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¿Otra vez Pip?

Dirección: Mike Newell. Guión: David Nicholls, según la novela de Dickens. Intérpretes: R. Fiennes, H. Bonham-Carter, J. Irvine. EE UU-Gran Bretaña, 2012. Duración: 128 minutos. Drama.

¿Otra vez Pip?
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¿Para qué una nueva versión de «Grandes esperanzas»? Al menos dos de sus innumerables versiones cinematográficas parecían haber colmado las expectativas de los fans de la que Dickens consideraba su mejor obra. Por un lado, David Lean supo entender el ramalazo gótico de un texto que integraba la tradición romántica de la literatura británica –léase los excesos de las Brontë de «Jane Eyre» y «Cumbres borrascosas», aquí representadas en el episodio de Miss Havisham y su mansión cubierta de telarañas– en la clásica «bildungsroman», o novela de iniciación, adelantando en parte algunos hallazgos narrativos de «La isla del tesoro», de Stevenson. Por otro, Alfonso Cuarón desempolvó la novela con una exuberancia formal que, maleando la letra, respetó escrupulosamente su espíritu. Como el «Romeo y Julieta», de Luhrmann, su posmoderna adaptación cumplía el papel de acercar el clásico a públicos más jóvenes traicionando la época del relato original y sacando punta a sus ideas y personajes más universales.

Que «Grandes esperanzas» vuelva a nuestras pantallas cuando parece un limón más que exprimido –lo último: una miniserie de la BBC del 2011– solamente tiene sentido si recordamos que el año pasado se celebró el 200 aniversario del nacimiento de Dickens. Mike Newell no tiene el talento visual de Lean o Cuarón, y se viste con los hábitos del adaptador fiel que cae en las trampas de un clásico por el que hay que sentir auténtica reverencia tiende a los que no quieren saltarse las normas. Se supone que la gracia está en ver a Helena Bonham-Carter recién fugada de la saga de «Harry Potter» –qué lejos está de Martita Hunt o Anne Bancroft–, haciendo su acostumbrado numerito burtoniano, o a Ralph Fiennes sacando músculo ante una nueva caracterización que, para su talento, es coser y cantar. Se impone la eficacia británica, pero Newell, pálido artesano a sueldo, no aporta ni una idea original a la adaptación de una novela que ha sido versionada hasta la saciedad.