
A pesar del...
Vargas Llosa, novelista liberal
La esencia de la «fatal arrogancia» de «los socialistas de todos los partidos», como decía Hayek, permanece
Karina Sainz Borgo me sugirió que comentara en La Brújula de Onda Cero con Rafa Latorre a Mario Vargas Llosa como novelista liberal.
En sus obras de no ficción, el gran escritor peruano escribió mucho y bien sobre el liberalismo. Por ejemplo, en Contra viento y marea, El pez en el agua y Desafíos a la libertad. Y por supuesto en La llamada de la tribu, con magníficos retratos de grandes figurares liberales como Smith, Hayek, Popper, Berlin, Aron y Revel, junto a una explicación del itinerario del propio Vargas Llosa. Allí hay diestras defensas de la libertad, el individuo, la democracia y el mercado.
¿Y en sus novelas? Creo que en todas hay elementos liberales, como el cuestionamiento de la autoridad, que ya está en La ciudad y los perros, o la corrupción política en Conversación en La Catedral, o el absurdo de la burocracia en Pantaleón y las visitadoras, o el colectivismo religioso y social en La guerra del fin del mundo, o, por supuesto, la condena a las dictaduras en La fiesta del Chivo.
Pero a mi juicio la gran novela liberal de Mario Vargas Llosa es El paraíso en la otra esquina. Basada en dos personas reales –la activista feminista y socialista, Flora Tristán, y su nieto, el célebre pintor Paul Gauguin– es una denuncia de las dos facetas socialistas más estremecedoras: la arrogancia sobre el cambio social impuesto desde el poder y el desdén sobre los costes que dicha soberbia impone al pueblo.
Ambas facetas son antiguas en la historia de la izquierda. De hecho, están en El Capital de Marx. Al final del capítulo 24 del primer volumen ya aparece la idea del edén que lograrán los socialistas en beneficio de las masas proletarias y solo con el minúsculo coste de «expropiar a una minoría de usurpadores». Esta es la fantasía que arruinó las vidas de Tristán y Gauguin y que, plasmada en la práctica, regó el planeta con la sangre de cien millones de trabajadores asesinados por los comunistas.
Se dirá que las variantes vegetarianas de la izquierda se han impuesto, y ya no se practica el genocidio, gracias a Dios. Pero la esencia de la «fatal arrogancia» de «los socialistas de todos los partidos», como decía Hayek, permanece. Se autodenominan progresistas, ecologistas, o feministas, pero siguen quebrantando la libertad de las mujeres y los hombres mientras siguen prometiendo El paraíso en la otra esquina.
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