Historia

Historia

¿Puede repetirse la Historia?

El laicismo ha desembocado en una capitulación de la religión ante el Estado como recomendaban las ideologías. Augusto reconoció la divinidad como una dimensión de aquel poder completo y absoluto que había conseguido ejercer

La Razón
La RazónLa Razón

Es evidente que el suceder histórico no se repite. Pero las circunstancias coyunturales permiten penetrar a fondo en el contenido de la Historia descubriendo las causas. Esto sucede por ejemplo con la caída del Imperio romano. Normalmente la presentamos como «invasión de los bárbaros». En realidad esos extranjeros germánicos no hicieron otra cosa que apoderarse de un Imperio derruido. Sin las legiones, Atila no hubiera podido ser barrido. Pues bien: en la Europa actual se están observando actitudes repetitivas comenzando por ese retorno a los nacionalismos que reducen poco a poco sus dimensiones territoriales y nos devuelvan a la partición que ejecutó Diocleciano.

El laicismo ha desembocado en una capitulación de la religión ante el Estado como recomendaban las ideologías. Augusto reconoció la divinidad como una dimensión de aquel poder completo y absoluto que había conseguido ejercer. Las religiones que no se someten a él tienen que ser combatidas de uno u otro modo. Hoy también la omnipotencia en el orden moral se encuentra en manos del Estado o diríamos mejor de los partidos que consiguen asumirlo. Como una consecuencia han resucitado las dos formas de materialismo, estoico y epicúreo, que partieron el helenismo. Es bueno recordar que la tesis doctoral de Karl Marx y su punto de partida se centró en Epicuro. En ambos casos se descubre una coincidencia: el dinero. A él se refieren los que proclaman la necesidad de establecer un Estado de bienestar. Y de ahí proceden también los desórdenes del erotismo o de la codicia.

Roma fue perdiendo, como nosotros, los valores del patriotismo. Y el ejército ha dejado de ser un derecho/deber de los ciudadanos como predicaba la Revolución francesa –que cada soldado lleve en su mochila el bastón de mariscal– para convertirse en una sola profesión de mercenarios: de milites educados en los valores que permiten la madura sustentación de la ciudadanía han pasado a ser simples soldados que operan en lejanos horizontes pero no en el mantenimiento de la identidad de una «universitas» de ciudadanos. Poco a poco sobrevino en Roma el desplome del ius. También entre nosotros. Los delitos más graves son, al parecer, aquellos que se refiere al fraude en los impuestos.

Existe en Europa y en los países que con ella comparten esa cultura occidental una disminución en el índice demográfico. Fue muy grave en Roma. Pero hay que hacer notar que por ejemplo la población española decrece cada año porque los nacimientos no alcanzan los niveles de las defunciones. En el Imperio como ahora entre nosotros se descubre la necesidad de recurrir a la inmigración. Así se preparó el camino para godos, francos y sajones como ahora se está produciendo con las fuertes presiones orientales. También los germanos se vieron empujados por fuertes presiones. Es importante desde luego no confundir las nacionalidades con simples etnias. Un error que cometen ciertos sectores políticos españoles.

La rebelión de las masas, como tan certeramente definiera Ortega y Gasset, la cual hallamos ahora también en los cimientos del populismo que ha descubierto una curiosa forma de uniforme político en el mal vestir de sus dirigentes, sirve especialmente para rechazar las élites como si éstas fueran un mal. Es absolutamente falso el supuesto axioma de que la mayoría tiene razón. Todos los vehículos del progreso han sido puestos en marcha por minorías. La Iglesia nunca puede olvidar que en el principio eran doce y que incluso uno de ellos la traicionó. Son precisamente las minorías selectas las que permiten descubrir que la libertad procede del cumplimiento del deber y no del ejercicio de la independencia. De nada sirve que se nos reconozcan derechos si los demás no están dispuestos a cumplirlos. En nuestros días se confunden ambas cosas y acabamos creyendo que la libertad es poder hacer lo que a mí me da la gana. Cuando un político luce sus harapos en un acto social de relieve no solo está ofendiendo a quien considera élite sino que prácticamente se destruye a si mismo. Sólo el amor al prójimo puede otorgar a este su libertad.

Creció en Roma el poder del Estado, que se vio obligado a fabricar instrumentos costosos para su ejercicio. Y así se invirtieron los términos. En principio los magistrados eran administradores de aquellas rentas que por vías directas o indirectas llegaban al Erario. El Estado se acomodaba a sus posibilidades buscando ayudas en casos de especial dificultad. Pero los emperadores ilirios invirtieron los términos. El Estado fijaba previamente la lista de gastos y obligaba después a los ciudadanos a proporcionar por vía personal o territorial los medios necesarios. Un sometimiento que parecía arrancar de las raíces profundas de la esclavitud. Pues bien los presupuestos de los estados actuales se acomodan a esa misma norma: es el Estado quien fija el montante de las necesidades y obliga después a la ciudadanía a cubrirlas. La consecuencia es que gasta lo que no tiene. Y así el principal problema de las actuales formas políticas es una deuda que nunca puede ser amortizada.

Para hacer frente a estas coyunturales circunstancias se recurre a procedimientos que ya marcaran los totalitarismos. No son en la práctica de partido único, aunque aspiran a serlo. No olvidemos que Lenin empleó ese término para designar la forma de régimen que hace del Estado un instrumento del partido. Creímos haberlo superado en 1945 pero nos engañamos. La persona ha sido despojada de sus funciones reduciéndola a simple individuo. Es precisamente lo que advierten ciertos sectores de esos mismos partidos que reclaman el retorno al valor sustanciad de la personalidad. Tarea difícil pero merece la pena intentarlo. Ni el Estado ni el Partido deben hacer otra cosa que servir al ciudadano haciendo posible una vida dentro de los esquemas morales, que la Naturaleza nos muestra en otros términos la verdadera libertad.