José Luis Requero

Perplejidades y porqués

La alcaldesa de Madrid propone la mediación ante las reyertas entre bandas latinas. Frente al gansterismo neoyorquino de los años treinta, ¿alguien propuso mediar entre Lucky Luciano y Joe Masseria? Practican el buenismo con los malos y el malismo con los buenos

La Razón
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Leo un editorial de «El País» sobre la pelea entre bandas latinas rivales en la madrileña Puerta del Sol y que acabó con la muerte de un joven. No ha sido algo aislado. Días antes, otros jóvenes acosaron a una chica en el autobús, el conductor se lo recriminó y fue agredido. Días después, otra pelea, esta vez provocada por una banda de jóvenes dominicanos contra policías municipales. Y en Barbastro, un Guardia Civil murió en un control de alcoholemia. El autor, un menor de edad.

Leí con agrado ese editorial y aunque su autor era consciente de que hay un problema, tuve la sensación de eso que se dice en el escondite: templado, templado, cada vez más caliente..., pero no se quema. Perdón por el símil un tanto infantil, pero es que el editorialista apostaba, con acierto, por soluciones que vayan más allá de lo policial, que no rechaza. Proponía buscar salidas profesionales, escolares, de formación y ocio a los integrantes de esas bandas, pero no llegaba a quemarse. Eché de menos que antes del «qué hacemos» se plantease el porqué hemos llegado a esto, no sólo con esas bandas sino con la violencia juvenil en general.

Hay mucha tendencia a esa forma limitada de afrontar los problemas. Por ejemplo, ante la cotidianeidad de los tiroteos en Estados Unidos, Obama propone sólo controlar el acceso a las armas. No tengo noticias –no me constan– de que vaya a indagar en el porqué, en qué hay más allá de la facilidad y libertad de comprar y portar armas. Como esa familiaridad con las armas no es precisamente nueva, alguna reflexión merece que en los últimos años hayan aumentado los tiroteos. Quizás el problema más que en el arma esté en la razón de la violencia que lleva a empuñarla.

Algo parecido ocurre con la violencia doméstica, en concreto sobre la mujer: se dice que no es que haya aumentado, sino que ahora aflora lo que antes se ocultaba. Ese análisis servirá para las agresiones, pero no para los asesinatos, salvo que antes se ocultasen los cadáveres. Y lo cierto es que ahora hay más que antes, luego habrá que preguntarse el porqué se ha ido a más, habrá que ira las causas.

Tenemos un problema en alza y admito que en su base hay, al menos, un problema de educación, pero entre los que ven esa violencia con perplejidad tienen mucho que ver con una educación que no parece tener respuestas ni soluciones; además inyectan dosis ideológicas en la convivencia, la familia, la sexualidad, la libertad personal, que agravan ese problema. O asumen otras violencias: presentan como derecho la violencia del aborto o tontean con el islamismo radical o ven como posibles aliados a partidos del entorno terrorista o practican el escrache al adversario o callan ante él. Se aceptan esos planteamientos y se extrañan de que en los estratos más vulnerables –los jóvenes– haya proclividad hacia la violencia.

Perplejos pero sectarios, expulsan del debate a quienes defienden planteamientos que, como mínimo, deberían ser oídos, porque ofrecen soluciones que las ideologías no dan, y un modo de vida que, al menos, no genera ciudadanos conflictivos, más bien lo contrario. Pienso en la educación y en la visión cristianas de la persona, que no saca a la calle a jóvenes violentos, pendencieros o antisociales; sin embargo, pese a lo que aporta, es acosada, se quiere erradicar. Por supuesto que hay instancias no confesionales que proponen planteamientos muy positivos, pero si me fijo en las primeras es porque son atacadas con ahínco, a diferencia de esa violencia juvenil.

Ese laicismo apuesta por una ciudadanía de moral neutra, republicana, comunitarista, que o no soluciona el problema o lo alimenta o se queda sin respuestas. O hace el ridículo, como la alcaldesa de Madrid, que ante las reyertas entre bandas latinas propone la mediación. Frente al gansterismo neoyorquino de los años treinta, ¿alguien propuso mediar entre Lucky Luciano y Joe Masseria? Practican el buenismo con los malos y el malismo con los buenos. Y luego o se llevan las manos a la cabeza o miran a otro lado o, en un ataque de genialidad, echan toda la culpa a los recortes. El franquismo ya no cuela.