Sociedad

Religión

Mirar hacia y desde lo alto

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

Textos de liturgia
Textos de liturgiaChrstian Díaz YepesLa Razón

Lectio Divina de este domingo XIX del Tiempo Ordinario

Miramos la vida hacia abajo y se nos va la vida sin mirar nada. Limitamos el mundo a nuestra visión de las cosas y así empequeñecemos el mundo y a esas mismas cosas. ¡Qué distinto cuando nos elevamos sobre lo que nos aturde entre la prisa y el afán por el mucho hacer! Necesitamos apartarnos, subir al monte que eleva y amplía nuestra visión para volver así a nuestra misión con una claridad y fortaleza nuevas.

“Después que la gente se hubo saciado, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario”…

La altura en soledad es el espacio de los mayores encuentros, y si además cae la noche esos encuentros se hacen más hondos y certeros. Cada cosa alrededor resuena en lo más íntimo, cualquier experiencia vuelve a nosotros más vívida y descubre un nuevo sentido. Porque no se busca otra cosa en la montaña en la noche sino la luz que llevamos dentro. En ese escenario tenemos solo dos opciones: dejarnos llevar por el miedo o dejarnos encontrar por Dios. Porque aun con la fascinación de su misterio, la montaña en penumbras es también escenario de los más fieros temores. Lo desconocido nos acecha con sus sombras, nieblas y sonidos inquietantes. Pero quien vence ese miedo no puede sino encontrarse con el Creador, que en ese lugar se nos hace inmediato, más que evidente como Padre que nos hermana con todo y con todos. La unión con Él sellada en esas horas nos hace capaces de caminar sobre el vaivén de la vida que nos haría zozobrar como barca a la deriva.

… “De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.

Jesús les dijo en seguida: -«¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!»”…

Me bastan esas horas del Maestro en la soledad oscura e indómita para amarle y seguirle como discípulo. Porque solo quien sabe acompasar sus intensas jornadas con horas como esas puede enseñarme acerca de la verdad y de la vida, sobre cómo tener un celo ardiente por la casa y las cosas de Dios, devolver el habla a los mudos y hacer callar a los demonios. Solo quien vence la hondura de esas noches puede vencer también la noche del Getsemaní y la atroz oscuridad de la Cruz.

… “Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: -«Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado»”…

El maestro puede caminar sobre las aguas del miedo y la duda porque él los ha vencido de antemano adentrándose en la alta oscuridad. Pero a nosotros como, entonces a Pedro, todavía nos falta tanto por aprender de él. Necesitamos apartarnos del bullicio y el tanto hacer, elevarnos a las cimas solitarias y enfrentar nuestro sombras para encontrar la definitiva luz sobre lo que somos y vivimos. Hemos de aprender la humildad de pedir su ayuda para no hundirnos en la marea de nuestra confusión y nuestros miedos. Nos hace falta mirar las cosas desde lo alto, donde está el Señor, tendiéndonos la mano para salvarnos del ahogo.

… “En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo: -«Realmente eres Hijo de Dios.» (Mt 14,22-23).

Es en estas noches en que tú nos salvas cuando se hace más sincera nuestra fe en ti como nuestro único Señor. Por eso buscaremos sin temor los necesarios momentos de soledad para adentrarnos en nuestras propias oscuridades, sostenidos por tu mano que nos lleva contigo a lo alto.