Tribuna

La venganza

Las iniciativas de romper España no son más que la punta de un iceberg para romper Europa, cuando vamos conociendo lo que hicieron para incentivar el Brexit.

Ni siquiera espera Putin servirla en plato frío. Se venga de «su enemigo Occidente» en todos los frentes posibles. Kim Jong le apoya en su «guerra santa», en tanto desde el cosmódromo de Vostochni firma una alianza tecnológica que preocupa a Washington. De cerca les contempla atento el emergente imperio de Xi Jinping.

No puede perdonar Putin que miembros de la disuelta URSS se uniesen a la OTAN e ingresasen en una nueva Europa. Menos puede perdonar ahora que apoyen a Ucrania en su lucha a muerte por recuperar su dignidad y su soberanía. Y aunque Zelenski hable de amenaza nuclear, los métodos de Putin respecto a su particular guerra con Europa son más sutiles.

Sabe que en guerras abiertas, no presenta Rusia su mejor cara: léase Afganistán o la más reciente «operación militar» que debía absorber territorios con minorías rusas en cuestión de semanas, cuando va camino de que se convierta en guerra de desgaste al estilo de la coreana de los años 50.

Sus bazas: fuentes de energía e ideología comunista.

Las primeras, porque sabe que Europa depende de ellas y sustituirlas es cuestión de décadas. Sin ir más lejos, bien sabemos que España a pesar de las sanciones impuestas por Europa, es uno de sus grandes clientes debido a contratos firmados con anterioridad a la crisis ucraniana. Sabe que la subida de precios de los combustibles lleva aparejada junto a la crisis económica una fuerte conmoción social.

Pero en mi opinión es más preocupante la exportación de su ideología comunista vestida de muchas formas, comercial, cultural, inversiones, seguridad, pero sobre todo maniobrando en el mundo de la política a su manera. Su modo de ejecución es sencillo: valerse de las crisis internas, que siempre brotarán especialmente en tiempos de incertidumbres políticas o económicas para incidir en ellas. Cuanto más grave sea la crisis, especialmente si viene unida al hambre de una población, más fácil. De ahí que, al colapsar sobre el Danubio o sobre el Mar Negro los envíos de grano del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, sabe que, aparte de comprometer a Polonia, siembra el hambre en zonas de África, lo que conlleva crisis políticas y golpes de estado, creando un terreno apto para la manipulación y la intervención. ¿Quién creen que paga a estos jóvenes que queman banderas francesas en el Sahel? Tras el último golpe de estado en Gabón que acabó con la dinastía de los prooccidentales Bongo, son once los producidos en los últimos años en la región: Zimbabue, Guinea Conakry, Chad, los dos de Malí, de Burkina Faso y de Sudan, más el fallido responsable de su guerra civil en abril de 2023 y ahora Níger. No incluyo los fallidos en Guinea Bissau o los anteriores en el propio Níger y en Gabón. En principio aparece Francia como perdedora. Pero es Europa la que pierde influencia y cohesión.

Como consecuencia de estas crisis, en las que en su mayoría aparece la mano comunista, crean inseguridad e invitan a las jóvenes generaciones a emigrar cueste lo que cueste. Y estas migraciones producen a su vez presiones que llegan a Occidente particularmente a los países ribereños mediterráneos. Pero los problemas de Italia, Grecia o España no son percibidos de la misma forma por otros europeos. Hoy, Francia se niega a recibir migrantes de Lampedusa. ¡Ya ha conseguido Putin romper la cohesión en casa de su enemiga Europa!

Y bien conocemos como relaciona Europa esta cohesión con la solidaridad. ¡Agradecidos debemos estar los españoles por el apoyo europeo a separatismos que quieren romper nuestra propia cohesión! ¿Cómo reaccionarían en Alemania si supiesen que alimentamos y aplaudimos aquí movimientos secesionistas de minorías danesas en Schleswig-Holstein, la Jutlandia Sur de nuestras geografías? ¿Cómo quieren que interpretemos el artículo 21.2 de su Ley Fundamental: «serán anticonstitucionales los partidos que en virtud de sus objetivos o del comportamiento de sus afiliados propongan menoscabar o eliminar el orden básico demoliberal o poner en peligro la existencia de la República». ¿Para ellos si sería «alta traición», como recoge su Código Penal, «socavar la continuada existencia de la República o cambiar su orden constitucional»? (Artículos 81,82 y 83)

Los acordes con esta política de Putin en África en Iberoamérica o en Asia los tenemos en casa. ¿Cómo explicar si no, la pleitesía de una vicepresidenta comunista del Gobierno en Waterloo a un prófugo español? Las iniciativas de romper España no son más que la punta de un iceberg para romper Europa, cuando vamos conociendo lo que hicieron para incentivar el Brexit.

O reaccionamos en torno a nuestro Rey y nuestra Constitución o vamos directos, envueltos en el caos, a nuestro particular brexit. No duden que Putin lo aplaudirá. Es su venganza.