Sevilla

Ponencia Oldartzen

La Razón
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Convencido el entorno de ETA de que no podía con las estructuras y fuerzas del Estado decidió a finales de 1994 dirigir sus atentados criminales contra la clase política y los periodistas: «si se golpea a un eslabón bajo de la cadena política, la propia cadena magnifica el golpe y llega a atemorizar a toda la cadena». Se trataba de «socializar el terror». Semanas después en enero de 1995 asesinaban a Gregorio Ordóñez en el casco antiguo de San Sebastián en presencia de María San Gil. Luego vendría el de Fernando Mújica en enero también de 1996.Estos días los hemos recordado, como también al de Alberto Jiménez Becerril y su mujer Ascensión Ortiz, asesinados tres años después en Sevilla. En febrero del 1999 les seguiría Fernando Buesa. Eduardo Madina lo sufriría en propias carnes en febrero de 2002. Entre estas fechas, hay decenas de concejales asesinados del PP, PSOE y UPN cuyos nombres y cuyo sacrificio nunca deberíamos olvidar. Constituían el «eslabón bajo», según Oldartzen. Ellos simplemente se habían ofrecido para servir en su pueblo –Rentería, Ermua, Durango, Málaga, Zumárraga, San Adriá del Besós, Valdecavalls, entre otros– sin sueldo ni escolta.

Tampoco escaparon los periodistas: atentaron hasta ocho veces contra Luis del Olmo; otra contra Carlos Herrera y asesinaron a López de la Calle de «El Mundo», uno de los fundadores del Foro de Ermua, el movimiento surgido tras el vil asesinato de Miguel Ángel Blanco.

ETA lo intentó todo en cinco décadas: el asesinato contra miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y sus familias; provocaciones asesinas contra miembros de las Fuerzas Armadas, Magistratura, Diputaciones, y funcionarios de Prisiones y de la Policía; los secuestros, la extorsión a industriales, la lucha callejera, la presión política, la manipulación de sectores de la Iglesia Católica, la internacionalización del conflicto, las huelgas, el chantaje contra los Juegos Olímpicos de Barcelona y contra la Expo de Sevilla en 1992, las malas artes de abogados que se aprovechaban de las garantías de nuestro Estado de Derecho, la presión criminal en cada ronda de conversaciones. «No hay nada y tenemos que poner muertos sobre la mesa cuanto antes», ordenaba «Txeroki». El atentado de Barajas (Dic. 2006) daría cumplida respuesta a la sexta ronda de conversaciones que se celebraba en Suiza.

Escaparían Aznar y nuestro propio Rey Juan Carlos, contra quien intentaron atentar en ARCO, en el Guggenheim, Coruña y en Palma de Mallorca. El mismo Rey que en febrero de 1981 paró un golpe de Estado del que ETA tuvo mucho que ver: el año anterior –1980– había contabilizado 97 asesinatos; una crisis política consecuente había llevado a Suarez a la dimisión.

He hablado de pulsos, de romper cadenas, de sacrificios, de inmenso dolor. Porque tras cada nombre que cito –siento no poder incluir a tantos– y en sus entornos familiares, ha habido desesperación, incertidumbre, convulsión, dolor.

De ello extraigo dos conclusiones:

A quienes ahora adjuran de nuestra Transición simplemente porque han nacido más tarde o porque han olvidado antes, debemos decirles que el tránsito se apoyó en enormes sacrificios. No fue gratuito. Solo de ETA contabilizamos 3.517 atentados, 860 de los cuales con resultado de muerte: el primero en un lejano junio de 1968 contra el guardia civil Pardines, los últimos también contra los guardias civiles Sáenz de Tejada y Salvá en Palma de Mallorca en 2009 y contra el gendarme Jean Serge Nerin en Francia en marzo de 2010. Y cito solo una parte –aunque sangrante– del esfuerzo de muchos españoles por construir una España en paz, moderna, adelantada y europea, que es la que ahora han encontrado. Solo les pido ser consecuentes.

El segundo punto va referido a una Cataluña de la que algunos quieren apropiarse y que no estuvo tan alejada del sangriento devenir de ETA: Hipercor, Casa Cuartel de Vich, asesinato de Ernest Lluch, de los concejales del PP José Luis Casado en San Adriá del Besós y Francisco Caso en Viladecavalls, guardia urbano Gervilla en Barcelona, atentado contra el edifico del Gobierno Militar, coronel Leopoldo Garcia Campos, santuario etarra en Liçá de Munt; apoyo y justificación de «La Crida» culpando al Estado por no reaccionar a tiempo ante los preavisos de la banda asesina. Hicieron suyo en Cataluña el criminal: «No es nuestro problema si los guardias civiles utilizan a los niños como escudo» (Vich 1993). No es de extrañar por tanto que el alcalde de la ciudad no participase en ningún acto de reconocimiento. Luego completaría la jugada Carod Rovira diciendo: «Ahora solo me atrevo a pediros que cuando queráis atentar contra España, os situéis previamente en el mapa». ¡Estos lodos!

Todo bulle en mi cabeza. Olvidamos sacrificios pasados y parece que no hemos aprendido. Bien sé que los movimientos secesionistas catalanes no son los asesinos de ETA, la punta del iceberg de un separatismo más amplio. Tampoco lo intuían en sus sacristías fundacionales.