Opinión

El último emperador

La corta biografía del beato Carlos es densa en acontecimientos y experiencias compartidas por él de la gran tragedia desarrollada en suelo europeo durante la segunda década del siglo pasado

Ayer se cumplió exactamente el 101 aniversario de la muerte de quien ha pasado a la Historia como «El último emperador»: el hoy beato Carlos, emperador de Austria. Su corta biografía –falleció desterrado por los aliados en la isla de Madeira, el 1º de abril de 1922, con apenas 34 años de edad– es densa en acontecimientos y experiencias compartidas por él de la gran tragedia desarrollada en suelo europeo, durante la segunda década del siglo pasado.

Fue la que comenzó como Gran Guerra Europea para acabar siendo la Primera Guerra Mundial tras la incorporación de EEUU a la misma en 1917, y que significó la desaparición de los tres imperios cristianos que quedaban –el alemán, austrohúngaro y ruso– tras la desaparición del español un siglo antes. Carlos de Habsburgo no estaba llamado a ser Emperador pero el asesinato del sucesor, el archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, el 28 de Junio de 1914 y que desencadenó la contienda, hizo recaer en él la Corona dos años después, al fallecer en 1916 su tío abuelo el emperador Francisco José. La guerra estaba en su punto culminante y todo el empeño del joven emperador se volcó en la consecución de la paz para lo que no tuvo más aliado que el Papa Benedicto XV, pese a lo cual, tras la derrota se acordó el desmembramiento de su imperio y ser desterrado con su esposa la emperatriz Zita de Borbon-Parma y sus siete hijos, a los que se añadiría un octavo en el exilio.

Las virtudes cristianas que le adornaban fueron reconocidas como vividas en grado heroico con su beatificación por San Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004, en la última de las ceremonias de este tipo de entre las numerosas celebradas por él en su dilatado pontificado. De ese acontecimiento quedan registradas para la Historia imágenes y palabras del encuentro del papa polaco con la emperatriz Zita y su primogénito Otto de Habsburgo.

Tras ser saludado por Zita con el tratamiento y la genuflexión protocolaria, Juan Pablo II la ayudó a incorporarse y mientras le besaba la mano le dijo sonriendo: «Y ahora yo saludo respetuosamente a mi Emperatriz». Les comentó que su padre había sido capitán del ejército cuando aquella zona polaca pertenecía a Austro- Hungría y que él debía su nombre Karol a la admiración que su progenitor sentía hacia el emperador, por lo que al nacer él en 1920 le puso ese nombre. El «último emperador» Carlos se une a la lista de políticos y gobernantes elevados a la gloria de los altares que encabeza Santo Tomás Moro como su Patrono.