Eleuteria

Contra la violencia política

Justificar la violencia contra quien piensa distinto no es un gesto inocuo: es dinamitar los fundamentos de la convivencia

Hace apenas una semana, Charlie Kirk fue asesinado a tiros en la Universidad de Utah mientras trataba de hacer lo que siempre había hecho: hablar. Kirk no era un político con poder para legislar ni un empresario con capacidad para condicionar la vida de otros. Su única herramienta era la palabra. Y la palabra, por definición, es un instrumento pacífico de persuasión. Se le mató, pues, por lo que pensaba y por atreverse a expresarlo en público. Esa sola constatación debería helarnos la sangre: en una sociedad libre, nadie debería temer por su vida por exponer sus ideas.

Sin embargo, lo más perturbador no es la existencia de un fanático que, en un momento de odio, decida asesinar a un adversario político. Siempre habrá individuos desequilibrados, sea cual sea su ideología, capaces de cometer atrocidades. Lo verdaderamente inquietante ha sido la reacción posterior: miles, quizá millones de personas, han relativizado o incluso justificado el asesinato de Kirk. Han llegado a decir que, de algún modo, «se lo había buscado». Esa actitud revela una sociedad enferma. No ya por tolerar la violencia marginal de un loco, sino por amparar moralmente el exterminio del disidente.

Cuando grandes masas comienzan a aceptar que ciertos ciudadanos merecen ser asesinados por sus ideas, la convivencia se vuelve imposible. Un grupo intentará erradicar al otro; el otro, lógicamente, se defenderá como si su vida dependiera de ello, porque en efecto depende de ello. Ese es el germen de la guerra civil. Una sociedad sólo es pacífica cuando todos, sin excepción, renunciamos a legitimar la violencia contra el adversario. No basta con que no la ejerzamos materialmente: debemos condenarla moralmente, venga de donde venga.

Charlie Kirk lo advirtió meses antes de morir, citando un estudio según el cual la mitad de los encuestados de izquierdas justificaba el asesinato de Trump o de Elon Musk. No exageraba cuando hablaba de la «cultura del asesinato». Una parte (por desgracia, creciente) de la izquierda, al tolerar durante años la violencia callejera, al mirar hacia otro lado ante el caos, ha incubado una bomba moral que ahora estalla en forma de crímenes políticos.

La sociedad libre sólo sobrevive si cada uno de nosotros rechaza sin matices esa deriva. Justificar la violencia contra quien piensa distinto no es un gesto inocuo: es dinamitar los fundamentos de la convivencia. Una semana después del asesinato de Charlie Kirk, la única respuesta digna sigue siendo la misma: condena absoluta del asesinato y un deseo sincero de que descanse en paz.