José Jiménez Lozano
Recordando a los bufones
Don Francesillo de Zúñiga compuso una especie de crónica de Corte, un libro de lenguaje muy recargado, y de gracias bastante retorcidas, incluso descaradas, propias de un bufón que dice y hace bufonerías aun cuando diga verdades y, sobre todo si las dice
Un talentoso bufón de Carlos I, Don Francesillo de Zúñiga compuso una especie de crónica de Corte, un libro de lenguaje muy recargado, y de gracias bastante retorcidas, incluso descaradas, propias de un bufón que dice y hace dice bufonerías aun cuando diga verdades y, sobre todo si las dice. Pero hay que subrayar que, se abstiene de echar agua de fregar sobre nadie, aunque a veces nos narrara cosas un tanto raheces a propósito del estreñimiento del conde Benavente; y su estilo, otras veces tiene la dureza de un buril.
Esto ocurre, pongamos por caso, cuando nos pinta, al cardenal Cisneros como «una galga envuelta en manta de jerga». Y si se ha visto el maravilloso retrato del cardenal, un bajo relieve coloreado que se conserva en la antigua Universidad Complutense, nos parece que bajo aquella cortesanía subyacen un pensamiento y una determinación nada débiles ni líquidos, como diríamos de los nuestros.
Pero tampoco es esperable hoy que un cortesano dé noticias verdaderas sin halago y sin ira, como cuando Don Francesillo escribe: «El doctor Carvajal murió. Sus oficios pide don Pedro de la Cerda. Creo que no se los darán porque hallan que no es letrado, aunque él dice que estudia en las comedia de Terencio, é hallan que de ninguna cosa sabe nada». Así que lo que tenemos que comentar ahora, ante esto, es que nos extraña, además de la libertad en el hablar y escribir, el que nos informa de que examinaban para oficios de Corte, incluso a gente de apellido tan ilustre como La Cerda. Estamos muy desacostumbrados a estas cosas. y a contar otras que no sería hoy posible contar. como las que Don Francesillo también cuenta de la entrada del Emperador en Calatayud, cuando un labrantín de entre la muchedumbre, como vio que aquél iba con la boca abierta, porque los Austrias padecieron prognatismo y no podían ajustar fácilmente sus mandíbulas, le dijo al pasar: «Cerrad la boca, Majestad. Moscas de esta tierra son traviesas»; y que el Emperador contestó: «Del necio el consejo», y, al enterarse luego que era muy pobre, ordenó que se le diera un socorro de dinero.
Y quizás es ésta gracia un poco gruesa, pero desde luego lo que admiramos, de todas formas es el señorío de sí mismo por parte del Emperador, como cuando se queja a su hijo Felipe II de que los vecinos de Cuacos no le vendían patatas ni tencas del Tormes, por culpa de la flamenquería de su Corte. Lo que nos revela una cierta práctica del poder, que ahora nos deja con la boca abierta, y nos suscita melancólicas reflexiones en torno a un modo o estilo administración de un poder autocrático antiguo sobre medio mundo, si lo comparamos con la realidad de la administración de otros poderes delegados y autoridades electas de ahora mismo, de cuyas providencias ni el labrantín ni los de Cuacos hubieran salido tan bien librados; y los flamencos se hubieran quejado de una discriminación activa y de «flamencofobia», y habría que haberles regalado las tencas y las patatas, a cuenta de la discriminación positiva, que suponía el no haber querido vendérselas antes.
Pero ¡ojalá que nuestro lenguaje político, tanto arriba como abajo, discurriese en el plano de la ironía y del humor y hasta del sarcasmo con el que don Francesillos trata a don Pedro de la Cerda, pero sin un átomo de ira ni de vindicación del mundo entero que es como aquí, entre nosotros, suelen hacerse las críticas y las denuncias, quizás porque parece que ignoramos que el lenguaje lleno de palabras violentas es un escalonamiento de brutalidad que, llegado a un punto, no tiene otra salida que la violencia física, y la barbarie más primitiva, o en cualquier caso un espectáculo riña de gallos o de circo romano!
¡Quién nos iba a decir que un día los bufones de Palacio de hace quinientos años iban a pasar por ejemplos de lenguaje y compostura parlamentarios!
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