Restringido
La esposa espiritista de Oscar Wilde
Franny Moyle publica la biografía más completa de Constance Lloyd, la paciente esposa que padeció el talento y la caída del autor de «El retrato de Dorian Gray»
Se ha hablado, especulado, juzgado, vilipendiado y enrarecido la figura de Constance Mari Lloyd –mujer de Oscar Wilde–. Pero, a la sombra de su esposo, tuvo una intensa vida propia marcada por el «esteticismo», la literatura infantil, el espiritismo, el sofismo, la música, la fotografía, la política o el feminismo y sufrió estoicamente la obsesión de su genial marido por el manipulador Bosie, en el que le llevó a la cárcel. El trabajo, pues, que ha acometido Franny Moyle con esta semblanza, publicada por Circe, se postula definitiva, rigurosa, ilustrativa y muy conmovedora sobre esta genial desconocida que ha vivido siempre al margen de la fama y el talento literario que tenía su marido.
Después de no pocas biografías, hagiografías, silencios, especulaciones y olvidos, la semblanza de esta productora de la BBC se erige como la más completa gracias a su trabajo de campo, su incursión en archivos y el acceso a las más de trescientas cartas de la protagonista que le sirven de base para asomarse a la complejidad, desolación, cultura, fragilidad, fuerza y generosidad de una mujer eclipsada por aquel «elefante social» llamado Oscar Wilde al que le unió el culto al arte y la belleza que ambos profesaban con una entrega rayana en lo místico.
El libro arranca con una espectacular puesta en escena digna de un «thriller» y casi impropia en un libro que presume de estas características: la noche en que Constance Lloyd Wilde se entera del fatal libelo que involucra a su marido con el marqués de Queensberry. En ese momento el autor estaba en la cresta de la ola de su popularidad Moyle con dos obras estrenadas en el West End: «Un marido ideal» y «La importancia de llamarse Ernesto». A partir de ese preciso instante, la autora enhebra, como en una novela de suspense, la vida de cada uno de los cónyuges, su encuentro, posterior maridaje, paternidad, gloria rápida y postrera defenestración.
El sumo sacerdote
Constance estuvo dispuesta «a compartir al sumo sacerdote del esteticismo con el amplio público». Era muy educada para una mujer de su clase y su época, y compartía con Oscar el don de los idiomas. Desde su infancia, Constance estaba familiarizada con los pintores prerrafaelistas y, más adelante, con los escritos de John Ruskin. Fascinada con el espiritismo, tocaba el piano, escribió cuentos infantiles (que hoy están reunidos en un volumen) y fue una gran fotógrafa conocedora de las técnicas más avanzadas de la época.
Y por si todas estas inquietudes fueran pocas, ingresó en la Orden Hermética del Alba Dorada junto al autor de «Drácula», Bram Stocker. También resultó una gran defensora del feminismo –como el propio Wilde– implicada en diversas actividades políticas, y además fue pionera en la lucha por la creación de clubes sociales exclusivamente para mujeres.
Hasta tal punto su militancia en la igualdad de sexos fue una parte medular de su materia reivindicativa que su vestuario reflejaba la moda de todo el movimiento estético que defendía: las mujeres esteticistas que podían moverse. Al resto le estaba vetado hasta gesticular. Con el «Vestido Racional», lo que demostraba a la sociedad era su rebeldía e inconformismo con los valores imperantes en esos momentos. Estética que hizo extensiva al diseño interior «avant-garde» que ideó para su residencia en Chelsea, que arregló partiendo precisamente del mismo credo. «Bello, práctico y saludable». No es de extrañar que en cada acto social «el señor y la señora Wilde compitieran por el interés entre los buscadores de celebridades por su "look"a la última».
Los encantos de un dandi
Su historia de amor, que la hubo, arrancaba en 1879, cuando el escritor dejó Oxford para iniciar la conquista de la celebridad en Londres. Wilde conoció en una fiesta a una joven de buena familia y rara belleza y se casaron cinco años después, cuando la ciudad se había rendido al talento del irlandés... Sin embargo, la chica de pelo castaño y ojos violetas había sucumbido al ingenio y los encantos del irresistible dandi nada más verlo. Loca de emoción, cuando Oscar la pidió en matrimonio, le envió a su hermano Otho una carta en la que decía: «Me he comprometido con Oscar y soy perfecta y enloquecedoramente feliz». La boda, como no podía ser de otro modo, fue un gran espectáculo a la altura de los cuadros escénicos que aparecen en sus comedias. Y pasaron la luna de miel en París, claro. El amor les concedió dos hijos. Mientras que el primer nacimiento fue una ocasión de júbilo, el segundo despertó en Wilde un sentimiento más bien de tedio. La primera contrariedad que causó Vyvyan a sus padres fue no haber nacido niña, pero la madre pagó un precio todavía mayor: de verse deformada por los dos embarazos consecutivos, su esposo dejó de sentirse atraído por ella. Un abismo que, antes o después, tenía que abrirse en un hombre acostumbrado a la vida de peligro de un soltero que frecuentaba los bajos fondos de diversas ciudades de Europa, especialmente aquellos donde se ejercía con libertad la prostitución. Durante las temporadas en que su marido desaparecía en los antros promiscuos y decadentes donde le gustaba perderse, Constance se sumergía en la lectura del «Inferno» de Dante o buscaba refugio espiritual en el convento de San Juan Bautista, en Windsor, lejos de sus hijos... En otras ocasiones, cuando su Wilde se «escapaba» a Tánger, ella dejaba a los niños en el internado y se tomaba un mes sabático en casa de una buen amiga.
✕
Accede a tu cuenta para comentar