María José Navarro
Sordera nacional
Queridos amiguitos y compatriotas todos: han llegao las vacaciones. Parecía que el momento se resistía, pero nuestras playas ya presentan otro aspecto, ya van apareciendo las Quechua verdes al ladito de la orilla, las autocaravanas con cortina en los campings, y los coches con cuatro bicis en todo lo alto en nuestras carreteras. Es esa cosa hermosa e idílica del turismo familiar. Al mismo tiempo y de manera indisoluble, a la postal suele acompañarle también la reaparición de una especie tan vieja como conocida. Estamos hablando de la madre y/o el padre español, ambos sordos como tapias. La madre y/o padre patrios suelen acomodarse en apartamentos, hoteles, adosados y zonas concurridas y prefieren siempre este tipo de alojamiento a los chalets perdidos de la mano de Dios, porque ya se sabe que con niños es aconsejable estar cerca de una farmacia y de un garito donde vendan Calippos. Entrando por la mismísima puerta del lugar elegido y contratado, la madre y/o padre (españoles, insisto) pierden de manera inmediata el sentido del oído para convertirse en seres alienados, desprovistos del sentido de la realidad, y dedicados exclusivamente a la conservación del medio ambiente, a la conversación sobre Bárcenas o al gazpacho. Cualquier cosa vale, todo, excepto escuchar. Seguramente, si prestaran atención, caerían en la cuenta de que sus chavales usan un chillido altísimo a primeras horas de la mañana y de la tarde, y que gustan, además, de corretear cerca de las puertas ajenas llamando a voces a sus progenitores y de danzar alegremente en los fabulosos bares nacionales alrededor de las mesas de los desconocidos. Está feo generalizar, pero peor es cogerle manía a la infancia. Otro volumen es posible.
✕
Accede a tu cuenta para comentar