Antonio Cañizares

Peres y la sabiduría que necesitamos

Tuve el gran regalo, hace poco más de un año, de conocerlo en Jerusalén y conversar con él en torno a una hora. Me impresionó profundamente su persona y su gran humanidad

La Razón
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Ante un mundo tan convulso, tan lleno de contradicciones, tan cargado de tensiones, con ideologías colonizadoras que amenazan lo más fundamental de la persona humana y de la Humanidad, la familia, con una quiebra profunda del hombre en amplios sectores dominantes, tan extraño, en suma, se nos ha ido junto al Dios altísimo un gran hombre: Simon Peres, un hombre de bien y de paz y para la paz, «dichoso porque ha trabajado por la paz».

Tuve el gran regalo, hace poco más de un año de conocerlo en Jerusalén y conversar con él, en torno a una hora. Me impresionó profundamente su persona y su gran humanidad. En el saludo inicial le transmití los recuerdos del Papa Francisco, su amigo, y le dije textualmente las palabras que me había dicho el Papa: «Un gran abrazo para el presidente Peres». A lo que éste me respondió, abriendo los brazos: «¿ A qué espera?». Y me dio un gran abrazo.

Pasamos después a nuestra conversación, sentados y sin prisas. Lo primero que me dijo fue: «Israel y la Iglesia, en este momento, en esta hora del mundo, tenemos una grande y grave responsabilidad: decir a todo el mundo que sin Dios no es posible la convivencia, no es posible la paz, no son posibles los derechos inalienables de la persona, no es posible defender al hombre». Y sobre estas palabras versó nuestra prolongada conversación, en la que tuve la experiencia gozosa de encontrarme ante un hombre sabio con la verdadera sabiduría, de la que nos hablan y elogian las Sagradas Escrituras.

Éste es Simon Peres, el hombre de una pieza, judío de raza, del Pueblo elegido, portador de sabiduría. Creo, con toda sinceridad, que esta faceta del admirado y tan benéfico para la Humanidad entera, Simon Peres, es la clave, no mencionada en los medios, de su vida, de su pensamiento y de su hacer, del legado que nos ha dejado y la responsabilidad de seguir sus enseñanzas: «Sin Dios no es posible la convivencia y el reconocimiento pleno de la persona humana y de sus derechos».

Ésa es la senda que conduce a la paz. Sea este mi homenaje, mi agradecimiento y mi proclamación pública ante la muerte de Simon Peres y de mi compromiso con su persona, que me ha quedado grabado en lo más vivo de mi ser.

¡Cómo necesitamos hombres así en este mundo nuestro, también en esta España nuestra en estos días, o en estos tiempos! Y, a propósito de España, y del panorama con que nos encontramos, permítanme que recuerde y transcriba sólo unas palabras, sin comentarios ni glosas, de los Obispos españoles en su documento «La verdad os hará libres», del 20 de noviembre de 1990, a propósito de los poderes públicos: «Los cristianos hemos de ser los primeros en mostrar nuestro reconocimiento leal hacia los políticos. Sin ninguna reserva, ‘‘la Iglesia alaba y estima la labor de quienes, al servicio, se consagran al bien de la cosa pública y aceptan el peso de las correspondientes responsabilidades’’ (GS 75)».

«Carece de fundamento evangélico una actitud de permanente recelo, de crítica irresponsable y sistemática en este ámbito Consideramos, asimismo, con mucha preocupación el hecho de que, pese a la importante presencia de los católicos en el cuerpo social, éstos no tienen el correspondiente peso en el orden político. La fe tiene repercusiones políticas y demanda, por tanto, la presencia y la participación política de los creyentes».

«Junto a este reconocimiento franco hemos de recordar algo, por lo demás obvio: la vida política tiene también sus exigencias morales. Sin una conciencia y una voluntad éticas, la actividad política degenera, tarde o temprano, en un poder destructor. Las exigencias éticas se extienden tanto a la gestión pública en sí misma como a las personas que la dirigen o ejercen. El espíritu de auténtico servicio y la preocupación decidida del bien común, como bien de todos y de todo el hombre, inseparable del reconocimiento efectivo de la persona humana, es lo único que hace ‘‘limpia’’ la actividad de los hombres políticos, como justamente, además, el pueblo exige. Esto lleva consigo la lucha abierta contra los abusos y corrupciones que puedan darse en la administración del poder y la cosa pública y exige la decidida superación, de las que no está exento el ejercicio del poder político».

«La ejemplaridad de los políticos es fundamental, totalmente exigible para que el conjunto del cuerpo social se regenere. Por esto una operación de saneamiento, de transparencia, es imprescindible para la recomposición del tejido moral de nuestra sociedad. No se puede, por lo demás, separar la moral pública y la moral privada».

Al final de estos textos del año 90, tan actuales o actualísimos, sólo me queda decir aquella máxima: «Quien tenga oídos que oiga».

El testimonio de Simon Peres y estas palabras de los obispos españoles son una buena luz y guía, que necesitamos y agradecemos, para los momentos que vivimos y para salir de la encrucijada en que nos encontramos, por los caminos de la sabiduría que conduce a la paz y a la convivencia verdadera, fuerte y saludable.