Antonio Cañizares

Virgen de Guadalupe, 12 de diciembre

La Razón
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El lunes celebramos la Virgen de Guadalupe, grandísima fiesta en México y en toda Hispanoamérica. Se apareció, en 1531, en el cerro Tepeyac de México al indiecito, pobre y humilde, siervo, Juan Diego, y le dijo: «Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que soy la siempre Virgen María. Madre del verdadero Dios, por quien se vive; del Creador, cabe quien está todo, Señor del cielo y de la tierra». Ella, perfecta y siempre Virgen, Madre del verdadero y único Dios, Creador y Señor del Cielo y de la tierra. Ella es, en efecto, para México, para todo el continente americano, pero también para todo el mundo, signo y mensaje de confianza plena, de cumplimiento de la esperanza que Dios ha sembrado irrevocablemente y ha abrigado en nuestro corazón, en el corazón de los hombres, desde los primeros momentos de la historia.

En medio de tantos dolores de entonces y de ahora, en medio de penas, sufrimientos y enfermedades, en medio de dificultades y contradicciones, Ella, siempre y en todo momento, sigue diciéndonos lo mismo que San Juan Diego, afligido y angustiado por la enfermedad grave de su tío, escuchó de sus labios, los de María: «Oye y ten entendido hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige; no se te turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí? ¿No soy yo tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has de menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá de ella; está seguro de que sanó» (Y sanó).

Estas palabras de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego, a lo largo de siglos hasta hoy, siguen teniendo para todos la misma y plena actualidad y vigencia, en y fuera del templo que Ella pidió edificar para mostrar su ternura y solicitud maternal para con los pobres, los afligidos y sumidos en la desgracia y el dolor que la invoquen: «¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?». Estas palabras conmovedoras de la siempre Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, en este mundo herido de tanta desesperanza, nos invitan a la esperanza, a la confianza, al abandono en sus manos y corazón maternal, así allanaremos y prepararemos el camino del Señor, como allanó por completo María en su confianza incondicional e inquebrantable con su SI a lo que Dios le pide: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra Ella, en este día, nos invita a confiar en el Omnipotente y Misericordioso, que nos guía, nos guarda y cobija».

En aquella aparición de 1531, la Virgen expresa a San Juan Diego la misma voluntad, que siglos más tarde manifestará a santa Bernardita Soubirous en Lourdes: y es que el mundo siempre tiene necesidad de una Madre que atienda tantas miserias como envuelven a los hombres, hoy como entonces. Quiere María una casa donde acoger a sus hijos y revelarles su amor, donde sanar enfermos y pecadores, donde dar consuelo y fuerza a los tristes y fatigados: esa casa es la Iglesia a la que afluyan continuamente «peregrinos, hijos de Eva», un río interminable de hijos de Dios al encuentro con la Madre de Cristo, madre de compasión y su Hijo salvador, carne, humanidad de la misericordia infinita de Dios. «Allí, dijo Ella a san Juan Diego, daré a cada uno mi amor personal, mi auxilio; allí escucharé su llanto y tristeza para curar penas; miserias y dolores»: «Allí, en la Iglesia». El gozo, el consuelo y la confianza en la solicitud maternal de María, es allanar los caminos para que llegue a nosotros la sanación, la salvación, la esperanza de los hombres: Jesucristo.

La Virgen Guadalupana, como señaló Juan Pablo II en México, sigue siendo «aún hoy el gran signo de la cercanía de Cristo, al invitar a todos los hombres y todos los pueblos a entrar en comunión con Él para tener acceso a Dios», que es Amor, rico en misericordia y piedad, atento a todos los que le invocan y ponen en Él su confianza. La Virgen de Guadalupe señala el camino de futuro y esperanza para los pueblos del continente americano y del mundo entero. Es luz que ilumina el camino hacia el futuro esperanzador de nuestros pueblos. Que Ella, la Virgen María, Nuestra Señora de Guadalupe indique a la Iglesia y a todos los caminos mejores que hay que recorrer, para hacer presente, anunciar y llevar de nuevo el Evangelio que trae la misericordia, la paz, el consuelo, y la alegría La salvación y la liberación, para todas las gentes, como nos muestra su ternura de Madre de Dios y Madre nuestra la Guadalupana.

Que nos ayude a todos a llevar la alegría profunda y la inmensa y cierta esperanza que Ella lleva en su seno, el fruto bendito de su bendito vientre, Jesús. Que Ella ayude a México, la nación querida y hermana, a todos los pueblos de América y España, hermanados en la misma cultura y aún con la misma sangre, en el mismo destino, en la misma fe, y guiados por María, la Guadalupana. Es el camino que todos juntos, unidos en una unidad muy profunda y sin fisuras, hemos de recorrer los pueblos de América y España. Ahí, en ese caminar juntos, bajo María, esta nuestro futuro lleno de esperanza.