Papa Francisco
“Urbi et Orbi”: radiografía de un mundo en guerra
Francisco repasa, en el día de Navidad, las guerras y conflictos mundiales, desde Oriente Medio a Venezuela. «Aunque haya tinieblas, más grande es la luz de Cristo», recordó desde el balcón de la Basílica de San Pedro
Desde el balcón central de la Basílica Vaticana, el Papa Francisco impartió la bendición «Urbi et Orbi» (de la ciudad al mundo) como cada 25 de diciembre con motivo del nacimiento de Cristo. En un día soleado y ante miles de personas que se congregaron en la plaza de San Pedro de Roma para escuchar su mensaje, Bergoglio aprovechó, como ya es tradición, para hacer un repaso de los conflictos mundiales y recordar a las personas que los sufren. A todos ellos quiso enviarles un mensaje de esperanza: «Aunque haya tinieblas en los corazones humanos, en las relaciones personales, familiares y sociales o en los conflictos económicos, geopolíticos y ecológicos, más grande es la luz de Cristo».
En la radiografía que hizo del mundo en guerra, Francisco comenzó por Oriente Medio, una región azotada ya no solo por el largo conflicto palestino-israelí, sino, también, desde la última década, por la inestabilidad en Irak tras la invasión estadounidense y la guerra civil en Siria, países duramente azotados por el recientemente derrotado Daesh. El Papa deseó que Cristo «sea luz» para los niños que sufren en sus carnes estas situaciones, que «remueva conciencias a los hombres de buena voluntad» e «inspire» a los gobernantes para que «garanticen la convivencia pacífica» de estos pueblos. En este punto, hizo una mención especial a Siria, «que todavía no ve el final de las hostilidades que han desgarrado al país en este decenio»; al Líbano, con la intención de que sea de nuevo ejemplo de «libertad y de armoniosa coexistencia para todos»; a Irak, «atravesado por tensiones sociales», y a Yemen, «probado por una grave crisis humanitaria».
Seguramente, Franscisco comenzó su «Urbi et Orbi» recordando a Oriente Medio por ser el lugar originario de Jesús: «Que el Señor sea luz para la Tierra Santa donde Él nació y donde continúa la espera de tantos que, incluso en la fatiga, pero sin desesperarse, aguardan días de paz, de seguridad y de prosperidad».
En una bendición muy parecida a la del año pasado, se detuvo también especialmente para recordar la situación que vive América Latina: «Que el pequeño Niño de Belén sea esperanza para todo el continente americano, donde diversas naciones están pasando un período de agitaciones sociales y políticas». Como ya hizo en 2018, mencionó en su discurso a Venezuela, apuntando que hace ya tiempo que sufre «tensiones políticas y sociales». Pero el primer papa latino de la historia de la Iglesia no quiso hacer más concreciones. Mencionó de forma especial al país que gobierna Nicolás Maduro, pero pasó por alto las demás revueltas desatadas durante este año en el continente, producto, según algunos, analistas del surgimiento de una «Primavera Latinoamericana». Entrarían en este grupo las protestas sucedidas en Ecuador, Bolivia y Chile. Solo en este último país se han cobrado una veintena de muertos y más de 2.000 heridos.
La «martirizada» África
Finalmente, el Papa pidió por los países africanos donde se siguen viviendo situaciones sociales y políticas que a menudo obligan a las personas a emigrar, privándolas de una casa y de una familia. «Que haya paz para la población que vive en las regiones orientales de la República Democrática del Congo, martirizada por conflictos persistentes», rezó Francisco, a la vez que deseó consuelo «para cuantos son perseguidos a causa de su fe, especialmente los misioneros y los fieles secuestrados, y para cuantos caen víctimas de ataques por parte de grupos extremistas, sobre todo, en Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria». En España, de hecho, tenemos testimonios cercanos que dan cuenta de la violencia que sufren los cristianos en muchos países de África. Porque solo en este 2019 tres religiosos españoles han muerto sirviendo a Dios en zonas de conflicto: se trata de los misioneros Fernando Hernández, asesinado en Burkina Faso; Antonio César Fernández, en Togo; e Inés Nieves Sancho, en la República Centroafricana.
Francisco dejó para el final de su bendición a su colectivo predilecto, al que más le preocupa: el de los refugiados y migrantes. Lo ha demostrado en numerosas ocasiones: desde su viaje a Lesbos, en el que advirtió de una catástrofe humanitaria comparable a la II Guerra Mundial, hasta su reciente medida de colocar en el Vaticano un monumento gigantesco que representa el drama migratorio. En lo que va de año han fallecido más de un millar de personas ahogadas a las puertas de Europa. «Dios traiga este año defensa y apoyo para cuantos, a causa de las injusticias, deben emigrar con la esperanza de una vida segura», encomendó a Cristo. La injusticia, recordó ayer el Papa, es la que «los obliga a atravesar desiertos y mares, transformados en cementerios» y la que «los fuerza a sufrir abusos indecibles, esclavitudes de todo tipo y torturas en campos de detención inhumanos. La injusticia les niega lugares donde podrían tener la esperanza de una vida digna y les hace encontrar muros de indiferencia», concluyó.
Para que Europa y todo Occidente tome cartas en este drama, el santo Padre expresó su esperanza en que «Emmanuel ablande nuestro corazón, a menudo endurecido y egoísta».
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