Restringido
Historia: «La guerra de las mujeres»
El estallido de los conflictos de principios del siglo XX potenció el papel femenino en la sociedad mundial
Durante el verano, nuestros suplementos sobre Historia, Derecho, Defensa, Economía... se integran en «España en verano», con las más refrescantes crónicas sociales de la mano de Jesús Mariñas y Carmen Lomana, y noticias sobre arte, libros o moda, entre otras
«Ulises soy, aquel varón famoso/ el hijo de Laertes y Anticlea,/ de Ítaca señor y dulce esposo/ de Penélope casta». Así resume el origen de Odiseo nuestro Lope de Vega en «La Circe», y recuerda a su inseparable pareja, Penélope, que representaba en la mitología antigua la fidelidad femenina. Su historia es bien conocida: se cuenta en la «Odisea» que mientras su marido estaba lejos del hogar, primero los diez años de la guerra de Troya y luego los otros diez que vagó sin rumbo por todo el Mediterráneo, Penélope lo esperó fielmente resistiendo a las pretensiones de todos los que quisieron acercarse a ella y desposarla para obtener así el trono de Ítaca dando a Ulises por muerto. La mujer en la Grecia antigua, como es obvio y como ha sido también en épocas posteriores, quedaba en casa cuando el marido iba a la guerra, tanto en la epopeya homérica como en el mundo posterior de las «poleis», cuando al ciudadano «hoplita» le tocaba ir a la guerra para defender las fronteras de su ciudad. Hay numerosas escenas convencionales de la llamada «despedida del guerrero» en el arte griego que se reflejan en piezas tan famosas como un vaso del estilo de «figuras rojas» de Eutímides (500 a.C.) que E. Gombrich comentó desde la perspectiva artística como obra clave del nacimiento del escorzo. Este vaso, que se conserva en las Staatliche Antikensammlungen de Múnich, representa ese momento seguramente bajo los ropajes del mito y precisamente de Homero, en concreto, con motivo de la despedida de Héctor y Andrómaca en la «Ilíada». Y no por casualidad se emparejan aquí estas dos mujeres, Penélope y Andrómaca. Ambas encarnan el arquetipo positivo de la esposa fiel y abnegada, que queda a cargo de la economía familiar del «oikos» cuando sus maridos van a cumplir sus deberes militares. Como es sabido, Andrómaca a diferencia del «happy ending» de la «Odisea», nunca volverá a ver con vida a Héctor y acabará esclava del hijo de Aquiles, asesino de su esposo, y perderá a su retoño cruelmente despeñado desde las murallas. Su propio nombre está marcado por las palabras «varón» y «combate» y hace alusión a su funesto destino.
Se puede pensar ahora, a cien años del conflicto que más viudas dejó en Europa, en ese triste papel de la mujer que espera, sin saber si será una Penélope, de feliz reencuentro, o si sufrirá, como Andrómaca, todos los horrores de la guerra. Penélopes y Andrómacas son una constante en la historia de todos los conflictos europeos. Hace poco los periódicos británicos se hacían eco de la historia de Dorothy Ellis, una viuda de la Gran Guerra que aún vive. Ella fue una Penélope de Wilfred, un soldado de la Primera Guerra Mundial en cuya peripecia vital se basó la novela «War Horse», que dio pie a una reciente película de S. Spielberg. Otro es el caso de Kitty Eckersley, una viuda Andrómaca que estaba embarazada de siete meses cuando recibió la noticia de la muerte de su marido Percy en la Batalla del Somme. Su trágica historia, y la de su descendencia, centra un documental de la BBC y el Imperial War Museum británico de 1964, con motivo del 50º aniversario de la Gran Guerra, que ha sido rescatado de nuevo para las conmemoraciones del centenario.
Final de la vida en el hogar
Pero hay otro tipo de mujer que saltó a la palestra justamente con la Primera Guerra Mundial. Hasta esa fecha, las mujeres habían quedado en la retaguardia, como fieles guardianas del hogar y la familia, o en la industria textil a lo sumo, pero la Gran Guerra, que tantas cosas cambió, supuso también el comienzo de las movilizaciones masivas de mujeres para su participación en el conflicto. Asumieron entonces un rol activo para ayudar en el frente como enfermeras o servir en la retaguardia como obreras de las fábricas de municiones o TNT. En Gran Bretaña este trabajo peligroso y tóxico empleó a muchas que acabaron presas de enfermedades diversas. Popularmente se las llamaba «munitionettes» o «canary girls» por el color amarillento de la ictericia que les caracterizaba. Otras de las que fueron como enfermeras al frente encontraron ahí la muerte. La Gran Guerra fue, además, el primer gran conflicto europeo con mujeres beligerantes que entraron en acción: en concreto, participaron en los llamados «batallones femeninos de la muerte», creados en 1917 por el Gobierno provisional ruso, con corta trayectoria pero señalados por su carácter pionero y propagandístico a la par. No faltan los casos de mujeres que se vistieron de hombres para combatir, como la inglesa Dorothy Lawrence. El modelo de mujer en la guerra, en definitiva, había abandonado los moldes de la espera de Penélope y Andrómaca para pasar a la acción.
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