Manuel Coma

Venezuela: no va más

uando el 23 de enero la Asamblea Nacional, de acuerdo con los preceptos constitucionales, promovió la proclamación de su presidente, Juan Guaidó, como presidente interino del país, para convocar nuevas elecciones y anular la reciente toma de posesión de Maduro, fruto de comicios manifiestamente fraudulentos, el movimiento opositor, ya por entonces exangüe, tuvo una exultante resurrección. Un mes después, el 23 de febrero, el paso forzado, desde Colombia y Brasil, de la ayuda humanitaria internacional, en contra de la tajante prohibición del gobierno, que desplegó sus fuerzas para impedirlo, pretendía ser el empujón que pusiera en marcha el desmoronamiento del régimen, con una gran movilización en todo el país y el resquebrajamiento de la lealtad al heredero de Chavez de la cúpula militar. El resultado fue un estrepitoso fracaso, velado por la intensidad del resucitado entusiasmo que seguía alimentando los corazones de la abrumadora mayoría de los venezolanos.

Casi otros dos meses y medio después, sin progresos sustanciales y con Venezuela desapareciendo del campo visual del resto del mundo, el anuncio el martes 30 de abril, junto a la base militar caraqueña de La Carlota –no desde su interior, como esperaban–, de que elementos importantes del régimen se volvían contra Maduro, pareció insuflar un nuevo y definitivo soplo de vida, casi in extremis, al movimiento opositor. No se trató más que de fuegos fatuos, que se extinguieron en horas, por no decir que ni siquiera lograron prender en el primer instante. Los intentos de Guaidó de aprovechar el impulso para resucitar la movilización popular se estrellaron contra la represión madurista, con un saldo de cinco muertos y centenares de heridos y detenidos.

Las explicaciones de qué es lo que debería haber sucedido y por qué no sucedió, han proliferado con profusión. Los buenos conocedores afirman que nadie sabe lo que pasó. Lo único que parece claro, y no deja de ser un rayo de esperanza, es que en las altas esferas del sistema no todo el mundo piensa que la mejor garantía para sus intereses pase por aferrarse a Maduro y mantenerlo en su puesto. Casi seguro el ministro de defensa, el director de la Contrainteligencia militar y el presidente del Supremo estaban en el conato de golpe, del que se replegaron a tiempo de denunciarlo, ¡cómo no!, con todas sus fuerzas. El director del servicio secreto interior consiguió ponerse a salvo y, como estímulo a sus conmilitones, ha sido perdonado por Estados Unidos, en cuyas listas negras se encontraba. El país es una pura ruina, el suyo es un estado fallido, la oposición es débil y está menos unida de lo que parece, la población está exhausta, pero el régimen está cuarteado, sobrevuela la tentación del sálvese quien pueda, Maduro no puede fiarse de nadie y es consciente de que no le apoya más del 15% de los ciudadanos, todos ellos pringados con el régimen y en la parva y menguante mamandurria oficial, a años luz de los multimillonarios latrocinios de los jerifaltes.

Maduro ha pasado a un represión más activa y violenta, soltando a sus temibles colectivos, deteniendo a diputados de la oposición en la Asamblea Nacional, incluso a su vicepresidente, rozando ya a Guaidó, objetivo último. Esa escalada refleja la contradicción básica en la que se ve envuelto. La astuta contención que ha mostrado hasta ahora no ha podido evitar el peligro máximo al que se vio expuesto en la intentona del 30 de abril, y le ha destapado su fragilidad interna. Sus mentores cubanos y rusos le cierran la vía de escape. Ni él ni su círculo más próximo tienen a donde ir. Los epígonos de Fidel vieron con meridiana claridad, desde el momento cero, que el destino del criminal y devastador chanchullo bolivariano era el suyo propio, con o sin dádivas petroleras. No necesitaron en absoluto que Trump se lo anunciara expresamente. No quieren verlos aparecer por La Habana. Están entre la espada y la pared, en el momento en que sus enemigos políticos acusan su mayor debilidad. Maduro ha afirmado su propiedad sobre la calle, tan vital para la revuelta antichavista.

De «todas las opciones» que Washington afirma haber puesto sobre la mesa, nunca se atisba la definitiva. Tiene todas las características de un farol. Máximo como riesgo para los castro-maduristas, mínimo como posibilidad. Si no se hace un poco más visible, un poco más creíble, el manto de la más absoluta desesperanza cubrirá a Venezuela y el éxodo se llevará a los que todavía sean físicamente capaces. Venezuela descenderá al nivel de Corea del Norte en los años noventa, al que va aproximándose a buen paso. Los argumentos contra una intervención militar están llenos de falacias, pero los tabúes son inmensos, no sólo en Europa y Latinoamérica sino también en los Estados Unidos. Los demócratas, en general se oponen, pero tampoco tiene vía libre entre los republicanos. El propio Trump es sujeto de inhibiciones. Su doctrina, y sus promesas, en política exterior es librarse de compromisos. Sólo le interesan los temas nucleares: Corea del Norte e Irán. Pero al chavismo lo tiene de antiguo entre ceja y ceja y anotarse un éxito en el Caribe sería un premio gordo cara al 2020, mientras que un fracaso no le haría ningún favor. Cómo sería de costosa una intervención es harto discutible, pero existe la seria posibilidad de que una simple amenaza expresa y creíble fuera suficiente. Eso requiere exhibir la fuerza para no tener que usarla.