Francisco Rodríguez Adrados

Perdiendo el tren de la Historia

Quedé vacunado contra un cierto socialismo y contra todo el catalanismo, huele a plato podrido ya

Una vez, un alumno llegó al Cisneros tarde cuando yo era allí catedrático hace muchos años y pretendía examinarse y que yo le pusiera en acta. Le dije: «Si Vd. llega a la estación y el tren ha salido ya, no le veo arreglo». Pues igual le está saliendo a España.

El nuevo mundo: China multiplicando su PIB, India también, crecimiento de Indochina, Japón, Singapur... la Europa Oriental, hasta Marruecos, los países de América. Una gran comunidad mundial con la economía, la ciencia, la democracia como motores.

¿Y España? Una de las potencias europeas: expansión económica, expansión cultural y científica. Nos respetan. Pero ha quedado aislada. Progrismo trasnochado. Muchos españoles se han tragado la leyenda negra, tienen un complejo de inferioridad injustificado.

Toda su fuerza se va en temas marginales (gays, frivolidades), o atrasados (pedagogías superadas, anticulturales), en disputas internas como las de las autonomías: la guerra contra la lengua española, que es por igual de todos; las disputas por el agua; quieren rehacer la Constitución para dar a cada región o grupo más poder y dinero. El Gobierno no tiene poder, tiene que recurrir a tribunales ... que tampoco lo tienen, se ha visto ya. Todo ello y los tabiques y duplicidades va contra la racionalidad.

Son aportaciones a lo local, están más cerca, sí, pero... Quitan fuerza a España y, así, también a lo local. El error catalán se ha querido curar con estatutos, uno tras otro, al final ¡con una nacioncita, una especie de Andorra! ¡Y decía Azaña, aquel supuesto genio, que con un mínimo estatuto, aperitivo de otros muchos, España iba a ser una balsa de aceite! Profeta detestable. Ya ven cuántos van, más detestable cada uno que el anterior. Y se han multiplicado los errores con los vascos y los autonómicos en general.

Así no pueden progresar ni España ni ellos. Cataluña es un país admirable, pero se hace odiosa con su eterno llorar, eterno pedir –y exportar el mal del autonomismo o independentismo, del mirar tan sólo al propio ombligo. Deberían estar contentos con sus valores y su historia, sí, pero dentro del entramado español: ha sido mejor para todos. Que no retrocedan a las taifas. Responsabilidad y solidaridad es la receta. Y un poco de modestia. Y menos politiquería ambiciosa.

Y hay el vicio de constantemente mirar a un pasado falsificado: la segunda república («¡cinco años de paz!», que dijo una televisión): mentira. Sí grandes liberales, gran progreso cultural, pero todo atrapado en la máquina de socialistas de Largo y de anarquistas y separatistas. Un desastre, yo tenía edad ya para verlo –y hay quien ve en aquello un ideal. Lean, lean lo que Azaña y Prieto escribieron ¡después! Yo me acuerdo de la pequeña Salamanca: los chicos a cantazos con los curas, el 1 de mayo los obreros pidiendo la cabeza de Gil Robles «para jugar al billar» (fui testigo, tenía 14 años) y la proclamación primera del Estado catalán (ahora es la segunda). Quedé vacunado contra un cierto socialismo y contra todo el catalanismo, huele a plato podrido ya.

Ése es el mítico pasado, el supuesto paraíso a repetir. Se decora ahora con un Podemos que no puede, por fortuna. Y hay míticos monstruos. Aznar, un monstruo: pudo equivocarse (lo de Vidal-Quadras) o envanecerse o no saber justificarse (lo de Irak), pero España creció. Y la obsesión de Franco: con sus aciertos y sus errores, dentro de unas circunstancias, la sociedad que al final de allí salió está en nuestro haber. ¿Por qué no dejar eso ya, y criticar los errores de ahora?

Mejor mirar adelante. Ahí están los desafíos: una unidad de la nación, sin tabiques ni disputas estériles ni más constituciones (y cumplir la nuestra), un entramado internacional en que EE UU son esenciales. Una educación seria, sin tontunas pedagógicas. Una demografía protegida, un sitio para los licenciados universitarios, que vegetan con becas bastante inútiles y vuelven sin tener donde meterse. Un apoyo a la cultura de verdad, menos culturilla y frivolidad, menos desmoralización de la juventud. Menos tópicos falsos difundidos por la TV, más ética. Etc.

Esto lo hacen otros países, aquí hay más base. Menos mirarse el ombligo, llorar, pelearse, difundir mitos absurdos, poner en el centro lo menos importante, gobernar a golpes contradictorios de timón. Proponer utopismos absurdos, el tiempo los retira, pero el destrozo queda.

Estamos mirando a un pasado falseado (lo bueno era la República, lo malo todo lo demás), combates estériles entre autoridades múltiples, creyendo que las causas marginales lo son todo. Mientras crecen la seriedad y la moral del trabajo en otras partes. Vivimos del espectáculo impresentable que nos traen a casa: de las ambiciones de las oligarquías, de los problemas marginales y del fútbol y las revistas del corazón, que dicen.