Restringido
Las abejas pierden mano de obra
Diez años después del inicio del «crack» demográfico, seguimos sin saber a ciencia cierta qué está matando a los insectos más trabajadores
En ocasiones, los grandes acontecimientos parecen no haber ocurrido hasta que salen en la portada de una gran revista. A pesar de la tan cacareada crisis infinita de la prensa de papel, lo cierto es que todavía la primera página en cuatricromía de una buena publicación periódica sigue manteniendo su capacidad de impacto. Una de esas publicaciones que marcan agendas es «Time». De manera que es de suponer que en los próximos días volveremos a hablar de las abejas y su circunstancia. Porque esta semana, la prestigiosa revista le ha dado su portada a estos antófilos himenópteros cuya especie más conocida es Apis mellifera y que se encuentran en un muy grave peligro de extinción.
Desde hace algo más de una década, los apicultores vienen percibiendo un pausado e inexorable descenso de la población de abejas de miel. En Europa, cada año desaparece el 20 por 100 de los habitantes de los panales. En Estados Unidos, el invierno pasado se perdió un tercio de la masa de abejas melíferas y en España los agricultores observan con pavor cómo en algunas zonas (como Galicia) se desvanece hasta el 80 por 100 de los individuos de las colmenas. En los últimos 18 años, nuestro país ha perdido cerca de 500.000 colonias.
Primeros síntomas
De las 20.000 especies de abeja que existen en el planeta, una está siendo la más afectada por esta extraña fiebre de desapariciones, precisamente la Apis mellifera, la responsable principal de la producción de miel. Más de 10 años después de apreciados los primeros síntomas, el llamado síndrome del Colapso de las Colmenas sigue careciendo de una explicación satisfactoria.
Todo comenzó cuando desde diferentes lugares del mundo los apicultores empezaron a informar de un fenómeno muy extraño. Las abejas obreras adultas empezaban a abandonar la colmena sin motivo aparente para luego aparecer muertas en zonas alejadas del nido. Esta pérdida de mano de obra es habitual cada año pero en cantidades muy inferiores. Una colmena puede esperar la desaparición del 15 por 100 de sus obreras en una temporada... pero ¿el 80 por 100? Los abandonos parecen repentinos, en muchas ocasiones los panales se quedan con toda su cera y su miel intacta.
El triste final al que parece abocada esta especie es un problema mayor del que podamos pensar. No solamente está en riesgo una industria como la de la miel, puede que esté en peligro toda la cadena alimenticia humana. Las abejas, como otros insectos polinizadores, son agentes fundamentales en el equilibrio del ecosistema. Según fuentes de Greenpeace, el 90 por 100 de las plantas silvestres y cerca de una tercera parte de los alimentos que consumimos dependen de la polinización. Algunas organizaciones científicas han tratado de estimar el valor económico del trabajo de las abejas. Polinizar manualmente todas las especies vegetales que se reproducen gracias a ellas costaría no menos de 265.000 millones de euros al año. Es sabido que en su trasiego de alimento recolectado de las flores, las alas y el abdomen de estos insectos desperdigan polen a gran distancia, permitiendo la expansión de las plantas. Un panal de tamaño medio tiene unas 60.000 abejas, de las que 40.000 forman parte del cuerpo de obreras especializado en buscar alimento. Cada una de ellas realiza una media de treinta viajes al día. En cada uno de ellos puede polinizar 50 flores. Una sola colmena, durante un día, produce trabajo suficiente para polinizar todas las flores que haya en 700 hectáreas. Entre los beneficiados de esta tarea están especies comerciales tan importantes como el melón, la colza, el espárrago, la calabaza, las fresas, las almendras, la berenjena, la uva, la alfalfa... Son sólo una representación de los vegetales que desaparecerían si se extingue la amiga Apis mellifera.
Lo peor es que aún no sabemos a ciencia cierta qué está produciendo este api-calipsis. Algunas investigaciones han apuntado como culpable a ciertos pesticidas, sobre todo los derivados de una nueva clase de neonicotiniodes que parecen afectar a la calidad de vida de las abejas incluso con niveles muy bajos de exposición. Se trata de un agente neurotóxico utilizado para la fumigación de algunos cultivos para el que la Comisión Europea ha solicitado dos años de prohibición. En Estados Unidos, sin embargo, se podrán seguir utilizando, ya que la literatura sobre su impacto en los himenópteros no es del todo concluyente. Otros expertos apuntan a un parásito, la varroa, como culpable de la matanza de abejas. Se trata de un ácaro que produce una enfermedad llamada varroasis. Su capacidad de contagio es muy grande y en pocas semanas pude destruir una colmena entera.
Por último, algunos especialistas han querido culpar de la desaparición de las abejas al exceso de producción agrícola en régimen de monocultivo. Algunas especies vegetales como el maíz o el trigo, que son materia prima industrial a gran escala, monopolizan extensiones cada vez más grandes, desplazando las plantaciones de otros vegetales y reduciendo la variedad de la alimentación de la abeja. Puede que ninguna de éstas sea la causa definitiva. O puede que sea una mezcla de las tres. Por ejemplo, los pesticidas y la falta de alimento podrían haber debilitado el sistema inmunológico de la abeja y facilitado la infección por varroa. Por desgracia, si no se conoce el origen, será muy difícil encontrar una solución. Prohibir el uso de neonicotinoides, por ejemplo, podría ser una soberana estupidez si al final se demuestra que su implicación en la enfermedad es mínima. A cambio, podríamos estar generando con esa medida efectos secundarios incontrolables si tenemos en cuenta que estos pesticidas son vitales para el mantenimiento de la agricultura y sus posibles sustitutos podrían generar daños en mamíferos y humanos.
La respuesta está aún en el aire, el mismo aire que siguen cruzando millones de abejas cada mañana cargadas de polen, pero, eso sí, cada vez más debilitadas.
✕
Accede a tu cuenta para comentar