Subasta

La puja por el gallo más "ruidoso"de Asturias: 650 euros por "Decibelios"

El ave que enfrentó en abril al propietario de un hotel rural y de un gallinero en Asturias salió a subasta en la fiesta del pueblo y ganó la puja otro hostelero: «Si no vale de despertador, acabará en la cazuela»

El nuevo dueño de "Decibelios", Adrián Arduengo, el pasado sábado, recogiendo su "trofeo"tras ganar la puja / Foto: Nacho Cubero
El nuevo dueño de "Decibelios", Adrián Arduengo, el pasado sábado, recogiendo su "trofeo"tras ganar la puja / Foto: Nacho Cuberolarazon

El ave que enfrentó en abril al propietario de un hotel rural y de un gallinero en Asturias salió a subasta en la fiesta del pueblo y ganó la puja otro hostelero: «Si no vale de despertador, acabará en la cazuela»

No hubo trifulca rural que trajera tanta cola ni a la que se le sacara más partido. Cuántas disputas por las lindes de las fincas, la traída del agua o los caminos sin limpiar de maleza han sido motivo de enfrentamiento en cada pueblo de España. Ya se sabe eso de «pueblo pequeño, infierno grande» pero en esta ocasión –y aunque el asunto no parece aún cerca de solucionarse–, han logrado, al menos, echarse unas risas. Hablamos de Soto de Cangas, ese pueblito asturiano que muchos pusieron en el mapa el pasado mes de abril a cuenta del «excesivo» ruido que hacían unos gallos al amanecer. El conflicto entre el propietario de un hotel rural y el de un gallinero puso sobre la mesa el debate acerca de qué podía exigir un turista «de ciudad» cuando llegaba a un pueblo. Ahora, un par de meses después, con motivo de la celebración de las fiestas patronales de Santa Lucía (aunque son en diciembre lo celebran siempre el segundo fin de semana de julio), el gallo de marras ha salido a subasta para poner la nota de humor a un año tan movido. Curiosamente, ha sido otro empresario hostelero el que no solo ha querido quedarse con el cantarín, sino que estuvo dispuesto a soltar 650 euros por llevarse a casa a «Decibelios», como fue bautizado en honor a su torrente de voz.

Sonómetros en el corral

Todo comenzó a finales de 2017, cuando José María García decidió echar a andar los apartamentos rurales Camino Picos de Europa en este privilegiado rincón del oriente de Asturias. Clientes no le faltaron pero, según cuenta, se quejaban del ruido que venía de un corral cercano, donde el cantar de los gallos molestaba a los huéspedes de madrugada. «Hasta les tengo que dar tapones para los oídos porque se quejan de que no pueden dormir», explicaba el empresario. Con ésas, fue al Ayuntamiento de la localidad donde, al parecer, no le hicieron demasiado caso alegando que no disponían de aparatos de medición del ruido. Decidió acudir entonces a una instancia superior y en el Principado le ofrecieron los servicios del Laboratorio Asturiano de Calidad en la Edificación. Así, el pasado 6 de febrero se realizaron las mediciones del ruido de 22:00 a 8:00 horas. Resultado: 72,4 decibelios. O, lo que es lo mismo: el gallo cantaba demasiado alto. Una resolución surrealista pero, en teoría, acorde a la normativa vigente, que prohíbe niveles superiores a los 45 decibelios en esa franja horaria.

El propietario del gallinero, Fernando Villarroel, vecino del pueblo de toda la vida, no daba crédito. Después de más de 20 años sin recibir queja alguna de sus vecinos, ahora los gallos molestaban a los turistas y el corral debía ser clausurado. La noticia corrió como la pólvora y un ganadero de la zona se hizo eco de la misma grabándose un vídeo que compartió por las redes sociales. En él, venía a decir que si a la gente le molestaban los olores o los ruidos de los animales, simplemente no fueran a los pueblos, al igual que el que no quiera oír ruidos de coches, no vaya a la ciudad. El video se hizo viral y los medios de comunicación comenzaron a abrir el debate: ¿quién tenía razón? Los vecinos de Soto, apenas 200 habitantes, sufrieron por unos días la «invasión» de las televisiones, que hacían directos desde el gallinero en cuestión, situado a escasos metros de los apartamentos. Mientras, el proceso administrativo sigue su curso y, en estos momentos, se encuentran a la espera de un dictamen definitivo. Tras recibir la resolución que le era desfavorable, Villarroel, el propietario del gallinero, recurrió. «Me han aceptado el recurso y ahora toca esperar», explicó el pasado sábado a LA RAZÓN. Él ha sentido el apoyo del pueblo y asegura que, a pesar de todo, el polémico asunto ha dado fama a este pueblo pegado a Cangas de Onís. «No paro de oír a la gente que viene aquí a montar a caballo decir por teléfono: “Oye, ¿sabes donde estoy? ¡En el pueblo ese del gallo!”» Pero el afectado en cuestión no parece muy contento con el devenir de toda esta historia.

El propietario de los apartamentos turísticos ha declinado realizar declaraciones a este diario porque está «muy cansado» de los medios. Admite que la polémica sí «ha afectado al negocio» pero no aclara si ha sido para bien o ha perdido clientes pensando que no podrán descansar bien.

Quien sí ha sabido sacarle jugo a todo este asunto ha sido otro hostelero de la zona, que ha demostrado tener una visión de negocio quizás mucho más inteligente. Se llama Adrián Arduengo, lleva el hotel Santa Cruz de Cangas de Onís y «apadrinar» al ruidoso «Decibelios» le costó 650 euros en una puja muy reñida. Fue a eso de las 15:30 horas, después de la tradicional subasta del ramo (roscas de pan), por las que los vecinos pagan hasta 40 y 50 euros, con el pretexto de colaborar con la organización de los festejos. Pero este año el plato fuerte era el gallo y la pelea por quien se llevaba el animal mantuvo a todos en vilo. Finalmente fue este joven quien logró llevarse el gato al agua: «Decibelios» ya tenía nuevo dueño. Arduengo asegura que su intención no era otra que colaborar económicamente con la fiesta del pueblo y, de paso, dar a conocer el negocio que regenta. «Ya tengo despertador», bromeaba el sábado. Pero ¿qué va a ser ahora del gallo? Por el momento sigue viviendo con su antiguo dueño y, cuando pase el verano, el joven planea «mudarle» a un gallinero que tienen cerca de otro negocio hostelero en un pueblo cercano. «Allí solo tenemos gallinas, así que lo probaremos unos días a ver qué tal». Eso sí, como el pobre «Decibelios» moleste mucho, irá a a olla. Su destino pende de un hilo (de voz) y parece probable que, como dicen en la zona, no muera de «vieyu».