Barcelona
«Voy a proponerle a Bono un parchís para ganarle»
En septiembre visitará Madrid y en octubre pasará por Barcelona y Sevilla
Su afición a vestir de negro, sus teatrales ademanes y su sonrisa hiperbólica forman parte de nuestra vida, del mismo modo que muchas de sus canciones se han incorporado a la memoria colectiva. Es el rayo que no cesa. Más de un año de gira por México, EE UU, Canadá... Y ahora, un calendario plagado de conciertos en España con su gira «Mi gran noche». Las próximas citas: del 10 al 15 de septiembre en el Teatro de la Zarzuela de Madrid; el 7 y 8 en el Liceo y del 25 al 26 de octubre en el teatro Fibles hispalense. Ya no es aquel; es mejor. Mucho mejor.
–Cada vez que le entrevisto me pongo en clave de fan más que de periodista.
–(Risas raphaelianas) ¿De verdad? ¿No será porque hace mucho tiempo que me conocéis y ya pertenezco un poquito a cada uno de vosotros?
–Le quedan 30 fechas en España con la gira «Mi gran noche». ¿Está más «apataputao» que cuando «Jeckyl y Hyde»?
–¡Indudablemente me has entrevistado varias veces! Llevamos diez años con una marcha impresionante y te juro que estoy más «apataputao» que nunca. ¡Cada vez más!
–Cada espectáculo intenta que sea «una gran noche». ¡Debe ser el único hombre que no defrauda!
–No intento que sea una gran noche, sino la mejor. Sobre lo de no defraudar, depende de la ilusión que se le ponga, como en todo, ¿o no? (risas).
–Y eso que sale a escena sin mirarse ni a un espejo.
–¡Sólo me miro para afeitarme y no cortarme el cuello!
–Cincuenta y tres años atrapándonos con el robo de la bombilla, la chaqueta al hombro, ¿ha dado una vuelta de tuerca a lo «kitch» para ser pura vanguardia?
–Pues no lo sé. Aunque siempre he sido un transgresor: quizá porque soy de verdad, me comporto como soy y jamás he fingido nada. Ni siquiera he sido exuberante, desmedido, acaso.
–Ya no se compone como antes. Pienso en Manuel Alejandro, por ejemplo.
–Sólo te puedo decir que Manuel Alejandro es lo más de lo más. Aunque otros lo han intentado, no lo han conseguido. Bueno, Perales le sigue muy de cerca, no creas.
–A tenor de la entrevista, usted ya no «es aquel».
–No. Soy mejor. Sería estúpido que, con los años que llevo y las oportunidades que he tenido, no hubiera aprendido algo. Antes hacía lo que podía, pero «éste», ahora, sabe muy bien lo que hace.
–Se atreve con arreglos a lo Big Band. ¿Es el Morente o el Frank Zappa de la canción melódica?
–¡Me atrevo con todo lo que sé hacer! Entro como un miura cuando me siento seguro.
–¿Por qué cree que decir Raphael es pensar en «buen rollo»?
–¡Qué bonito! Ojalá sea así. El que viene a un concierto sabe que ese concierto es suyo. Soy, como dicen los americanos, un «entertainment».
–Todo el mundo sabe o cree saber algo de Raphael.
–Y «¡Qué sabe nadie!» en el fondo. Pero eso es bueno, quiere decir que te quieren, desean una parte de ti. He ido al colegio con todo el mundo, hice la mili con todo el mundo (risas).
–¡Hasta Tico Medina en Rusia firmaba autógrafos por ser amigo suyo!
–(Risas). Es verdad. Me lo contó el gran Tico. ¡Esa es buena!
–Yo misma me sé una: cuando era jovencilla escuché decir a un foniatra que las dos voces de hombre más hermosas de este país eran la de Camilo Sesto y la suya.
–Gracias a aquel foniatra, pero no. Había grandes voces, la de Kraus, por ejemplo.
–Pero usted no ha perdido un ápice de color ni de potencia.
–Gracias a la operación. El hígado es el órgano más importante y me ha proporcionado un motor nuevo. Respondo como a los treinta años. Hay alguien muy importante en este país que me dijo que jugaba con ventaja porque tengo la fuerza de un chaval y en la cabeza, la experiencia.
–¿Cómo es eso de que está más «huevón» que nunca?
–(Risas) Siempre he salido como pisando huevos (tran-qui-la-mente), pero ahora lo hago más despacio aún. Más a conciencia. Hasta hace 10 años había un toque nervioso que hoy está muy controlado. Muy medido.
–Por cierto, ¿su consuegro, Bono, le sigue pegando palizas al póquer?
–Es un tipo estupendo, pero lo que me pasa es que el póquer me importa un bledo. Le voy a proponer jugar al parchís para ganarle.
–¿Porque es de lo que se comen una y cuentan veinte?
–¡Claro! Y en la veinte, me como otra, y son cuarenta.
–Dedíqueles una canción a los lectores de LA RAZÓN.
–¿Ya? No quiero despedirme... Pero les cantaría por lo bajini: «Enamorado de la vida».
–Enamorados de usted, Raphael, con «pe».
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