Joaquín Marco

Trump, el pesimismo profundo

La Razón
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Según algunas encuestas el casi seguro candidato republicano en las próximas elecciones estadounidenses, Donald Trump, se ha situado ya a un solo punto de la demócrata Hillary Clinton. El ascenso en la popularidad del millonario, que ha ido eliminando a sus rivales republicanos, no deja de sorprender incluso a los mismos votantes. Nadie dudó, desde los inicios de la precampaña electoral, de que una figura como la de Hillary Clinton (una dinastía) podía conseguir la nominación, pese al éxito de una incómoda figura como Bernie Sanders que se autodefinía como «socialista» y le ha ido pisando los talones hasta última hora. Y no resulta fácil conjugar términos como socialdemócrata o socialista en la terminología política estadounidense, porque se asimila rápidamente al de «comunista», que origina auténtico pavor. Sin embargo, los éxitos de Sanders, inclinado a la izquierda, permiten advertir una cierta decantación del electorado hacia extremos que los futuros gobernantes deberán considerar. Los mecanismos políticos no dejan de ser el reflejo de situaciones sociales y el ascenso de los republicanos en las primarias de Donald Trump lo confirman. Tal vez el excéntrico Trump no logre la presidencia del país dominante en Occidente, pero el hecho de que haya logrado derribar la saga de los Bush, el aplauso del Tea Party o de la «Asociación del Rifle» dice mucho de la mentalidad de unos votantes que, en el ámbito republicano, pretenden alejarse de los códigos de Washington que no les representan. Porque, a su manera, Trump no deja de ser un rebelde y consigue con sus hirientes declaraciones copar la audiencia de los medios. Conviene no olvidar que fue el presentador del programa “The Apprentice” en la cadena televisiva NBC desde 2004 a 2015. Y algo ha quedado claro en la campaña: su cabello es natural, no usa tupé. Domina los medios, pero constituye un ejemplo de la independencia que otorga poseer una fortuna cifrada en 4.100 millones de dólares. Hijo del también empresario inmobiliario neoyorkino Fred Trump, ha logrado, gracias a su empresa Trump Organization, conjugar inversiones inmobiliarias a lo largo y ancho del país, campos de golf, juego, boxeo o la organización de los concursos de Miss Universo, Miss EEUU y Miss EEUU adolescente (en colaboración con la NBC), entre otras múltiples actividades lucrativas. Nunca dejó de “estar” en política y favoreció en el pasado no sólo a los republicanos sino también a los demócratas. Su carrera financiera se consolidó tras una suspensión de pagos y junio es su mes (nació un 14 de junio de 1946) y el 16 de 2015 presentó su precandidatura a las elecciones presidenciales de 2016. Nadie entonces se lo tomó muy en serio, pero Trump ha logrado hasta hoy interpretar el pesimismo que anida en el seno la sociedad estadounidense. La clase media –el orgullo de la nación– se ha empobrecido, los salarios han ido disminuyendo, el papel dominante del país en el comercio se ve amenazado por China –gran competidor de presente y futuro–. Trump ha logrado interpretar este descontento con eslóganes que llegan al corazón de los EEUU. Su extremado nacionalismo promete enfrentarse a enemigos interiores y exteriores: a la inmigración de los mexicanos «corruptos, delincuentes y violadores» y expulsar a los catorce millones de latinoamericanos sin papeles que residen en los EEUU, levantar un gran muro a lo largo de la frontera con México (que pagarían los mexicanos) hasta conseguir los puestos de trabajo arrebatados a la clase media blanca depauperada. Pero, a su juicio, debe combinarse con el proteccionismo y la industria nacional, retornar al aislacionismo. Por ello, aconseja a David Cameron que abandone la UE y sugiere que, de alcanzar la presidencia, su relación con el dirigente británico conservador no sería buena.

Este estadounidense, nacido en el barrio de Queens, en Nueva York, casado tres veces y con cinco hijos y varios nietos, representa el éxito que puede alcanzarse en una sociedad liberal conjugando el mundo de los negocios, la publicidad personal y la política. Su ideario no puede dejar indiferente ni a sus posibles votantes ni a sus adversarios. Las violentas manifestaciones de Chicago en este año constituyen la prueba de una ideología que se opone a cierta tolerancia que caracteriza a determinadas zonas de la sociedad norteamericana. Trump, pródigo en declaraciones antifeministas, tiene en su contra no sólo a la emigración latina, sino también al colectivo femenino, a los artistas e intelectuales. Si, tras su coronación de Cleveland, se convierte –y todo permite esperarlo– en el contrincante de la correosa, experimentada, aunque poco empática Hillary Clinton, la campaña electoral puede echar chispas. Pero, dejando a un lado las elecciones, el éxito del empresario inmobiliario de Manhattan, con su avión particular que luce su apellido en el fuselaje, con el vino que lleva también su nombre (aunque se declara abstemio), con sus poderes que irradian desde el último piso de su rascacielos de Manhattan, no hace sino reflejar la decadencia y el profundo malestar de colectivos que asegura representar. Los estadounidenses, como nosotros mismos, miramos atrás con la nostalgia de lo que fuimos y ya no somos, de lo que tal vez no llegaremos a alcanzar. Nuestras sociedades están condenadas al mestizaje y nuestras ideas a una implacable revisión. Occidente es global y uniforme. Trump no deja de ser la caricatura de nuestro fracaso.