Economía para septiembre. Universo cotilla
Según Google, los usuarios no tienen motivos para pensar que hay expectativas razonables de que sus correos sean confidenciales. Lo aclara el titular de «La Vanguardia»: «Google sólo nos espía lo normal».
Lo de Manning, que entregó a Wikileaks unos cuantos documentos, fue porque sufría un desorden de identidad sexual en un ambiente hipermasculino. No sé si recomendarle que venga al festival del orgullo gay a remojarse en Isla Fantasía o que no beba alcohol, porque su madre le daba al trago y le produjo el síndrome de alcohol fetal.
Assange sigue en la Embajada de Ecuador. No saben cómo quitárselo de encima. Se porta bien. Sólo se ha asomado dos veces a la ventana, para respirar aire fresco.
Snowden ya es ruso, o así. Tiene un documento de identidad en caracteres cirílicos, que no se entiende.
¡Cuánto cotilla! Hasta Bárcenas lo cuenta todo.
Tenemos que volver al respeto a la intimidad, porque esto es un lío. Todos cuentan todo, lo propio y lo ajeno. A la vuelta de vacaciones, al reencontrarnos con nuestros compañeros de trabajo, sería conveniente: a) no fardar de nuestras conquistas veraniegas; b) no contar lo que hemos oído en el AVE a uno que gritaba mucho y que, al decírselo, se ha rebotado; c) no decirle a uno lo que nos han contado de otro; d) no tener que enrojecer cuando recordemos que, en una merienda-cena de verano, con abundante bebida, contamos a todos los asistentes los problemas de nuestra empresa, lo torpes que son los que mandan y lo bien que iría el negocio si me hicieran caso a mí.
Este es un momento bueno para que digamos que este año, sí. Que cuando miremos a la cara a nuestro jefe o a nuestros subordinados, ellos nos vean como gente noble, leal, que cuando dice sí es sí y cuando dice no, es no.
Eso enriquece a la empresa. Cuando despides a 1.500 personas o maniobras en Bolsa para que suban tus acciones, eso no es enriquecimiento. Es farfolla. El enriquecimiento de una persona –y las empresas no son más que personas– se produce hacia dentro. Una empresa en la que todos deciden ser cada vez mejores personas, es mucho más rica que la que base su esplendor en tener traders con varios MBAs, que hayan hundido ya dos bancos, y que ahora no acaban de encontrar centenares de millones de dólares.
Porque los buscan en sitios equivocados, no en sus bolsillos.
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