presidente quien recordó cómo en 1526, durante su primer retorno a España, después de la conquista de México, Hernán Cortés indicó al emperador Carlos V la gran conveniencia de abrir un Canal para unir los dos grandes océanos. Lo que se estudió cabalmente, pero con el resultado –diríamos con palabras de hoy– de que con la tecnología existente por entonces, no resultaba factible. «Que lo que Dios unió, que el hombre no lo separe», fue la sentencia resignada de Carlos, primer rey de España y de sus Indias.

Desde 1914 esa unión de los dos océanos se hizo posible, ya lo vimos antes. Y ahora se ha redimensionado por los grandes trabajos del consorcio hispano-italo-belga «Unidos por el Canal de Panamá», encabezado por la empresa española Sacyr: ellos llevaron a cabo la gran proeza tecnológica. El nuevo Canal ampliado será una gran contribución al comercial internacional: se pasará de un tráfico que hasta ahora representa el 6 por 100 del comercio marítimo mundial a posiblemente el doble; con buques de hasta 450 metros de eslora, 50 de manga, y de 14.000 TEUs en los mayores buques, el triple de capacidad de los anteriores «Panamax». Y aunque parezca mentira, una vez terminada la ampliación, ya se habla de un tercer posible recrecimiento. Una expectativa que circula muy inicialmente, sobre todo, según se dice, para desengañar a los que sueñan con hacer un nuevo canal en Nicaragua (la locura política de Ortega con unos misteriosos promotores chinos), o a los colombianos que plantean la posibilidad de un «canal seco» que comunique Cartagena de Indias con la orilla del Pacífico a través de un potente sistema ferroviario. En cualquier caso, lo que está claro es que los panameños tienen la oportunidad de aprovechar al máximo su «renta de situación», verdaderamente única: al controlar las dos bocas del Canal, y también por el hecho de que disponen de grandes espacios que quedaron libres de las antiguas bases de EE UU, y que hoy pueden servir para la implantación de nuevos puertos, así como para crear infraestructuras adecuadas de suministro de combustibles, almacenes de todo tipo, astilleros de mantenimiento y reparación de buques. Lo que significaría la creación de un emporio formidable. Lógicamente, todo eso ha de combinarse con un potente centro financiero (ya en ciernes) y toda clase de servicios complementarios del registro de buques con el pabellón panameño de conveniencia, así como de otras manifestaciones para el tráfico jurídico internacional. Sin olvidar el turismo potencialmente formidable, desde la Isla Contadora, a las Bocas del Toro, o desde Chiriquí hasta la tierra casi virgen del Darién. En el sentido que apuntamos, no oculto que mi viaje a Panamá lo he hecho no sólo por razones sentimentales: fue el país americano al que primero viajé en 1966. Vengo convencido de la necesidad de un estudio a fondo sobre las posibilidades referidas de Panamá, que sintéticamente cabría titular «Panamá, entre Miami y Singapur». Ya se sabe, Miami en el sur de la Florida, con el mismo nombre que le diera Ponce de León en el siglo XVI, constituye hoy un supercentro de turismo, a la vez que un gran escenario de comercio, un núcleo financiero de primer orden para todos los inversionistas de EE UU, y también de los millones de hispanos que allí concurren; con niveles de riqueza y renta muy elevados. En tanto que Singapur ya no es el puerto que fundara Raffels en 1819. Singapur es hoy una potente Ciudad-Isla-Estado promovida por la sapiencia de Lee Kuan Yew, eficiente padre de la patria: un centro portuario de primera, un gran mercado financiero y sistemas avanzados de industrias de alta tecnología. Creo que Panamá puede ser mucho de Miami y de Singapur. Pero para ello hace falta un proyecto estratégico, al que desde España podemos contribuir con ideas y con empresas, que en gran medida ya están allí trabajando. Y de todo eso tuve ocasión de hablar en una conferencia pronunciada en el Hotel Riu de la capital panameña, muy bien organizada por el embajador de España, Ramón Santos. Y gracias a su iniciativa tuve ocasión de intercambiar muchas ideas al respecto, con mi viejo colega Guillermo Chapman, el embajador, y también con jóvenes economistas como Eddie Tapiero. A ellos dedico este artículo escrito ya en un retorno no exento de nostalgias.

*Catedrático de Estructura Económica