Religión

¡Felices!

Textos de oración ofrecidos por el sacerdote – vicario parroquial de la parroquia de La Asunción de Torrelodones, Madrid

¡Felices!
¡Felices!José Javier Míguez RegoJosé Javier Míguez Rego

Lectio Divina del evangelio de este domingo XXXI del tiempo ordinario

Conozco a un hombre creía llevar una vida religiosa adecuada, pero en una visita al monasterio de San Isidro de Dueñas hace, cayó de hinojos delante del retrato y la tumba de san Rafael Arnáiz, en quien pudo contemplar la paz de un alma como la que él mismo quiso alcanzar alguna vez, pero en tanto había descuidado y estaba por perder del todo. Dios le dispuso así a reavivar este empeño y desde entonces su vida dio un giro radical y fructífero. También sé de un joven que vivía en una profunda oscuridad personal, por lo que pensaba en suicidarse. “¿Dónde pudiera encontrar algo de luz?”, se preguntó, y escribió en internet la palabra “Luce”(“Luz”, en italiano"). Le apareció una noticia sobreChiara Luce Badano, joven que estaba por ser beatificada en esos días. Quedó impactado por su imagen y su testimonio, y se dejó iluminar por esa Luz mayor que la había iluminado a ella; abrazó la fe y todo cobró un sentido nuevo. Son solo un par de anécdotas que nos muestran cómo en medio de la marea de la historia fluye a contracorriente una fuerza oculta, pero certera y decidida, que marca el rumbo de todo navegar. Para entrar en contacto con ella basta quizá solo el encuentro con un rostro o unas pocas palabras de sus testigos vivientes a través de los tiempos. Estos son los santos, quienes han seguido plenamente a Cristo, continuando su encarnación, su Pasión y su victoria sobre el mal y la muerte. Son esos a quienes él llama bienaventurados, ¡felices!, desde su primera predicación hasta el día en que vuelva:

«Al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”» (Mateo 5, 1-12).

Cómo nos fascinan estas palabras del Salvador, desconcertantes, rompedoras. Nos cuestionan y hacen asumir la vida más allá de lo que buscaríamos instintivamente. Cristo proclama en sus bienaventuranzas todo lo que no quisiéramos experimentar, pero que paradójicamente esconden un tesoro: la pobreza, la pérdida, las lágrimas, el rechazo y la persecución… todo eso de lo que tratamos de escapar cuando nos sale al paso, perdiendo la oportunidad que encierran. Si en cambio asumimos esto desde el amor y la fe, nos hacen mirar hacia lo alto, buscar a Dios y así descubrir lo que más vale en la vida. Son las ocasiones que nos hacen crecer.

La estela de los santos de todos los tiempos nos enseña que lo que el mundo considera felicidad son espejismos, tan distintos a una vida con los ojos y el corazón abiertos, elevada hacia cimas más valiosas y que supera toda medianía. ¿Dónde estamos poniendo nuestra esperanza? ¿Creemos realmente que Dios transforma el mal en bien y no permite que pasemos una prueba sin darnos la fuerza para superarla?

Los santos nos hacen descubrir que toda sombra tiene su revés bendito; toda dificultad, una oportunidad; toda cruz, camino hacia la luz. No tratemos de huir de ello. Asumámoslo con confianza y abiertos a la gracia, con la mente despierta para ver lo que está esperando por revelarnos el verdadero sentido de la vida. Que la contemplación de los testigos de la luz divina nos ayude a perseverar en nuestro navegar en mares turbulentos.

Cuando la tormenta se levantey permanezcas firme ante el timón.Cuando el silencio te diga

que es hora de bajar las velasy dejarse conducir por el soplo de Dios.Cuando abras tu nave a quienesven zozobrar la suyasy no llores tu propio naufragio. Si contra el viento que traiciona

y contra toda corriente de miedos y dolor. Si ante la noche con su furia, permaneces; aunque caigas con la pesca y la barca en fondo y te mantengas atento al torrente de adentro. Entonces habrás vencido;la pérdida será gananciay tu pequeño destello encenderá la hoguera:el calor del cielo entre las olas. Como faro en las noches de miedo, arderás sin consumirte. Aun cuando parezca naufragio, pero hayas permanecido en la llama inagotable. Serás tú mismo el puerto,

con todas tus voces sosegadas

y la luz serena que mana sin final.